La modificación de la dieta, la participación en grupos de apoyo psicosocial, la actividad física regular y el aprendizaje de técnicas de respiración, visualización y relajación, pueden ejercer cambios positivos en nuestra genética, haciendo retroceder en muchos casos una enfermedad severa.

Este dato, confirmado en los últimos años por estudios científicos, es observado desde hace décadas por terapeutas que como Stella Maris, que dirige la Fundación Salud y su Programa Avanzado de Recuperación y Apoyo (PARA).

El laboratorio interior de Stella Maris

–¿Cuándo decidió dedicarse a ayudar a gente en situación límite?
–En la década de 1980, vi que pasaron cosas increíbles cuando mi padre decidió vivir a pesar de su cáncer de próstata y no esperar una muerte inexorable tras un pronóstico condenatorio.

Y observé que esto modificó el curso de su enfermedad. Juntos pusimos en práctica todas las técnicas que yo iba aprendiendo y empezamos a tener resultados increíbles. Su remisión me impulsó a hacer extensible esta ayuda a otros.

–Y entonces fue cuando estudió psiconeuroendocrinoinmunología…
–Me formé, me dediqué a estar junto a personas que sabían mucho de esta disciplina y de otras que lograban que las personas cambiasen.

Eran científicos como Robert Ader, Carl Simonton, Jeanne Achterberg... Ellos me enseñaron el cómo, y poniendo un poquito de sensibilidad, ese cómo se hizo un poco más intenso.

–Una de las personas con las que trabajó y que la influyeron fue la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross…
–Con ella aprendí a ayudar a bien morir. A mí me interesaba mucho el tema de la muerte y lo quise abordar profundamente, para mí misma.

Entendí que era algo trascendente y que uno podía acompañar a las personas a transitar de una manera mucho más consciente por la vida, aprendiendo a vivir hasta morir. Y ayudar no solo a la persona que está pasando por la experiencia, sino también al que acompaña en esta experiencia.

–La curación depende, según usted, entre otras cosas, de activar nuestro laboratorio "químico" interno…
–Lo que hacemos es atender las necesidades que han sido insatisfechas por nosotros mismos, por la medicina y por la psicología.

Y también apoyar a la medicina: mientras esta hace de todo para intentar curar una enfermedad, nosotros, con el laboratorio interior, podemos crear salud a través de un proceso de sanación. En esa sinergia endógena pueden ocurrir cosas sorprendentes, como que la persona mejore su calidad de vida y aumente su tiempo de supervivencia, más allá de que haya casos en los que se logra una remisión.

Para muchas personas, es milagroso que esto suceda. Pero lo verdaderamente milagroso es que el sistema inmunitario, ante una enfermedad grave, siga estando allí para cooperar en nuestro proceso de recuperación. Solo que hay que saber cómo ayudarlo.

"Lo milagroso ante una enfermedad grave es que el sistema inmune siga cooperando."

–En su libro El laboratorio interior recoge casos de personas con crisis vital, cáncer, sida… y su enfermedad remitió. ¿Qué marcó la diferencia?
–No se puede responder a la ligera porque sería muy pragmático y yo no creo en el pragmatismo en el proceso de sanación.

Lo que sí sé es que todas estas personas eligieron tomar las riendas de su vida y dijeron: "La curación puede ser o no posible, pero yo quiero vivir con intensidad hasta morir". Cambiaron su manera de percibirse a sí mismos, a los demás y a las circunstancias que les tocaba vivir y se sanaron.

Así como la génesis de una enfermedad es multifactorial, también lo es la sanación. La remisión espontánea se suele dar cuando la persona no vuelve a ser la que era antes, eso sí lo puedo garantizar. Si la persona se sanó no puede volver a ser la misma.

–Ante un diagnóstico adverso, ¿cómo es mejor reaccionar?
–Yo siempre digo que hay dos formas: o uno siente que ese diagnóstico o esa enfermedad viene a arruinarle la vida, o puede sentir también que se la viene a enriquecer.

En el primer caso, la persona seguirá haciendo lo que hizo siempre, pero si sentimos que la enfermedad viene a enriquecernos, aquí es donde se inicia un viaje interior que va más allá de la enfermedad.

"Solo el 10% de las enfermedades tienen origen genético"

–¿Cuáles son los factores fundamentales que disparan el cáncer: la alimentación, el estrés…?
–Yo me sumo a lo que muchos científicos dicen: que no estamos condenados por nuestros genes.

