Los cereales y sus derivados son alimentos básicos en la alimentación mundial, se cultivan en todas las culturas desde el neolítico y son una fuente importante de energía y nutrientes en la mayoría de dietas tradicionales. Pero en un contexto de sobreabundancia como el nuestro, en el que además solemos consumirlos en sus versiones menos saludables (refinados) o formando parte de preparaciones poco recomendables (precocinados, pasteles, bollería…) es importante matizar la importancia de su consumo y dejar de caer en falsos mitos.

Los cereales no son un alimento imprescindible, eso tampoco los convierte en un alimento malo, ni mucho menos. Pero ni deberían ser el alimento principal de nuestra dieta, ni se consumen habitualmente en su forma integral, que es la única recomendable, salvo exepciones.

Vamos a desmitificar un poco sobre estos alimentos

“Hay que comer pan en cada comida”

Este mito se sigue perpetuando por claros intereses comerciales. No hay más que ver las campañas de “Pan cada día”, promovidas por las empresas vendedoras de este alimento. Que además orquestan campañas con fotos de pan blanco y bocadillos de embutido.

No es necesario consumir pan en cada comida, más teniendo en cuenta que la inmensa mayoría del pan que se consume en nuestro país es de mala calidad, de fabricación industrial y a base de harinas refinadas. Un alimento muy poco interesante y pobre en nutrientes, más cerca de las calorías vacías de lo que se suele creer.

Si queremos comer pan, que sea pan integral de calidad. El menos consumido en nuestro país, según datos oficiales.

“Los cereales deben ser la base de la dieta”

Este es quizá el mito más arraigado, ya que se ha repetido hasta la saciedad. Además las pirámides de alimentación oficiales en España siguen teniendo una amplia base formada por farináceos, lo que contribuye a mantener este mito.

Lo cierto es que en nuestro contexto, la base de la alimentación deberían ser las verduras, hortalizas y frutas, y a nivel científico existe poca controversia al respecto.

Podemos tomar como referencia guías de alimentación algo más actualizadas que la española, como por ejemplo la pirámide australiana, que cuenta con una frondosa y colorida base de vegetales, o el Plato de Harvard, que muestra claramente como la mayor porción de la dieta corresponde a las verduras y frutas.

“El desayuno debe contener cereales”

El desayuno es la ingesta que más mitos arrastra: que si es imprescindible, que si es la comida más importante del día, que si debe contener un lácteo… Lo cierto es que todos son falsos. También lo es asegurar que “debe” contener cereales. No es así.

Un buen desayuno puede contener fruta, frutos secos, legumbres, aceite de oliva, verduras… y ni rastro de cereal, y ser nutricionalmente excelente.

Eso no significa que esté mal que contenga cereales, ni mucho menos, sólo que no es imprescindible. Eso sí, si añadimos cereales a nuestro desayuno, que sea de manera saludable: ni bollería, ni repostería casera, ni cereales de caja azucarados son una buena idea. Si lo son el pan integral, los copos de avena, el arroz inflado sin azúcar, las tortillas de maíz, etc.

“Es imprescindible que los niños tomen papilla de cereales”

Es muy habitual que en cuanto los bebés empiezan a comer sólido, el primer alimento que se les recomiende sea la papilla de cereales. Además hablamos de “papilla de cereales” industrial, de los polvos que vienen en cajas especiales para bebés.

No solo no es imprescindible, si no que en la inmensa mayoría de casos es incluso desaconsejable, ya que suelen ser productos ricos en azúcar añadido o hechos con cereales dextrinados, que es un proceso que predigiere los cereales y aumenta su sabor dulce, acostumbrando a ello al bebé.

En lugar de esas papillas podemos darle al bebé cereales tal cual: arroz (o sémola de arroz), avena, pasta integral, pan integral, mijo, sémola de trigo, maíz, etc.

Tanto triturados en papilla como en preparaciones aptas para Baby Led Weaning (que el bebé pueda coger y llevarse a la boca), y no acostumbrarlo a sabores falsamente dulces y uniformes, ni a texturas excesivamente homogéneas.