Leticia Rodríguez de la Fuente quería abrir una floristería "que vendiera flores de verdad". Un lugar modesto pero con mucha flor, de esa que había visto en sus cursos con floristas en Inglaterra: "Los ramos allí tenían otra paleta de colores, los tonos de los ranúnculos y las peonías eran distintos, y era porque usaban flores de sus propios cultivos".

Aquellas flores crecían sin calefactores ni productos químicos, y no habían sido forzadas a alcanzar una altura estándar. Les daba el sol y el viento, no podía haber dos iguales. "El mercado las hubiera considerado defectuosas –dice Leticia–, pero para mí estaban llenas de matices".

Leticia entendió que, si no quería trabajar con flores asépticas, bañadas en insecticidas y llegadas de países remotos tras un viaje por medio planeta, tenía que plantarlas ella. Era lo que ya hacían las inglesas del movimiento Flowers From the Farm o las estadounidenses de Slow Flowers.

Flores slow, conectadas con el entorno

Decidió formarse con Rachel Siegfried de Green and Gorgeous en la campiña de Oxfordshire y, de vuelta a casa, con la maleta llena de bulbos y semillas, empezó a plantar. Primero en la huerta de su madre, en Guadalajara, y pronto en un terreno de 200 m2 en la vega del río Jarama: flores anuales, plantas aromáticas y rosales ingleses.

Proyectaba abrir Flowrs Welcome Home, una floristería que vendiera flor propia, con una nueva concepción de los arreglos florales más relajada y conectada con el entorno. "Que las floristas produzcan sus propias flores implica una forma diferente de entender las composiciones, un cambio de filosofía", explica Leticia.

Flowrs abrió en 2014 en el mercado de Antón Martín de Madrid. En poco tiempo, sus ramos se hicieron con una clientela sensible que apreciaba las flores apenas manipuladas. El público era minoritario, aclara Leticia, pero "el movimiento Slow Flowers llegará, sin duda, es algo que nos trasciende".

La prueba de su convencimiento es que ahora ha redoblado la apuesta y comprado un terreno de 3.000 m2 en la vega del río Umbría, en Guadalajara. Allí crecen cosmos, delphinium, dalias delicadísimas y arbustos de los que se abastece para sus arreglos.

"Al fin he encontrado lo que me da plenitud y felicidad. El gusto que me da comprar la semilla, sembrarla, regar la planta, cortar la flor y entregarla en un ramo no tiene comparación con nada".

Leticia es en nuestro país una adelantada, que recupera en parte el espíritu de las antiguas hortelanas que llevaban sus dalias y gladiolos a los mercados. Pero otras floristas se empiezan a sumar a esta tendencia en nuestro país.

Flores, no objetos

Las flores de Inés Urquijo crecen desde hace un par de años en un claro rodeado de pinares a las afueras de Madrid. A ese terreno de 900 m2, antes cubierto de jaras, lo bautizó con el nombre de Pomona, la diosa romana de frutales, jardines y huertas.

Inés anhelaba cultivar sus flores desde que en 1990 se inició en el paisajismo y la decoración floral. "No encontraba las que a mí me gustaban. Echaba de menos el movimiento, la expresión única de cada flor. Porque hay muchísima diferencia entre una flor de jardín, recién cortada, y otra que compras de Colombia, rígida, sin alma, como de plástico".

"Para poder comercializarlas, a las flores les quitan su esencia –explica Inés–, esa cosa mágica que tienen. Las cultivadas para ser disfrutadas, no solo para venderlas, transmiten otra cosa, es como si tuvieran vida, hablaran por sí solas".

La pequeña huerta de Inés solo le proporciona un 10% de las flores que necesita para sus encargos, así que reserva su cosecha para pedidos especiales: "Si el ramo es para alguien enfermo mando flores de mi huerta. Están criadas con tanto amor que yo creo que son terapéuticas".

Le hace feliz llevar flores a las vidas de otros. Siente que su oficio consiste simplemente en compartir la emoción que despiertan en ella.

