Son muchas las voces que, en estos días de pandemia y confinamiento, dibujan un panorama en el que, frente a la libertad individual, está ganando el control socio-político justificado por el bien común de la salud de la población. A partir de ahí se hace una proyección hacia el futuro en el que, supuestamente, seguirían prevaleciendo esas regulaciones externas e internas.

Sin embargo, se abre una rueda de interrogantes respecto a lo que vendrá después. ¿Podemos predecir nuestro comportamiento a partir del momento excepcional que vivimos?

Es cierto que desde el proclamado “estado de alarma” por el coronavirus hemos integrado toda una serie de reglas de restricción de libertad de movimiento, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás, impensables anteriormente. Pero, ¿qué ocurrirá tras el desconfinamiento? ¿qué otras fuerzas nos moverán?

Personas en sociedad

El escritor y activista Paul B. Preciado realizaba un análisis de la situación de control en estos días, bajo la mirada de lo que se ha llamado la biopolítica. Es decir el cómo las instituciones de poder utilizan nuestros cuerpos para ejercer en ellos políticas de control social.

El concepto procede del filósofo Michel Foucault que divide ese dominio en un macropoder, aquel de las estructuras del Estado, y un micropoder, como la familia o las escuelas, que serían réplicas y cadenas de transmisión de ese vigía central.

Observamos la manera en que, dependiendo del líder político que toma unas u otras medidas sobre esta crisis, surgen defensores u opositores a ultranza de esas decisiones. Incluso podemos decir que, a medida que han ido avanzando los contagios, la identificación con las disposiciones más severas han calado en la gran mayoría de personas.

Las personas no somos solo un organismo que queda invadido por un virus y sobre el cual cabría un control estrictamente médico o político.

No somos únicamente un cuerpo. Tampoco exclusivamente miembros de una comunidad o país. Somos una combinatoria de cuerpo-mente que, ya desde Descartes, se ha pretendido como dualidad separada y disjunta, que además, vive en sociedad.

Lo que atraviesa la historia es, precisamente, el cómo articulamos esas vertientes de nuestra existencia.

Una lucha con nuestro yo más visceral

La mente humana no puede entenderse como algo impersonal, programable o separable, sino que está en continua relación con nuestros sentimientos ejerciendo un papel fundamental en nuestras vidas.

No podemos dejar fuera el deseo del contacto con lo orgánico, con lo visceral, con lo que nos apasiona o entristece y su expresión física, con las caricias y abrazos. Y de esto también estamos siendo testigos.

No todos los ciudadanos han obedecido, estrictamente, las órdenes de confinamiento, a pesar de la censura y castigo social. Eso nos puede dar una idea de que en las personas se mueven otras fuerzas que no son solo los de la obediencia.

Por tanto, en el desconfinamiento parece bastante probable que, si bien el miedo al contagio seguirá durante bastante tiempo, también podremos prever que pueda perder peso y en algunas personas ganen terreno las ganas de reunirse y compartir, en vivo y en directo, todas las emociones hipotecadas en casa de cada uno.

Cuando todo esto termine

Romper el individualismo del cual procedemos, así como el alejamiento físico que ha ido creciendo en las últimas décadas con las tecnologías, puede ser una de las maneras de resolver este síntoma social de dejar fuera a los cuerpos y sus afectos.

El deseo es la esencia de lo humano, y eso tendrá que abrirse camino tras una situación crítica como la actual.

Esto no quiere decir que, en el nivel individual, no puedan producirse tensiones por la lucha entre el control absoluto del contagio y el sentirse libres.

Va a depender mucho del carácter o personalidad que se tenía previamente.

Seguramente aparecerán sistemas psicológicos reactivos como fobias, también pueden agudizarse las paranoias, o los obsesivos necesitaran más rituales para sentir que nada se les escapa, o la tristeza invadirá nuestra existencia. Pero también habrá quienes alzaran su voz contra restricciones o discriminaciones que atenten contra la libertad personal.

No hemos de olvidar que un síntoma, desde el punto de vista psicoanalítico, tiene una vertiente progresiva. Quiere decir que es un recurso del ser humano frente al sentimiento o realidad de verse privado de su deseo. Es la salvaguarda de los sujetos frente a ser utilizados como meros objetos, y esto, aunque esté basados en una razón o causa común.

Hacia un mundo más humano

Debemos extraer lecciones de esta experiencia extrema. Una de ellas es la de articular el saber cuidarnos con el cuidar a quienes están a nuestro alrededor, y ya no por una imposición coyuntural, sino porque hayamos logrado colocar en su justo lugar, a quienes estimamos, que son una parte de nosotros mismos.

Revisemos cuanto tiempo dedicábamos a los nuestros. Que, en realidad, todo lo que consumíamos, era un acto de libertad o de alienación. En manos de quién hemos dejado el cuidado de nuestros ancianos. Cuáles son los valores que tienen que primar en nuestra sociedad.

Revisemos si estamos batallando por un mundo más humano, o nos estamos dejando arrastrar por una masa amorfa y autómata que vive solo de órdenes y apariencias.

La libertad no es algo absoluto sino que siempre estará vinculado con una determinada posición ética frente a uno mismo y nuestros deseos, también frente a los otros, y con las instituciones de las que nos dotamos como sociedad. Hay mucho por aprender y hacer.