1. Cambiar rencor por gratitud

Como decía Buda: “Aferrarse a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de lanzarlo contra otra persona, el único que se quema eres tú”. Mientras alimentemos el resentimiento hacia la otra persona, el cúmulo de emociones dolorosas no nos dejará pasar página. Estaremos anclados a la negatividad.

Si cambiamos el enojo por la gratitud, reconociendo las cosas buenas que sucedieron y todo lo que aprendimos, la amargura se transformará en experiencia positiva.

2. Desearle lo mejor

Incluso cuando la ruptura se produce por la aparición de otra persona, tras la ira inicial, resulta muy terapéutico despedir al otro con buenos deseos, aunque sea desde un nivel interior.

Como postula la Teoría U de Otto Scharmer: “Si no dejas ir lo viejo, no podrá llegar lo nuevo”. El enfado nos vincula a la otra persona, por lo que practicar lo contrario, deseándole incluso suerte con su nueva pareja, será altamente liberador.

3. Practicar el kintsugi

Así como los artesanos japoneses no tratan de ocultar las roturas, sino que las destacan con pasta de oro, ser conscientes de nuestro pasado nos empodera para vivir mejor a partir de entonces.

Para ello, en lugar de barrer bajo la alfombra lo que sucedió, merece la pena sanarlo a través de la conversación con buenas amistades o incluso con un terapeuta. Escribir nuestra historia es otra forma de entender qué sucedió y por qué, quién eras entonces y qué puedes ser a partir de ahora.

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4. Hacer autocrítica

La llamada “plegaria de la serenidad” de Reinhold Niebuhr pide “serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.

Dado que no podemos cambiar a los demás, la sabiduría está en saber qué podemos cambiar en nosotros para que nuestra siguiente relación sea mucho mejor.

Ello implica dejar de buscar culpables y trabajar por nuestra propia evolución. Reconociendo nuestras imperfecciones, podremos hacerlo mejor a partir de entonces, empezando por la elección de nuestros compañeros de vida.

5. Escribir una lista

Yo mismo, el autor de este artículo, tras un periodo de soledad, seguí el consejo de mi terapeuta de poner en un papel qué cualidades me gustaría que tuviera mi futura pareja.

En un acto mágico, doblé esa hoja y la puse en un sobre junto con dos entradas para un concierto de Lang Lang que tendría lugar seis meses después. La guardé bajo la tapa del piano y me dije que iría acompañado de la persona adecuada para mí.

Y así fue, y aunque no se correspondía con mi “retrato robot”, este ejercicio previo puso de relieve lo que no quería en mi vida.

6. Dar valor a la soledad

En una de las escenas más reveladoras de la película Boyhood, Ethan Hawke consuela a su hijo adolescente, que acaba de ser abandonado por su primera novia, diciendo: ”Tú haz algo de valor y habrá cola en la puerta de tu casa”.

Dado que, cuando la ruptura no es deseada, nuestra autoestima se resiente, para elevarla necesitamos hacer cosas por nosotros mismos que nos enriquezcan.

Una persona que se siente orgullosa de sí misma no necesita encontrar a otra pareja como sea, a modo de muleta, y, paradójicamente, sin esta ansiedad resulta mucho más fácil que surja el amor.

7. Reforzar las amistades

Al terminar una relación sentimental resulta muy sanador buscar el apoyo de los amigos para compensar el vacío que sentimos. No se trata de utilizarlos como parche, ni aún menos de cubo de la basura para los reproches contra los “ex”, sino que nos brindan la oportunidad de cultivar las relaciones humanas de forma profunda y desinteresada.

En ese sentido, ser un buen amigo es una buena preparación para, cuando sea el momento, lograr una relación de pareja sólida.

El novelista Alberto Moravia afirmaba: “La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea”.