Un publicista me explicó en una ocasión la siguiente teoría: todo el mundo goza a lo largo de su vida, como mínimo, de dos o tres grandes pasiones. Nuestro reto es descubrirlas.

En su caso, había consagrado su infancia y adolescencia al fútbol hasta que, tras fichar por un club profesional a los dieciocho años, un accidente que le afectó a la espalda le obligó a renunciar a su sueño.

La actitud, más poderosa que la aptitud

Imposibilitado para ejercer su primera pasión, decidió explorar otros caminos hasta dar con otra nueva: la creación publicitaria.

Pese a no tener una formación adecuada, se empapó de todo lo que tuviera que ver con el oficio y no dejó de mandar correos y propuestas a las agencias hasta que consiguió una oportunidad.

El presidente de una pequeña empresa del sector le expuso el siguiente desafío: un fabricante quería anunciar un nuevo taco para tornillos a toda página en una revista especializada; a 24 horas de la entrega del anuncio, ningún creativo de la agencia había dado aún con una buena idea.

Un día después, el aspirante regresó con un folio impreso a color en el que se veía el planeta Tierra flotando en la noche cósmica y debajo la frase: "AYUDAMOS A SOSTENER EL MUNDO ". El futbolista frustrado obtuvo el empleo, que fue el inicio de una carrera llena de éxitos.

El combustible de la ilusión

Esta pequeña anécdota real demuestra hasta qué punto la pasión puede suplir las propias carencias ante una aspiración. Los especialistas en coaching laboral destacan cómo la actitud puede ser más poderosa y determinante que la aptitud.

Veamos los instrumentos que nos aporta cada una de ellas para llevar a cabo cualquier proyecto.

  • La aptitud: ​implica la capacitación teórica para aquello que nos hemos propuesto. La persona posee el conocimiento para realizar la labor, pero eso no implica que vaya a desempeñarla de manera brillante, porque esto último depende de su caudal de motivación.
  • La actitud: es la disposición vital para entregarse a un objetivo. Hay personas mucho menos preparadas que otras pero que suplen sus carencias gracias a su constante anhelo de aprender y superarse. La ilusión les permite derribar muros –físicos y psicólogicos– que paralizarían a otros.

La literatura empresarial está llena de ejemplos de emprendedores que, con un origen humilde y sin apenas estudios, obtuvieron grandes logros impulsados por el combustible de la ilusión.

Para que esa llama pueda prender en nuestro interior, sin embargo, es necesario encontrar algo que nos apasione.

¿Qué hacer si nos encontramos en plena travesía del desierto, cuando hemos abandonado un sueño y no vislumbramos todavía un nuevo horizonte? En estos casos, la misión está clara: descubrir qué es aquello que nos motiva.

Rastrear las propias motivaciones

Se cuenta que Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, recibía a los pacientes que llegaban a la consulta llenos de negatividad con la siguiente pregunta: "¿Y usted por qué no se suicida?"

Tras la sorpresa de escuchar esto de boca del terapeuta, los pacientes se justificaban con argumentos de todo tipo: "Quiero ver cómo mi hija termina la universidad", o bien "Me gustaría aprender a tocar el violín".

Fueran ilusiones grandes o pequeñas, Frankl se agarraba a ellas para decir a la persona que, minutos antes, había asegurado que su vida no tenía sentido: –¿Ve cómo sí tiene un motivo por el que luchar?

Este era el inicio del tratamiento, ya que la logoterapia se enfoca justamente en la búsqueda de sentido en la vida cotidiana. A diferencia del psicoanálisis, no precisa que el paciente evoque el pasado para hallar respuestas, ya que busca ante todo una misión para el día de hoy.

Encontrar un motivo para levantarse cada día y dar lo mejor de nosotros es más eficaz, según Frankl, que comprender las raíces profundas de nuestra infelicidad.

Los músculos de la pasión

Al igual que sucede con la musculatura, aquellas partes de nosotros que no utilizamos se acaban atrofiando. Esa es la causa por la que a las personas que llevan tiempo desilusionadas les cuesta salir del bucle de la apatía y el desánimo.

Los siguientes pasos ayudan a romper esa inercia y a reactivar la capacidad de apasionarse por nuevos objetivos:

1. Cambia la queja por la acción

Las lamentaciones constantes instauran un escenario mental totalmente estéril para el cultivo de nuevos proyectos. Mientras estamos culpando a otros o maldiciendo nuestra suerte, ocupamos negativamente un espacio mental en el que podría aflorar otra pasión.

2. Explora tu pasión por descarte

Una forma de superar el bloqueo mental, cuando nos sentimos perdidos, es llegar a lo que nos gusta tomando conciencia de lo que no nos gusta. Por ejemplo, si hemos comprobado que las labores sedentarias no nos motivan, buscaremos nuestra pasión a través de actividades que se desarrollen al aire libre.

3. Ama todo lo que hagas

Puesto que la motivación es un músculo que mejora su rendimiento con la práctica, cualquier cosa que hagamos es una oportunidad para cultivar el entusiasmo. No importa lo cotidiana o insignificante que parezca la misión, si la afrontamos con el espíritu de superarnos adquirirá una dimensión lúdica que alimentará nuestra pasión para desafíos mayores.

