Hace unos días recibí un correo de Carmela, una joven que hacía casi un año había terminado su proceso terapéutico. Entre otras cosas, me escribía:

“...me siento tan liberada tras la terapia, la semana pasada se me rompió el coche, un hecho que en el pasado me habría desestabilizado enormemente. Como sabes, mi antigua yo, se habría pasado días y noches aterrorizada por pensamientos catastróficos sobre el coche: cómo iba a pagar la reparación, cómo iría al trabajo sin coche, iba a perder el coche, me iba a quedar sin él, iba a ser tan caro arreglarlo que no podría pagarlo, la culpa de lo que le pasaba al coche era mía porque no sabía conducir bien, si lograban reparar el coche jamás se quedaría como antes, estas y mil ideas negativas más habrían dado vueltas por mi cabeza una y otra vez, una y otra vez durante días, incluso, una vez arreglado el coche, habría continuado con una tanda de nuevos pensamientos sobre el tema.

¡Cómo me agotaba no poder parar de pensar así!

Sin embargo, Ramón, esta vez, pude frenar ese flujo incesante de pensamientos. Pude dejar atrás mis miedos, estos ya no me dominan. Logré ser realista y mantenerme en el presente. No rumié y, al llegar al taller, todo se arregló con un simple cambio de batería.

Antes de hacer la terapia, siempre me ponía en lo peor, ahora, vivo el día en su momento. Me siento liberada de la ansiedad y de la necesidad de tener todo controlado. Puedo disfrutar de mi vida.

Ramón, ¿sabes una cosa de la que me he dado cuenta? Es curioso, pero en toda mi vida jamás se cumplió ninguna de las profecías catastróficas que rumié durante horas y horas desde mi infancia...”.

Preocupaciones obsesivas: una necesidad de control extrema

Rumiaciones, preocupaciones, pensamientos obsesivos... consumen mucho tiempo y energía, y sin embargo, las cosas jamás ocurren tal y como las hemos rumiado. Darle vueltas obsesivamente a los pensamientos, además de alejarnos de la realidad al colocarnos en un futuro casi siempre catastrófico, genera una gran ansiedad y en ocasiones, puede llevar a la persona hasta la depresión.

La mayoría de las veces, las rumiaciones se producen por una necesidad de control llevada al extremo. Infancias muy difíciles cargadas de miedos, inestabilidad e inseguridad, empujan a muchas personas a buscar sentirse seguros a través del control de todos los posibles acontecimientos que pueden llegar a producirse en su vida (con especial incidencia en los más catastróficos y negativos).

Repasar una y otra vez las diferentes posibilidades, les otorga un falso sentimiento de control y seguridad al pensar que tienen previstas y estudiadas todas las opciones. Sin embargo, estos pensamientos, lejos de ser positivos para sus vidas, acaban sumiendo a la persona en la negatividad, la angustia y de nuevo, en la inseguridad.

¿Cómo parar?

Para frenar el flujo de pensamientos obsesivos, hay que comenzar por afrontar y asimilar, desde el presente, los acontecimientos del pasado. Tras este trabajo de introspección, la persona podrá volver a recuperar la seguridad en sí misma y podrá asumir (aunque al principio sea un proceso difícil) que para superar las diversas circunstancias de la vida no es necesario tenerlo todo bajo control, simplemente, hay que centrarse en vivir en el presente.

En contra de lo que cree la mente rumiadora, cuanto más confiamos en nosotros y nos centremos en el presente, más fluida transcurrirá nuestra vida: sin bloqueos, sin ansiedad, sin angustia.