¿Ampliará el huerto? Inés se ríe. Si consigue vencer las plagas, sí, claro, pero hoy ha visto una langosta en uno de sus rosales antiguos y le ha dado un vuelco el corazón. «No quiero echarles pesticidas; intento ser lo más ecológica posible y hasta uso mi propio compost, pero a veces resulta difícil…».

Ecológicas y de km0

Maren Termens, arquitecta técnica especializada en bioconstrucción, es junto con su pareja la artífice de Horta de la Viola, una huerta familiar de verduras y flores ecológicas en Palafrugell (Girona). Anémonas, flores de guisante, dalias o girasoles son algunas de las más de cien variedades que cultivan allí.

A Maren le fascinan proyectos de farmers-florists (campesinas-floristas) como el de Erin Benzakein (Floret) cerca de Seattle (Estados Unidos), y tantos otros de Gran Bretaña: "Se nos abrió un mundo cuando después de 15 años dedicados a la agroecología descubrimos que con las flores también se podía cuidar la proximidad, la ecología y el vínculo entre cliente y campesino".

Desde hace poco más de un año experimenta con flores a las que deja crecer "como quieren, sin forzarlas". A veces el trabajo en la huerta es duro, pero cuando a primera hora sale a cosechar las flores dice que el momento es de una magia inigualable.

Sus ramos orgánicos y naturalistas, en los que se mezclan flores de huerta con otras silvestres, se venden por encargo y en el mercado de Palafrugell y de La Bisbal d’Empordà. Además, decoran eventos. Aún queda por hacer y es consciente de que este no es un país con tradición floral: "Los invitados no llevan ramos a las cenas, se presentan con una botella de vino".

Pero es entusiasta y cree que "llegará el día en que llevaremos vino y flores".

Cree en la cooperación entre floristas-campesinas de todo el mundo, muy visible en las redes sociales, y ella misma participa de este intercambio de conocimientos.

También cultivan sus flores Anna Álvarez de Floritismo, en Barcelona, Mar López de Gaztelur, cerca de Biarritz o Marta Etxebarria de Lekandapean Flower Farm.

Aunque no tienen cultivos propios, Diana García, de Go Floral en Altafulla (Tarragona), o Àngels Artigas en su floristería Flor a punt de Girona apuestan por las locales y de temporada. De forma parecida, en Barcelona, Florster diseña a diario un ramo diferente con flores frescas de productores locales (emplea un sistema para no tirarlas) y lo envía a domicilio en bicicleta. Para hacer aún más emocionante la experiencia envían luego un vídeo con el recorrido en bicicleta y la entrega. Envuelven sus flores, cultivadas en el Maresme, en sacos de café reutilizados y donados por tostadores locales.

beneficios alimentos ecológicos

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Así que, aunque los pequeños cultivadores no pueden competir con los precios que fija Holanda para las flores que importa de Sudamérica y África, existe un nicho para las flores no cultivadas en masa. Y con un poco de educación floral nos haremos tan sensibles a ellas como a los alimentos bio de km 0.

Por qué preferir las flores locales y de temporada frescas

Estos son algunos motivos por los que elegir flores slow.

  • Frescas. No llevan días viajando ni han sido tratadas con sustancias químicas para resistir al viaje.
  • Singulares. Las variedades no son las habituales justamente porque el mercado no produce flores delicadas que no viajen bien.
  • Integradas. Están conectadas con la estación del año y el lugar donde vivimos. Cada flor expresa algo único vinculado al instante presente.
  • Son imperfectas. Y es parte de su encanto: los tallos no crecen tan rígidos, su estructura es más delicada y tienen tonos únicos.
  • Más limpias. Su huella de carbono es mucho menor. Su transporte se limita, como mucho, a unos pocos kilómetros y, al no ser forzadas a florecer fuera de temporada, no necesitan calefactores.
  • Consumo responsable. Contribuyen a potenciar la economía local y para su cultivo no se ha recurrido a mano de obra barata en países con regulaciones laxas.