Si comiéramos solo cuando sintiéramos hambre fisiológica, es decir, cuando las reservas de energía están bajas y el cuerpo envía señales al cerebro de que necesita más "combustible", no existiría el problema del sobrepeso.

A los bebés y los niños pequeños es la intuición la que les dice qué comer y cuánto, pero una vez que pasamos por el tamiz de la socialización, nuestra relación con la comida se vuelve mucho más compleja.

Cómo detectar el hambre emocional

Jan Chozen Bays, profesora de meditación y autora de Comer atentos (Kairós, 2013), asegura que al menos hay siete clases de hambre:

  • visual
  • olfativa
  • bucal (que busca el placer)
  • estomacal (muy guiada por los hábitos y los horarios)
  • celular (que pide determinados nutrientes, como un antojo de chips porque nos falta sal)
  • mental (cuando se impone el pensamiento)
  • del corazón

Este último tipo, el hambre del corazón, puede hacernos comer más de lo que el organismo requiere porque necesitamos sentir "algo" que no hallamos en nuestro entorno y recurrimos a la comida como sustituto rápido.

En algunos casos son alimentos que nos evocan emociones de calidez y felicidad, como el chocolate, que nos retrotrae casi de inmediato a la infancia. En otros casos se recurre a la comida porque nos falta algo.

Como dice Chozen, "muchas personas son conscientes de que intentan llenar un agujero, no en el estómago, sino en el corazón. Comemos cuando nos sentimos solos. Comemos cuando acaba una relación. Comemos cuando alguien muere y llevamos comida a casa de quienes están de luto."

"Son maneras de intentar cuidar de nosotros mismos y de los demás, pero debemos comprender que la comida que metemos en el estómago nunca llenará ese vacío ni calmará ese dolor en el corazón", añade Chozen.

Observa tus emociones

Si nos observamos y nos prestamos atención, descubriremos que, justo antes de sentir la necesidad de picar, lo que nos invade es una sensación de frustración, tristeza, aburrimiento, confusión, irritación, ansiedad, rechazo, cólera, disgusto, inseguridad, impaciencia…

Muchas veces tenemos una necesidad urgente de comer que aparece de repente y con fuerza. Pide alimentos muy concretos, como dulces, refrescos o helados. Se devora la comida sin saborearla de verdad, pero te quedas insatisfecho aunque te sientas lleno.

Más que provenir del estómago, es como una obsesión mental que te impele a salir a comprar lo que anhelas incluso a horas intempestivas. Otro rasgo característico es el sentimiento de culpa que viene después.

La comida como anestésico o distracción

La necesidad de comer está, por tanto, relacionada mayoritariamente con sentimientos desagradables, y se produce porque la comida relaja y calma.

Comer puede ser una forma de silenciar por un rato las emociones incómodas, como la ira, el miedo, la tristeza, la ansiedad, la soledad, el resentimiento o la vergüenza. Es un anestésico que aplaca las emociones que no queremos sentir.

También el aburrimiento provoca hambre: intentas estimularte con la comida y distraerte de las insatisfacciones de tu vida.

Cómo frenar el impulso de comer

La práctica de la alimentación consciente te puede ayudar a detectar el hambre emocional y ponerle remedio. Se trata básicamente de seguir estas cuatro pautas:

1. Reconoce cómo te sientes

El primer paso para superar el hambre que nos hace comer compulsivamente sin llegar nunca a la satisfacción es aprender a reconocer ese tipo de hambre, dice Jan Chozen.

Observar la emoción que nos impulsa a comer y ser conscientes de cómo nos sentimos es el siguiente paso para no derivar la emoción hacia la comida. "La mayoría de las relaciones desequilibradas con los alimentos vienen causadas por el hecho de no ser conscientes del hambre del corazón. Para colmarla debemos aprender cómo alimentar nuestros corazones", concluye Chozen.

Lleva un dietario para anotar qué comes cuando te sientes solo, triste, enfadado o nervioso.

2. Obsérvate bien antes y después

Antes de picar, ¿qué ocurre? Justo cuando sientes la necesidad de comer algo fuera de las horas habituales de comida, fíjate en qué sentías antes. Y pregúntate si ese tentempié o bebida ha conseguido cambiar tu estado de ánimo.

3. Reconforta tu hambre de corazón

Cuando sientas hambre, intenta descubrir de qué tipo es. Si es emocional, elige ese alimento que te reconforta. Pero solo una porción pequeña, como un trocito de chocolate, una sola trufa o un helado de una sola bola.

Siéntate y contempla la comida con amor. Mientras masticas cada bocado de forma muy lenta, imagina que lo envías a tu corazón, poniendo en esa imagen todo tu cariño y afecto.

4. No niegues tus emociones: dales salida

La mejor manera de hacer frente a tus compulsiones es dar una salida real a las emociones que se experimentan: si se está deprimido, triste o solo, primero se puede llorar, desahogarse, pero después conviene salir con amigos, apuntarse a talleres para hacer nuevas amistades o ir al cine o al teatro. Si tienes ansiedad, caminar o hacer deporte ayuda a superarla. Si estás aburrido, busca una afición y explora todas sus posibilidades (tocar un instrumento, escribir…).

Se trata, por tanto, de buscar actividades que "te alimentan" como persona cuando sientas este tipo de hambre: hacer cosas que nutran tu corazón, hablar con alguien a quien quieras, jugar con tus hijos o tu mascota, trabajar un rato en el jardín o el huerto, escuchar tu música favorita o hacerte un pequeño regalo.

Es importante buscar siempre actividades enfocadas a satisfacer la emoción, pero no a negarla.