Existen infinidad de dichos y proverbios sobre el corazón, pero todos coinciden en vincular este órgano al sentimiento y la sensibilidad. "Nada pesa tanto como el corazón cuando está cansado", escribió Juan Zorrilla de San Martín. Para Juan Pablo II, "la peor prisión es un corazón cerrado".

Hace más de dos mil años, Confucio dijo: "Debes tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano", y "Por muy lejos que el espíritu vaya, nunca irá más lejos que el corazón". Un proverbio ruso afirma: "El corazón es un niño: espera lo que desea".

El corazón es el órgano vital y está relacionado con el alma, el amor y el sentimiento.

Cuando uno no sabe qué hacer, ante una situación difícil, o al tomar una decisión trascendental, el camino correcto ha de ser guiado por el corazón. Ver con los ojos cerrados, sentir con el corazón abierto: la corazonada es la señal de nuestra alma, escondida y reprimida por la cabeza pensante y calculadora. ¿Estás preparado para convertirte en un niño que solo se manifiesta con el latido de su corazón y a esperar lo que deseas?

El misterio del corazón

Tumbada en la camilla de la consulta, la joven madre vive una experiencia que la unirá para siempre con el ser que lleva en sus entrañas. El latido de un corazón acelerado y rítmico resuena, fuerte como un tambor, a través del altavoz, mientras se agita, diminuto, en la pequeña pantalla del ecógrafo. Sin embargo, es el lazo que une el corazón de la madre al bebé, y cada latido, cada sonido, es la afirmación de un deseo de existir, de un afán de supervivencia sin reserva, sin miedo.

Es el origen de la vida, el impulso hacia la gran aventura, desconocida pero inminente e ineludible.

¿Cómo, quién, qué es lo que puso en marcha el corazón para que un embrión apenas sin forma empezara a latir para no detenerse hasta su último aliento? ¿Cuál es el misterio de este órgano dividido en cuatro cavidades, capaz de alimentar a toda una compleja red que se extiende hasta el último rincón de nuestro cuerpo?

El corazón late una media de 36 millones de veces al año. Ninguna máquina puede funcionar con tanta eficacia ni con tanta precisión durante tanto tiempo. Y solo pesa unos 300 gramos. Todos los médicos cuelgan de su cuello un fonendoscopio para escuchar el latido del corazón. A causa de la tos, por tener fiebre, por sufrir dolor de barriga, por la tensión alta, por ansiedad… no importa cuál es el motivo: quieren oír el corazón. Si a una persona se le para el corazón, lo primero es reanimarlo para recuperar ese ritmo tan armónico y singular. Sentir el pulso es la prueba más sencilla de si alguien está vivo o muerto.

Dicen que el tamaño del corazón es igual al tamaño del puño de cada uno, y lo cierto es que la energía del corazón se expresa en las palmas de las manos, que son como los tentáculos del corazón. Extendemos las manos para tocar, para sentir, para averiguar, para tantear. Abrimos los brazos para acercarnos nuestro corazón y unirlo al de la persona que amamos. Reposamos la cabeza sobre el pecho para dar vía libre al sentimiento y descansar la razón. Pu-bum, pu-bum, pu-bum… es la perfecta armonía.

Del agua al fuego

Para la medicina china el primer impulso de vida es el chi, la esencia de todo lo existente y el impulso de la transformación. Sin el chi nada sucede, y el origen y la esencia del chi provienen del Riñón, el elemento Agua. Esa fuente de vida toma forma y acción partiendo del impulso del chi de Riñón, transformándose en el elemento opuesto: el Fuego, el Corazón. Así se desarrolla el feto, así es el Universo, Yin y Yang, Luna y Sol, Sombra y Luz…. Uno no existe sin el otro.

El corazón es todo amor, es verdad, belleza y bondad. Se le considera el "Emperador" de todos los órganos vitales, el que da vida a los sentidos. Actuar con el corazón en la mano es una demostración de franqueza y sinceridad; tenerlo en un puño refleja un estado de angustia y desesperación; sentirlo tan grande que no cabe en el pecho es sinónimo de generosidad y muestra la bondad que alberga la esencia del Ser.

El corazón lleva el ritmo de nuestros sentimientos, no solo la alegría, sino también la tristeza, el enfado, la ira, la ansiedad, el miedo, la excitación, el disgusto, la preocupación. Aunque la medicina china vincula cada emoción con un órgano concreto, cualquiera de ellas afecta primero al corazón, porque es el corazón quien da el sentido a los cinco órganos sensoriales. Una persona triste no puede sentir la alegría, también el miedo nos cierra a ella, pues el corazón se encoge y se alteran su ritmo y su chi.

Diástole y sístole, expandir y encoger, llenar y vaciar... en cada movimiento el corazón nos recuerda lo que es vivir: relajarse para recibir, impulsar para dar. Es un pequeño universo dentro del cuerpo, la síntesis del origen y del fin.

