Pese a sus 72 años, a Michael S. Gazzaniga, que lleva casi medio siglo dedicado a la investigación, no le cuesta subirse a un avión y volar a alguna parte del mundo para explicar la personalidad tan distinta que tienen los dos hemisferios del cerebro. Tampoco, soltar una buena carcajada.

Este neurocientífico, de ascendencia italiana, humor fácil y uno de los padres fundadores de la neurociencia cognitiva (el estudio de la relación entre mente y cerebro), es catedrático de Psicología de la Universidad de California.

En su libro, ¿Quién manda aquí? El libre albedrío y la ciencia del cerebro (Ed. Paidós), Gazzaniga afirma que los descubrimientos y avances en el campo de las neurociencias se tienen que llevar a todos los ámbitos de la cotidianidad. Al día a día. En su opinión, tenemos que revisar algunas cosas en las que creemos, como nuestra memoria, traicionera, capaz de inventar historias tan solo para dotar de sentido el caos que es a veces la realidad.

Michael S. Gazzaniga: "Vivimos en un mundo al que ponemos etiquetas psicológicas que nos permiten pensar"

–¿Quiénes somos?
–Nuestros cerebros.

–¿Cómo?
–Nuestra vida está generada por nuestro cerebro y es, por lo que sabemos, vida mental. Lo que pensamos, lo que sentimos, solo son procesos mentales que interaccionan con el entorno y entonces se convierten en parte física de nuestras neuronas. Todos los procesos mentales son fruto del cerebro. Y, de hecho, tú, yo, los amigos, aquello que vivimos son abstracciones que hace el cerebro. Por ejemplo, ahora mismo te estoy hablando, intento descifrar quién eres, qué necesitas que te responda en esta entrevista… todo ello son teorías que analizo, abstracciones. Porque imagínate que en realidad pensara en lo que está sucediendo, que en vez de verte a ti considerara que en este preciso instante tu córtex visual me está viendo y mi córtex visual te está viendo.

–¡Menuda locura!
–Por eso lo abstraemos, lo llevamos a una capa en la que podemos pensar. Vivimos en un mundo al que ponemos etiquetas psicológicas que nos permiten pensar en los otros y llamarlos por su nombre. Pensar sobre sus intenciones, sus valores, su comportamiento, sus acciones pasadas. Construimos modelos de las personas, de lo que hacen. Y de todo esto se encarga el cerebro sin que nos percatemos de ello. ¿Cómo lo hace? No lo sabemos del todo. Hay cosas que los neurocientíficos entendemos y otras muchas que no. Hemos realizado grandes avances pero aún nos queda mucho camino por recorrer.

–Entonces, ¿es nuestro cerebro el responsable de que seamos empáticos, soñadores, amables, inteligentes, generosos, comprensivos?
–Que seas de una determinada manera se debe a un cóctel de cosas. Por una parte están las experiencias que has vivido y que te moldean, los valores que te han enseñado y las compensaciones que has experimentado acerca de lo que resulta una buena forma de vivir y lo que no. Utilizaré una metáfora. Cuando compramos un nuevo ordenador, no hay casi nada en él, por lo que no resulta demasiado interesante. Eso sí, tiene mucha potencialidad, aunque no podemos sacarle partido porque no hemos instalado ningún programa. Ahora bien, cuando comienzas a introducir software, todas tus experiencias, vivencias, información, interpretaciones… la cosa cambia y ese ordenador se vuelve realmente interesante, porque va a poder controlar las respuestas futuras. Y eso son experiencias vitales y esas experiencias vitales son importantísimas y tienen que ver con una arquitectura fundamental que establece el ordenador.

–¿Nacemos, entonces, con el cerebro vacío de serie?
–¡No del todo! De hecho, nacemos con un montón de software. No hay más que observar a los bebés. Se ha visto que son capaces de entender conceptos como reciprocidad, contribución o justicia. Y eso es porque estos conceptos ya vienen instalados de serie en el cerebro. En Hungría, por ejemplo, realizaron una investigación en la que siguieron el movimiento de los ojos de bebés de pocos meses mientras presenciaban una interacción entre dos personas; cuando esa interacción podía tener una implicación para una tercera persona, los bebés seguían con la mirada la interacción y luego miraban a la tercera persona. ¡Entendían de qué se trataba aquella implicación! Y hay muchas investigaciones más en las que se ha demostrado que los bebés saben cuando algo es o no justo.

