En la película Un don excepcional (2017) una niña superdotada es criada por su tío, también con altas capacidades, después de que la madre de la niña (otro genio) la dejara a cargo de su hermano al suicidarse.

El tío desea que su sobrina reciba una educación en la escuela pública rodeada de los niños y niñas de su barrio, mientras la abuela está convencida que debe desarrollar todo su potencial en una escuela especial.

¿Educación especial o inclusiva? Este es a menudo el dilema al que se enfrentan los padres y madres de niños y niñas con altas capacidades.

Esther Secanilla, doctora y profesora en Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, especializada en dar asesoramiento a padres y maestros, explica cómo podemos acompañar a estos pequeños superdotados. Acompaña muchos casos y conoce de cerca su sufrimiento.

“Por eso la idea de escribir Supermentes (Gedisa) era sobre todo dar visibilizar a estos niños y niñas para que todos tomemos conciencia de existen, que forman parte de nuestra sociedad y hay que integrarlos y darles un lugar de la misma forma que nos esforzamos para incluir a aquellos que son menos inteligentes”.

Entrevista a Esther Secanilla

–¿Y cómo acompañarlos bien?
–Lo más importante es tener en cuenta el contexto que les rodea porque lo que puede ser maravilloso en un caso, en otro contexto no resulta igual. En general, se podría decir que cuanto más se normalice la situación mejor. Estos niños y niñas no deben arrancarse de su entorno habitual ni del lugar donde han nacido, pero para que ello sea viable el entorno también debe ajustarse a ellos.

La escuela debe ser inclusiva y adaptarse tanto a las necesidades de los niños y niñas con dificultades para aprender como a estos niños y niñas que procesan la información de una forma diferente y la recuerdan y expresan también de una manera distinta. Pero esto en muchas ocasiones no está ocurriendo. Necesitamos transformar la escuela para que sea apta para todos y proporcione una atención especializada y personalizada.

–¿Cuáles son los errores más habituales en este acompañamiento?
–Cuando estos niños no reciben los estímulos y retos que necesitan, se aburren y acaban fracasando en la escuela, sobre todo en la adolescencia. Esto es lo más frecuente. La escuela debería proporcionarles la posibilidad de profundizar sobre lo que están aprendiendo a ser posible en la misma aula que están sus compañeros de la misma edad. La aceleración de curso es una opción, pero depende del entorno y de si se llevan bien o no con sus compañeros. Pasa también a menudo que los niños y niñas con altas capacidades son maltratados por sus compañeros.

–¿Uno de los mitos les rodea que no siempre saben relacionarse bien con los demás?
–Decir siempre o nunca es lo que crea los mitos. Lo cierto es que ni todos los niños con altas capacidades sufren maltrato por parte de sus compañeros ni todos se relacionan bien. Es importante al realizar la evaluación del caso y antes de emprender cualquier actuación ver si existe una disincronía, es decir si el niño o la niña presenta un desajuste entre sus capacidades intelectuales y sus capacidades emocionales.

–¿Es siempre necesario realizar un diagnóstico? ¿El peso de etiquetar al niño o niña como “superdotado” no puede ser demasiado para él o ella?
–Suele ser necesario un diagnóstico porque los peores problemas surgen cuando los desatendemos porque no sabemos que estamos ante un niño o niña con altas capacidades. Los niños con altas capacidades que tienen un desarrollo por encima de la media en todas las áreas, de manera más o menos uniforme, suelen pasar desapercibidos y sufrir pocos problemas de adaptación. Son ellos los que se adaptan.

También puede ocurrir que su contexto les ha sabido acompañar bien de manera natural. Pero sin un diagnóstico previo es más complicado aconsejar un abordaje adecuado en un niño que presenta unas altas capacidades en una sola área (un talento). Por otra parte, diagnosticar no debería servir para etiquetar y ya está, sino para orientar la actuación de los padres y de la escuela. Debe ser un diagnóstico vinculante para su desarrollo escolar. Si nuestras escuelas fueran respetuosas con las particularidades de cada niño, tal vez no sería necesario, pero no es la realidad.

"Deberíamos transformar la escuela en un lugar más flexible con unos maestros que miraran a cada niño para saber lo que necesita."

–¿Cómo hacer un buen diagnóstico?
–El diagnóstico debe derivarse de un trabajo interdisciplinar y común por parte de todos los profesionales y familiares que están en contacto con el niño. Es crucial que todos vayan a una, pero aún suele existir una importante disociación entre padres y escuela y una falta de fluidez en la comunicación entre ellos. No basta ni con hacer un test ni con limitarse a la observación.