Vaivenes emocionales

¿Es el corazón solo un músculo que se contrae y se expande para mover la sangre? Entonces, ¿por qué se siente un vuelco en el corazón al recibir una mala noticia? ¿Por qué se desata su ritmo en la ansiedad? ¿Por qué se aquieta cuando ya ha pasado la espera incierta y llega la calma? ¿Por qué se desborda cuando no sabemos lo que le sucede a alguien muy cercano?

La preocupación desordena el corazón, el miedo merma su capacidad, la rabia desata su desarmonía, la tristeza lo ralentiza y la alegría le devuelve su ritmo y su fuerza. ¿Cómo puede un músculo cambiar su estado de tan diferentes maneras? ¿Por qué no lo hacen el riñón o el hígado? Seguramente lo hagan pero no lo notamos tanto porque están gobernados por el corazón, están al servicio del "Emperador" de los sentimientos.

Vivir es una aventura, una aventura en la que lloramos y reímos, pasamos miedo y sentimos rabia, sufrimos el desamor y el encuentro, nos caemos y nos volvemos a levantar, caminamos, corremos, nos paramos para recobrar el aliento, emprendemos de nuevo el largo camino que nos lleva hasta el final, a encontrarnos con la gran entrega de la vida que es la muerte. Mientras tanto, cada latido nos recuerda que vivir y morir están tan sutilmente ligados como el día y la noche. Durante el día vivimos y por la noche, cuando dormimos, estamos haciendo un ensayo de la muerte, porque en el fondo vivimos para morir, y morimos como hemos vivido.

El órgano raíz

Se dice que los chinos no expresamos nuestros sentimientos, pero los expresamos sin parar, sin pensar y sin miedo, los incorporamos en cada palabra. Todos los caracteres chinos vinculados con los sentimientos o los pensamientos tienen como raíz el corazón, porque la cabeza –el cerebro– es el reflejo del corazón y debe estar regida por él. El alma reside en él, así que no es de extrañar que para matar a Drácula se tuviera que clavar la estaca en su corazón y no en su cabeza.

La ciencia ha hecho avances increíbles y ha cambiado la forma de vivir. Parece que se pierde la conciencia de lo que es importante, en cuanto a la esencia, y que cobra cada vez más peso lo material, lo tangible y palpable, que el pensamiento prevalece sobre el sentimiento, que la razón gana terreno a la intuición, las palabras al gesto, la victoria al perdón, ganar a dar.

Aumentan las personas que sufren un ataque al corazón sin tener los síntomas previos y los infartos provocados por un impacto emocional. La cifra de muertes a causa de enfermedades cardiovasculares es la más alta de todas, mientras se vive sintiendo menos y pensando en exceso. Cuidamos los alimentos pero no los sentimientos, porque parece que ser sentimental equivale a ser débil, inmaduro, irracional. El corazón y el alma se asfixian así por hambre, pena, desolación, soledad, incomprensión, frío, vacío, falta de ternura o de apertura.

Porque hoy no se entiende nada si no es visual, al cerrar los ojos, el mundo pierde su forma, y al quedarnos en silencio, pierde su sentido. Entonces nos sentimos agitados y somos presa de la angustia: ya no reconocemos el mundo sin imágenes ni sonido. Al alejarnos tanto de nuestra esencia nos invaden el miedo y el pánico.

La partitura vital

El corazón no solo es un músculo inteligente e incansable sino que es el centro universal del amor, la apertura, la comprensión, el perdón, la aceptación, la fe, la confianza, la conciencia, la luz. Cada latido trasmite amor, cada pálpito absorbe el dolor, la injusticia, la ignorancia, el rechazo, la rabia, la confusión y todo lo que representa la oscuridad. Acoge esos sentimientos y los limpia para devolverlos en forma de sangre nutritiva, pura y sanadora, que envía hasta el último rincón de nuestro ser.

Por eso cuando nos sucede algo, instintivamente inspiramos con el latido del corazón para poder soportar el impacto, y luego lo expulsamos limpio y saneado. Lo hacemos sin saber la razón ni su mecanismo. Es en el corazón, esencia de la vida y la muerte, donde a cada instante caminan a la par la luz y la sombra. En su latido está compuesta la melodía de nuestra vida, aunque no sepamos leer la partitura, tocar su instrumento o cantar su canción. Solo respiramos. Vivimos sin marcar el ritmo, sin darnos cuenta de las notas. A menudo la sinfonía suena sin que el director que la interpreta y la dirige se dé cuenta.

Quienes practican chikung, taichí o yoga saben fundirse con la esencia de lo bello y de lo simple y prestan atención a la respiración. En la meditación budista, el primer paso es cerrar los ojos, permitir que estos observen la nariz, y que la nariz, a su vez, observe el corazón; así de sencillo, así de profundo. Los ojos manifiestan el espíritu y la vivacidad del chi de corazón observándose a sí mismo, sentado, inmóvil, solo permitiendo que la respiración fluya: inspirar, aspirar, diástole, sístole, abrir y cerrar, contraer y expandir, nacer y morir... De ese modo nos conectamos a la conciencia, a la verdad y a la belleza.