"Las estrategias sociales y de establecimiento de relaciones con el grupo son muy beneficiosas para la supervivencia de la especie."

–¿Por qué estos conceptos, como justicia o reciprocidad, y no otros?
–Por pura selección natural. Se ha visto que las estrategias sociales y de establecimiento de relaciones con el grupo son muy beneficiosas para la supervivencia de la especie. De ahí que ya existan en el cerebro cuando nacemos. ¿Qué sentido tendría que tuviéramos que aprenderlas cada vez? En vez de eso, los seres humanos contamos con un núcleo a partir del cual vamos ampliando y avanzando. Eso es, al menos, lo que las investigaciones en neurociencia han demostrado. Ahora bien, de qué manera cada persona desarrolla esas capacidades tiene que ver con el entorno en que vive, la cultura, sus experiencias… con un montón de cosas.

–¿Cuál es la función esencial del cerebro?
–La función esencial de nuestro cerebro es tomar decisiones para sobrevivir. Es un órgano especializado en hacer elecciones. Y podríamos ir un poco más allá y afirmar que es un órgano que toma decisiones para realizar acciones. Porque en última instancia es lo que hacemos, actuar. Cómo consigue hacer eso, no lo sabemos. Y es lo que estamos tratando de averiguar desde las neurociencias.

–¿Podemos confiar en nuestro cerebro para tomar decisiones? Muchos expertos coinciden en que a menudo se basa en suposiciones erróneas y recuerdos distorsionados, y eso nos lleva al error.
–¡Nos equivocamos a cada momento! Tiene que ver con la vasta complejidad de nuestra vida y de nuestros recuerdos, y con nuestras posibilidades de aprender. Los seres humanos cometemos errores continuamente. En cambio, los animales, como por ejemplo los gatos, no. Saltan de un lado a otro con total precisión. Nosotros tenemos que elegir y, al tomar elecciones, cometemos errores. Y en buena medida, la culpa es del intérprete.

–¿El intérprete?
–El hemisferio derecho del cerebro procesa los datos procedentes de la parte izquierda. Y el hemisferio izquierdo, los de la parte derecha. Además, cada uno se especializa en una cosa; así, el izquierdo se encarga del lenguaje, del comportamiento inteligente. Es la parte izquierda del cerebro la que se cuida de tratar de hallar orden en el caos, de que todas las piezas de una historia encajen, de ponerlas en contexto. Es como si su función fuera realizar hipótesis acerca de la estructura del mundo aun cuando no exista patrón alguno. De ahí que a este hemisferio izquierdo lo llame "el intérprete". Es un sistema muy ocupado. Incluso está activado en la esfera emocional, intenta buscar explicaciones a los cambios de humor. Es lo que hace el cerebro todo el día. Recoge información de sus diferentes áreas y del entorno y las sintetiza en una historia. Los hechos están bien pero no son necesarios, porque el hemisferio izquierdo improvisa el resto.

"Es un error muy común pensar que la responsabilidad o el libre albedrío dependen del cerebro. No es así, se sitúan en un plano social".

–Entonces, el intérprete es el responsable de nuestras acciones…
–En absoluto. Las personas somos responsables de nuestras acciones, no nuestro cerebro. La responsabilidad procede de las reglas sociales que establecemos. Y creo que es un error muy común pensar que la responsabilidad o el libre albedrío dependen del cerebro. No es así, se sitúan en un plano social. Hay muchos aspectos del comportamiento moral incorporados a la naturaleza de nuestro cerebro pero que están indefectiblemente mezclados con reglas sociales establecidas dentro de los grupos. Pero tú y solo tú eres responsable de cualquier transgresión social que hagas, y tienes que enfrentarte a ello. Casi todo el mundo es capaz de responder de su comportamiento a nivel social, aunque siempre hay casos de personas que padecen desórdenes mentales y tienen alucinaciones y oyen voces que les dicen qué hacer. El desafío de los científicos es decidir en cada caso si esas personas son o no responsables de sus actos.

