La escritura terapéutica consiste en escribir para nosotros mismos. ¿Para qué? “Escribimos para quitarnos imágenes dolorosas. Para asentar un hecho extraordinario. Para plantear un problema. Para aceptar la ruptura de lo perfecto o de lo que uno cree perfecto. Para atravesar un túnel. Para trascender...” , afirma la pionera de este enfoque, Silvia Adela Kohan, en el libro La escritura terapéutica.

Antes de la popularización de los ordenadores, de la existencia de los blogs y las redes sociales, muchos adolescentes tenían un diario personal que se cerraba con una minúscula llave. Allí vertían las experiencias más inconfesables, sus sentimientos, reflexiones sobre la vida que no querían compartir con nadie.

Y es que al escribir ponemos nombre a nuestros miedos, lo cual nos permite reconocerlos, diseccionarlos y enfrentarnos a ellos. Plasmamos nuestras contradicciones, y así tenemos la oportunidad de esclarecerlas. Damos expresión a nuestros deseos y anhelos más profundos, cosa que nos facilita encontrar una manera de alcanzarlos. Grandes genios de todas las disciplinas han escrito en un papel o un cuaderno aquel problema que no podían resolver, y ese sencillo acto ha activado la creatividad que, tras un tiempo de maduración, ha hecho emerger la respuesta.

¿Por qué escribir resulta tan sanador?

La mente es una centrifugadora de ideas que funciona a toda velocidad. Algunos investigadores han calculado que podemos albergar hasta 60.000 pensamientos diarios, y muchos de ellos se confunden en una amalgama de ideas, sensaciones y emociones que bullen en nuestro interior como un enjambre de abejas enfurecidas.

Cuando nos ponemos a escribir, es imposible plasmar todo eso en el papel o el archivo de texto, porque la mente va mucho más rápida que la mano –o las manos, si escribimos a ordenador–, y ahí reside la magia. Esa diferencia de velocidades es la que hace que debamos elegir la información esencial y descartar todo el resto. “Escribir es cribar”, afirma el autor y conferenciante Álex Rovira.

Si escribes sobre la relación con tu padre, por ejemplo, del sinfín de experiencias que habéis compartido, del tapiz de complejos sentimientos que dan forma al mapa de vuestra relación, vas a tener que tirar de un solo hilo. Y así, llevando el pensamiento –y el corazón– a lo esencial, acabarás encontrando el camino en medio del bosque.

No lo escribimos todo: elegimos lo trascendental. Esa es la magia

Muchas personas necesitan escribir lo que sienten para entenderse. Y, además, la alquimia de la escritura les permite asimilar experiencias duras e incluso sanar trastornos. Cuenta Silvia Adela Kohan en su ensayo que escribiendo Funes el memorioso, Borges superó su insomnio y que Isabel Allende alivió su dolor por la muerte de su hija al escribir Paula.

Cómo aprovechar el poder sanador de la escritura

El papel –o la hoja del procesador de textos– es una pista de despegue, un terreno fértil que cultivar donde tal vez al principio no crezca nada, pero con el tiempo brotan los frutos más dulces. A medida que practicamos la escritura, esta herramienta se vuelve más poderosa y transformadora, como apunta la novelista de fantasía Jane Yolen: “Ejercita los músculos de la escritura cada día, aunque solo sea una carta, unas notas sueltas (…) o una entrada en tu diario. Los escritores son como bailarines, como atletas. Sin ese ejercicio, los músculos se contraen.”

Si has decidido ejercitar los músculos de la escritura, los consejos que siguen te ayudarán a que la experiencia sea altamente terapéutica:

  • 1. No te juzgues mientras escribes. No debes caer en la tentación de corregir o rescribir lo que estás plasmando. Sería un freno pararte a sacar conclusiones en medio de la escritura. Su poder terapéutico está en “soltar” lo que llevas dentro sin censuras, abrir las compuertas del pantano interior. En el futuro, cuando lo leas de nuevo, ya podrás sacar tus conclusiones.
  • 2. Sé valiente. No hay tema que sea tabú ni que haya que apartar en la escritura terapéutica, ya que si está llamando a las puertas de tu atención es justamente porque debes prestarle atención. Silvia Adela Kohan dice que: “Para escribir no se puede ser cobarde”. Escribimos para descubrir lo que late en lo más profundo de nosotros, para contarnos lo que no nos atrevemos a expresar de otro modo.
  • 3. Busca tu propia voz. Lo que hayan escrito otros puede ser una inspiración, pero no un camino a seguir. Cada persona tiene su propia forma de expresarse y la función de la escritura creativa es descubrirlo. Algunas personas prefieren las frases cortas, porque les permiten sintetizar lo que piensan. Otras se exploran mediante largos circunloquios. Todos los caminos son válidos.
  • 4. Hazte preguntas directas. Si no sabes de qué escribir, pero quieres ejercitar estos músculos, hacerte preguntas personales directas puede llevarte a importantes descubrimientos. Algunos ejemplos: ¿Qué me da miedo en este punto de mi vida y por qué? ¿Cuál es la existencia que me gustaría estar viviendo, en lugar de la que ahora tengo? ¿Qué cosas importantes estoy dejando de hacer por atender a lo urgente?
  • 5. Escríbete una carta. Mario Reyes propone el ejercicio de redactar un resumen biográfico vital, como si ya hubiéramos muerto y una persona externa recordara lo mejor de nosotros. Porque esta es la cuestión: ¿cómo te gustaría ser recordado?, ¿qué te queda por hacer para que tu vida pueda ser contada de este modo? “La buena noticia”, comenta este coach nacido en Uruguay al terminar el ejercicio, “es que estás vivo: puedes hacerlo”.
  • 6. Con el tiempo, relee tus escritos. Resulta esclarecedor revisitar un texto personal pasado un tiempo, ya que revela qué avances hemos logrado y qué supuestos problemas dejaron de existir sin tener que hacer nada especial. Echar una ojeada a nuestros viejos escritos nos da la mirada de un arqueólogo que interpreta el pasado. Comprender de dónde vienes te ayuda a darte cuenta de dónde estás ahora para decidir qué hacer con el resto de tu vida