El tema de la infidelidad suele desencadenar intensas emociones en la mayoría de nosotros. Por lo común, no somos tibios con nuestras opiniones: “Es algo imperdonable”, “En un caso así no hay marcha atrás”, “El infiel no es buena persona”, “Quien busca afuera es porque no está satisfecho en casa”... son algunas de las frases categóricas que suelen escucharse.

Ser fieles es algo cultural

La fidelidad parece ser algo intocable, sagrado, la base misma de lo que habitualmente llamamos amor o, cuando menos, la base de lo que entendemos por una pareja. Sin embargo, es importante reconocer que la fidelidad como condición de la pareja es una construcción social –y relativamente nueva, de hecho– y no una particularidad inherente al ser humano o a las relaciones románticas. Prueba de esto es el hecho de que, en otros tiempos y otras culturas, el amor, el sexo y el compromiso eran tres cuestiones bien distintas que se buscaban y se satisfacían en espacios y personas también diversos.

La fidelidad como condición de la pareja es una construcción social y relativamente nueva

Los pueblos modernos de Occidente somos los primeros en la historia de la humanidad en intentar unir las dimensiones del amor, el sexo y la perspectiva familiar en una sola relación y en una sola persona. Es, sin lugar a dudas, un gran desafío. Y es posible que, si lo conseguimos, los resultados sean maravillosos. Seguramente. Pero no debemos olvidar que no es tarea fácil la que nos proponemos.

Una necesidad de cambio en las relaciones

Es habitual creer que alguien que ha sido infiel demuestra una falta de amor hacia su pareja. Sin embargo, no tiene por qué ser así necesariamente. En mi práctica clínica he conocido a muchos hombres y mujeres que eran o habían sido infieles y decían sinceramente amar a su mujer o a su marido. Lo que sucede es que con los amantes a menudo se consigue dejar de lado las preocupaciones y los roles cotidianos: se está con él o ella simplemente por el placer de estarlo.

La mayoría de las veces quien comete una infidelidad lo que busca es un cambio de contexto, no de pareja

Solemos pensar que quien es infiel ha elegido a otra persona. Pero la mayoría de las veces quien comete una infidelidad lo que busca es un cambio de contexto, no de pareja. Este es el motivo por el que, en ocasiones, quien rompe una relación para irse con su amante al cabo de un tiempo piensa que se ha equivocado; siente que le vuelve a suceder lo mismo. Quizá el secreto sea convertirse en amantes (es decir, desconocerse) de vez en cuando para satisfacer esa necesidad de encuentros que no están al servicio de nada, sino que son un fin en sí mismos.

Acuerdos de lo íntimo

Por eso no doy crédito a todas esas frases tajantes y supuestamente incuestionables respecto a la infidelidad. Más bien creo que cada pareja debe establecer su propia postura, absolutamente particular, respecto a la fidelidad y la infidelidad, desatendiendo en la mayor medida posible los mandatos sociales que pesan sobre cómo debe ser y comportarse una pareja.

En términos generales, la infidelidad consiste en que uno dé a una tercera persona lo que estaba destinado exclusivamente a su pareja; establecer qué cosas son exclusivas y cuáles no es un pacto al que ambos deben llegar.

El amor en la balanza

De todos modos, hay algo importante a tener en cuenta: aun cuando estos acuerdos a los que lleguemos se rompan, no deberíamos lanzarnos a juzgar al otro ni a nosotros mismos, sea cual sea el papel que nos haya tocado vivir. No deberíamos perder de vista todo lo que sí existe en nuestra relación. El descubrimiento de una infidelidad no es razón, en sí misma, para decidir una separación.

Quizá el secreto sea que la pareja se convierta en amantes (es decir, se desconozcan) de vez en cuando

Seguramente será motivo de dolor y nos obligará a repreguntarnos sobre los acuerdos, las expectativas y las actitudes dentro de la pareja. Pero en cualquier caso, es muy posible que el amor que nos une sea mucho más fuerte que las vacilaciones que ese descubrimiento pueda traer. Pensar que todo lo que ha construido una pareja que lleva cierto tiempo junta se borra de un plumazo o deja de tener valor porque uno de los dos ha encontrado placer sexual o contención emocional en los brazos de otro me parece una ingenuidad o, peor aún, un acto de displicencia.

Continuar juntos después de una infidelidad tiene sus dificultades, por supuesto. Uno de los desafíos es no sentir –tanto el uno como el otro– que el infiel está en falta y debe compensar al otro “portándose como un buen chico (o chica)” hasta que este decida, si alguna vez lo hace, liberarlo de la culpa. Sin embargo, toda crisis es una oportunidad; si a pesar de todos los escollos la pareja acaba superándola, puede emerger renovada y fortalecida.

Desatender las críticas

Hay personas poco sensibles, opinadores de casos ajenos, que frente a estas situaciones dicen cosas como: “Cuerno consentidor es dos veces cuerno”. La mejor opción, sin duda, será hacer oídos sordos, ignorar las palabras de todos aquellos que acusan de pusilánimes o tontos a quienes hemos aprendido a perdonar una infidelidad o a convivir con la posibilidad de que esta haya tenido lugar.

Son estos mismos y nefastos personajes los que espolean la desconfianza, la vigilancia y el hostigamiento. En palabras de Mario Benedetti, “hay que compadecerlos: no saben lo que hacen”. No saben que la confianza y la compasión son cobijos sin los que una pareja tendrá más dificultades en las épocas de tormenta que de, un modo u otro, habrá de atravesar.