Nuestra libertad y nuestro sentido de la responsabilidad vienen de la interacción social, del agrupamiento social. Aunque seamos máquinas finamente ajustadas (el cerebro) y tengamos la capacidad de inventar historias para dar coherencia a los hechos y demás, hacemos a las personas responsables porque esa es la naturaleza del intercambio social.

–¿Qué hay de las emociones?
–Podemos aprender a estar atentos a determinadas respuestas emocionales no siempre beneficiosas o demasiado productivas. Podemos aprender a regular y modular nuestras emociones. Son muy importantes, nos predisponen continuamente ante las distintas situaciones. Nos motivan para que hagamos algo, o nos desmotivan para que abandonemos. Nos predisponen e influencian nuestro estado de ánimo, nuestro carácter, las decisiones que tomamos… y con todo eso el intérprete de nuestras mentes construye una teoría acerca de quiénes somos. Quién soy yo, quién eres tú, quiénes son los que están a mi alrededor.

"Recordamos las cosas más o menos. Pero cada vez que recordamos algo que pasó hace tiempo hacemos que ese recuerdo adquiera nuevas asociaciones en el contexto actual".

–Volvamos a la memoria y al intérprete.
–Nos inventamos historias sin parar y a veces incluso llegamos a creérnoslas. Lo mismo ocurre con la memoria: recordamos las cosas más o menos. Pero cada vez que recordamos algo que pasó hace tiempo hacemos que ese recuerdo adquiera nuevas asociaciones en el contexto actual. Y si volviéramos a evocar ese recuerdo al cabo de una semana, incorporaría nuevas asociaciones.

–Creamos historias de cosas que se convierten en parte de una historia que cambia…
–Así es. ¡Somos realmente muy bobos! [se ríe a carcajadas] Hace unas semanas fui a una televisión americana para participar en un programa sobre neurociencia. Al llegar tuve que pasar por el detector de metales y el control policial. Un oficial de unos 20 años me preguntó qué iba a hacer en el estudio. Le respondí que iba a participar en un documental sobre mentiras y neurociencia. "¿Qué es eso?", me dijo. "Pues nuevos descubrimientos neurocientíficos que permiten saber si una persona está o no mintiendo", contesté. Entonces el oficial me miró sorprendido y me espetó: "¿Se mueven los labios cuando hablan? ¡Pues entonces están mintiendo seguro!" [Se desternilla de risa]

–Y sin embargo, confiamos en nuestros recuerdos en cosas tan serias como un juicio.
–Hay un estudio muy interesante acerca del asesinato de John F. Kennedy. A cualquiera que le preguntas te dice que recuerda exactamente dónde estaba cuando ocurrió. Pues bien, un grupo de neurocientíficos decidió emprender un estudio para comprobar cuán fidedigna es la memoria. Lo curioso es que el propio autor principal del estudio, quien aseguró recordar que estaba escuchando un partido de béisbol y que es un popular psicólogo en Estados Unidos, se percató poco después de iniciar el estudio de que la temporada de béisbol ya había acabado el 21 de noviembre, el día que asesinaron a Kennedy, de manera que era imposible que pudiera estar escuchando un partido. Se había inventado este recuerdo falso. La gente que jura recordar puede estar equivocada. Lo mismo sucede con la gente que vive sucesos traumáticos o que testifica en un juicio. La memoria es traidora.

–Usted afirma que en un futuro podremos tomar pastillas para mejorar la memoria.
–Al fin y al cabo, los recuerdos no son más que una serie de reacciones químicas. Aunque no acabamos de entender demasiado bien cómo funcionan, porque son de una enorme complejidad. ¿Cómo es posible que recordemos la cara de nuestra madre, una fórmula matemática o dónde hemos aparcado? ¿Por qué somos capaces de reconocer una cara que vimos ayer? Es más, el funcionamiento de la memoria cambia según la etapa de la vida. Cuando eres joven recuerdas hechos específicos, nombres… mientras que cuando eres mayor como yo, solo patrones. Eso demuestra que hay muchos sistemas implicados en ella. Y, sí, paradójicamente, a pesar de que está más que demostrado que los recuerdos son maleables, se siguen usando como prueba en los tribunales. Craso error. Mediante pastillas podrían reforzarse las conexiones sinápticas, por ejemplo, y fortalecer el recuerdo. Aunque, también es verdad, una de las bellezas de la condición humana es poder olvidar. Sería horrible recordarlo todo.