Que realmente solo el 10% de las enfermedades tienen un origen genético, frente al 90% cuyo origen es epigenético; es decir, cómo actúa el medio ambiente (interno y externo) en esa expresión génica. Tenemos que aprender a tener un estilo de vida más saludable, más allá de las circunstancias que nos toque vivir.

Se trata de cambiar nuestra percepción, evitar el sufrimiento innecesario que generan los deseos contrariados y entender que tenemos que educar a nuestra mente y que lo podemos llevar a cabo. La gente se identifica mucho con su manera de pensar, de sentir, de imaginar, sin darse cuenta de que uno es, precisamente, quien puede cambiar esa manera de pensar, de sentir y de imaginar.

–Entonces, ¿no cree que ciertos alimentos pueden originar cáncer...?
–Es cierto que la alimentación es un foco importante de enfermedad o desequilibrio, aunque yo creo que son muchos los factores que nos enferman y que hay que trabajar.

La nutrición es muy importante, pero también nuestra situación cognitiva, cómo nos vinculamos y el inconsciente… así como el aspecto energético… Son muchos aspectos y hay que acabar con la idea de que con una sola cosa vamos a estar protegidos.

–¿Cuál es la mejor pauta nutricional para una persona que está transitando por un cáncer?
–Dentro de la Fundación, muchos profesionales trabajan con nosotros ayudándonos.

Estamos prestando mucha atención a la inmunonutrición, una especialidad que consiste en la utilización adecuada de nutrientes y estrategias nutricionales en el control y polarización de una efectiva respuesta inmunológica, para combatir las alteraciones celulares.

–Al parecer, gozan de mejor salud quienes tienen mejores vínculos familiares y de pareja…
–Hay mucha energía que se pierde y mecanismos químicos negativos que obstruyen el buen funcionamiento del cuerpo relacionados con los vínculos.

Esos mecanismos químicos tan negativos los generamos la mayoría de las veces en la familia y en nombre del amor. La palabra amor se utiliza para cubrir cualquier déficit, ya sea de comunicación, de interacción o los principios básicos que mueven una relación.

–¿En qué se basa su programa de recuperación y salud?
–Durante cinco días, un grupo de terapeutas nos reunimos con el paciente y su familia, y ofrecemos información para que entiendan dónde está su poder.

Ellos tienen que entender qué es la biología de las creencias, la biología de las emociones, tienen que saber de nutrientes…

Tienen que ser activos, no pasivos. Los terapeutas también comienzan a saber cómo viven los pacientes, qué medicamentos reciben, cómo se alimentan, cómo es un día de su vida, cómo se vinculan, las cosas que evitan… Tenemos que conocer sus miedos, sus sueños… Todo para ir hacia adelante.

–¿Y después de esos cinco días?
Se construye un plan de salud personalizado y se entrega al paciente y a su familia para ver cómo cada uno puede participar en el milagro de crear salud… Y se les pide que lo cumplan durante tres meses.

–¿Por qué tres meses?
–Porque son tres meses los que se necesitan para cambiar muchos mecanismos instalados, para habilitar nuevas redes neuronales, para la generación de péptidos necesarios para el equilibrio y la liberación de los receptores celulares…

Un tsunami bioquímico que va a crear un cambio.

–¿Qué ha aprendido de su entrega en todo este tiempo?
–Que no acompañamos en la enfermedad, sino en la experiencia de la enfermedad.

No hay mayor alegría que acompañar una historia de vida que no tiene por qué ser maravillosa, pero sí que puede ser resignificada. Cuando ves esos cambios tan grandes, a las familias que se enriquecieron con la enfermedad, que te agradecen la experiencia, entonces no hay un territorio más sagrado que ese.

Esto te lleva a sentir que es ahí donde quieres estar. Y eso no tiene que ver con que uno lo sepa todo, porque uno solo puede enseñar lo que aún está aprendiendo. Compartir ese espacio sagrado te llena de gracia y sientes que no hay un lugar mejor para habitar en el mundo.

Desde hace más de 40 años, Stella Maris Maruso se dedica a devolver el pulso de la vida a muchas personas enfermas que pueden encontrar así un sentido trascendente a su existencia y a su situación.

Se formó en psiconeuroendocrinoinmunología (PNEI) con los más prestigiosos profesionales internacionales, fue discípula de la cuidadora Elisabeth Kübler-Ross y dirige la Fundación Salud (www.fundacionsalud.org.ar). Ha publicado el libro El laboratorio interior (Planeta, 2017).