1. No intentes cambiar el pasado

Aceptar el pasado implica hacer las paces con lo que sucedió, dejar de pelear contra ello, dejar de intentar cambiarlo. Todos sabemos que el pasado es inmodificable, pero a veces parece que pretendamos justamente eso, modificarlo.

Queremos lo imposible y eso produce malestar. Para aceptarlo, tendremos que trabajar sobre el deseo de que fuera diferente.

Algunos sabios dirían que hay que eliminar ese deseo por completo, pero tal vez nos alcance con disminuir su intensidad. ¿Cuánto? Lo suficiente para decir: “Puedo vivir con ello”.

2. Jugar con hipótesis no sirve de nada

Uno de los modos en los que intentamos cambiar el pasado es armando escenarios hipotéticos: “Si hubiera salido antes…”, “Si hubiera hecho esto en lugar de aquello…”, “Si le hubiera dicho tal cosa…”. Estos artilugios mantienen viva la ilusión de que las cosas podrían ser distintas de lo que son.

En el fondo, se sostienen en una gran omnipotencia: primero porque suponen haber sabido en aquel momento lo que sabemos ahora (después de ver cómo resultaron las cosas) y segundo porque suponen que, de haberlo sabido, podríamos haber manejado el devenir de las cosas a voluntad. Como siempre, la pretensión de omnipotencia acaba en la impotencia.

3. Deja de pretender justicia

Una creencia que nos estanca en el pasado es la idea de que es injusto. Así, le reclamamos a alguna entidad superior (Dios, el estado, el universo) que haga justicia. Que nos dé una realidad acorde a lo que nos merecemos. Si no sucede, nos llenamos de resentimiento.

Los místicos creen que las cosas son justas, pero de un modo que no podemos comprender. Para los que, como a mí, este enfoque no resulta convincente, hay otro: aceptar que la vida no es justa y que no tiene por qué serlo.

Las desgracias a veces nos tocan aleatoriamente. Se trata de ver qué hacemos con lo que nos ha tocado.

4. Antes de aceptarlo, pensarlo

Si no aceptamos el pasado, pensamos todo el tiempo en lo que fue o en lo que sucedió. Los remordimientos, las imágenes y las preguntas sin respuesta vuelven una y otra vez a nuestra mente.

Cuando logramos aceptarlo, podemos permanecer en el presente. Sin embargo, que esa sea la consecuencia no significa que ese sea el método para lograrlo. De nada sirve repetirnos: “No pienses en ello”. Aunque lo consigamos, más temprano que tarde, los recuerdos regresarán.

Antes de poder no pensar en el pasado tendremos que pensar bastante en ello.

5. ¿Hasta qué punto eres responsable?

Una cuestión de capital importancia para aceptar el pasado es delimitar nuestra responsabilidad en lo que sucedió. Debemos diferenciar qué aspectos nos atañen, pues han tenido que ver con nuestras decisiones o acciones, y cuáles no.

No es sencillo. A veces la responsabilidad es parcial o colateral. No está en lo que sucedió sino en haber contribuido a las condiciones que lo posibilitaron o hicieron más probable.

En ocasiones, la respuesta a “¿Cuál es mi responsabilidad?” es “Ninguna”. También es importante saber si solo es algo que nos sucedió. No hacerse cargo de las responsabilidades propias genera sufrimiento, hacerse cargo de las que no lo son, también.

6. Descubre para qué lo hiciste

Una vez que hemos delimitado nuestra responsabilidad, podremos preguntarnos para qué hicimos lo que hicimos.

Es sabido que este “¿Para qué?” suele ser una pregunta mucho más conducente que un “¿Por qué?”. Entonces contestemos a: “¿Cuál era mi intención?, ¿qué buscaba con ello?, ¿qué esperaba?, ¿me estaba defendiendo de algo o evitando algo?”.

Es necesario buscar las respuestas con avidez y estar dispuestos a observarnos con honestidad. Algunas veces, las verdaderas motivaciones pueden ser difíciles de aceptar.

7. ¿Qué harías hoy sabiendo lo que sabes?

Sea con respecto a lo que hicimos o a cómo lidiamos con ello, podemos preguntarnos: “¿Quisiera hacer algo distinto hoy?”. Puede que sí, puede que no. En unas ocasiones solo reafirmaremos lo que hicimos. El alivio que viene con ello no es menor. En otras, lo cuestionaremos.

Decir: “Hoy haría otra cosa” es distinto de arrepentirse. En la misma situación, sabiendo lo que sabíamos y siendo quienes éramos, forzosamente volveríamos a hacer lo mismo, por eso no hay reproche en ello. Sin embargo, con lo que ahora sabemos, haríamos otra cosa. ¿Qué haríamos hoy?

8. Extrae algo valioso de ese pasado

Si el pasado vuelve a nuestra conciencia, es porque algo de nuestro presente lo invoca. Puede ser que ese pasado haya dejado un vacío que no conseguimos llenar, puede ser que lo que se frustró entonces continúe insatisfecho, puede ser que los remordimientos nos persigan…

De cualquier modo, sea lo que sea, se hace necesario extraer algo valioso de ese pasado. Quizá es un aprendizaje, quizá es el agradecimiento por lo que vivimos entonces, quizá es algo de lo que ya no está que vive en nosotros, quizá es un nuevo modo de enfrentarnos a ciertas situaciones, quizá es, simplemente, una comprensión más cabal de quiénes somos.

9. Las cicatrices son un mapa para el futuro

Las cicatrices, los dolores que el pasado nos deja, son como un mapa. Nos señalan por dónde ir para no perdernos. Nos advierten de los peligros, sugieren nuevos rumbos y, en ocasiones, hasta algunos atajos.

“Las cicatrices pueden ser útiles –dice el profesor Albus Dumbledore en el primer libro de la saga de Harry Potter–, yo mismo tengo una en la rodilla que es un mapa perfecto de los subterráneos de Londres”.

Cuando no batallamos con lo que fue, podemos disponer del mapa del pasado para orientarnos hacia un mejor futuro.