Los pasos a seguir son: hacer una evaluación por parte de la escuela (maestros, equipo psicopedagógico de la escuela , etc.), evaluar los trabajos escolares, la relación que tiene con sus compañeros, hacer entrevistas a los padres y aplicar el sentido común. Una vez sospechamos que estamos ante un posible caso de altas capacidades, debemos acudir a un centro especializado en diagnóstico de altas capacidades para realizarlo. A partir de este diagnóstico se podrán determinar las pautas a seguir, pero se deberá hacer un seguimiento, pues la persona va cambiando y también sus necesidades.

–¿Hay muchos superdotados escondidos tras el fracaso escolar?
–Sí porque se realizan muchos diagnósticos erróneos al confundir los niños con altas capacidades con niños que sufren TDHA, por ejemplo. El TDHA se diagnostica con demasiada ligereza y a veces se medica sin que siempre sea necesario. Se trata intentar comprender en cada caso lo que está pasando realmente. Sólo la estructuración lingüística del niño o de la niña ya te puede dar una gran información, además de su estado emocional y entorno más próximo.

–¿El papel de los padres puede compensar las dificultades a las que puede enfrentarse un niño o niña con altas capacidades?
–El papel de los padres es determinante porque estos niños sienten que no acaban de encajar en el mundo y esa sensación les acompaña en muchos momentos de su vida. Lo que más repito a los padres es que miren a su hijo, que lo miren limpiamente sin prejuicios y sin pensar en aquello que querrían que fuera y no es, sino aceptando lo que es y reconociéndolo.

"Es importante escuchar a nuestros hijos y crear espacios de comunicación, pero también de silencio."

Parece que estamos cerca de ellos, pero en realidad estamos muy lejos de los que nos rodean porque no sabemos parar a escuchar, a simplemente estar y compartir. En algunas escuelas se ha introducido el mindfulness con muy buenos resultados. He enseñado técnicas de relajación y de meditación a profesores de instituto muy reacios a aplicarlas en sus clases que, tras hacerlo, me han venido a explicar lo bien que les ha funcionado. Parar es muy importante.

–¿Los profesores están preparados para atender a los niños y niñas con altas capacidades?
–El discurso de la queja es el más frecuente entre ellos. Otras veces te piden un guión con todas las pautas reclamando una receta mágica que lo solucione todo. En la formación inicial que reciben se dedica muy poco tiempo a ver cómo atender a los niños con altas capacidades. En Zaragoza y en La Rioja se están llevando a cabo iniciativas muy interesantes para detectar precozmente a estos niños y dar una formación continuada a los maestros para atenderlos con unos protocolos y recursos pedagógicos adecuados.

Los niños y las niñas tienen unas cien maneras de pensar y en cambio en la escuela sólo nos quedamos con una, la manera cognitiva. Gardner, el primer autor que habló de inteligencias múltiples, ha recibido muchas críticas, y aunque él mismo reconoció que no es que tengamos inteligencias múltiples sino más facilidad en un ámbito que en otro, esto nos ha ayudado a sacar más partido de estas diferencias, sobre todo en las empresas. De hecho ya se realizan cada día más los currículos a partir de las competencias.

–¿Podría contar algún caso de un niño o niño con altas capacidades que haya atendido?
–Tuve el caso de un niño víctima de bullying en la escuela durante mucho tiempo sin que esta interviniera. Llegaba destrozado a casa y desde P3 le costaba ir al colegio. A pesar de todo fue pasando cursos. En primero tuvo suerte porque encontró una maestra que le acompañó bien y le ayudó, pero en tercero el maltrato de sus compañeros se agravó. La escuela se negaba a hacerse cargo de las necesidades especiales de este niño, así como a intervenir en el acoso escolar; así que pronto empezaron las malas notas de lo que la escuela culpaba a los padres. Tras el diagnóstico que afirmaba las altas capacidades del niño la escuela seguía en su línea reacia a darle la atención especial.

Finalmente los padres cambiaron al niño de centro escolar, algo que querían evitar, y con el cambio, sin aplicarse una aceleración de curso, con el diagnóstico por fin la escuela atendió a su hijo adecuadamente. Ahora cursa tercero de la ESO y se encuentra bien al lado de sus compañeros mientras el instituto hace lo posible para darle el apoyo que necesita y realizando una adaptación curricular. ¿Es un caso de éxito? Ya veremos la evolución.