4. Contágiate de las pasiones de otros

En momentos de apatía es importante exponerse a emociones de signo contrario. Escuchar música enérgica, ver películas inspiradoras o leer relatos de grandes viajeros o emprendedores puede ayudar a cambiar la polaridad del estado de ánimo. También en la edad adulta aprendemos por imitación.

Disparadores de la motivación

La mente es como un canal de radio que puede sintonizar diferentes emisoras que favorecen unas actitudes u otras. Puesto que la motivación precede a la pasión, veamos unas cuantas claves para predisponerse de forma positiva:

  • Prima el cómo por encima del qué

Las personas cuyo objetivo ocupa todo su horizonte mental tienden a estresarse y a perder el placer en el proceso y, con ello, la pasión. Una vez se sabe adónde se quiere ir, conviene olvidarse de la posada y disfrutar del camino.

Si nos hemos propuesto, por ejemplo, aprender un idioma, hay que abrazar la diversión de aprender cada palabra y expresión que, con el tiempo, acabará dándonos el dominio de la lengua.

  • Aspira a lo difícil

Los objetivos demasiado fáciles a veces tienen un efecto desmotivador, ya que no poseen suficiente fuerza para activar nuestros recursos personales. Hemingway decía: "A veces escribo mejor de lo que sé" al referirse a retos literarios que le superaban.

La pasión se encuentra a menudo en un territorio que hasta el momento no nos habíamos atrevido a explorar.

  • Prueba nuevos caminos creativos

Alterar nuestra forma de hacer las cosas puede aportar el punto de motivación que nos había faltado hasta ahora. Desde cambiar la ruta que hacemos de casa al trabajo a modificar pequeños hábitos, todo lo que introduzca novedad en el día a día es un abono para el entusiasmo.

Un escritor que siempre utilice la tercera persona para narrar, por ejemplo, debería atreverse con la primera para salir de la zona de confort.

¿Cuál es tu elemento?

Ken Robinson, experto en creatividad y educación, aborda en su ensayo El elemento cómo combatir la epidemia de la insatisfacción en el trabajo o en nuestra vida privada. Para este autor, la pasión es algo a lo que llegamos al descubrir nuestro "elemento", que es el entorno y las actividades que nos permiten desplegar nuestras capacidades.

"La mayoría de los adultos no son conscientes de su propio talento", afirma Robinson, quien añade: "Damos lo mejor de nosotros mismos cuando hacemos cosas que amamos, cuando estamos en nuestro elemento". Esto último implica emplearse a fondo en aquello para lo que tenemos una capacidad innata.

Sin embargo, no basta con descubrir esa capacidad. Hay que amar ese "algo " que se nos da bien para que nos procure felicidad y crecimiento. Un pianista con una gran técnica pero que no adore la música no logrará emocionar a una audiencia.

Ante la pregunta de qué hacer cuando desconocemos cuál es nuestro talento, Robinson recomienda que miremos dentro de nosotros y contemos con la ayuda de personas que tienen facilidad para detectar capacidades.

Una habilidad personal muchas veces está enterrada profundamente, como algunos recursos naturales. Para que salga a la superficie, a veces hay que hacer algo distinto, como conocer a alguien nuevo o presenciar algo que nunca habíamos visto.

Una vez más, se trata de salir de nuestra zona de confort para exponernos a otras influencias e inspiraciones. De este modo, una persona que nunca se ha sentido atraída por las artes plásticas puede descubrir su vocación al visitar por primera vez un museo.

Como el publicista con el que abríamos este artículo, si nos hallamos en un momento de nuestra vida en el que una pasión se ha extinguido, para tomar el siguiente tren pensemos en qué ruta no hemos seguido nunca. Quizá precisamente allí nos aguarde una misión que llene de sentido cada uno de nuestros días.

El contagio emocional

Ferran-Ramon Cortés afirma que, tanto en el trabajo como en la vida personal, las emociones se contagian con suma facilidad. Tenemos una responsabilidad hacia el clima mental de los demás.

Por esa misma razón debemos elegir bien el ambiente que frecuentamos en nuestro tiempo libre. Si nos rodeamos de personas entusiastas, nos será más fácil vivir de forma apasionada.

Florecer un poco tarde

El término anglosajón late bloomers designa a las personas cuyos talentos se hacen visibles en la madurez, como una flor que necesita tiempo para desplegar su esplendor. Existen muchos ejemplos célebres:

  • Alexander Fleming. Médico en la Primera Guerra Mundial, vio morir a muchas personas por heridas de metralla infectadas. con más de 40 años descubriría la lisozima (enzima inmunitaria) y la penicilina.
  • Mary Delany. En el siglo XVIII inventó con 72 años el arte del collage, tras ver caer el pétalo de un geranio.
  • Frank Mccourt. Publicó su primera novela Las cenizas de Ángela, por la que obtuvo el Pulitzer, con 66 años.
  • Suami Sivananda. Abandonó su carrera de médico para renovar el yoga al pie de los Himalayas, donde enseñó hasta los 75 años.

Bibliografía

  • Ken Robinson, El elemento. Ed. De Bolsillo
  • Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido. Ed. Herder