Carl Rogers (1951-1957) fue el primero en defender que la psicoterapia era efectiva no tanto por el empleo de determinadas técnicas, sino por el tipo de relación que se establecía con el paciente. Ser empático, congruente, cálido y aceptar positiva e incondicionalmente al paciente serían las características fundamentales que debería tener el terapeuta.

En efecto, los datos proporcionados por la investigación sobre la distinta eficacia de las psicoterapias han demostrado que la mayoría de los tratamientos estudiados no presentan grandes diferencias de resultados entre sí. En este artículo, nos lo explica la psicóloga Anna Rodríguez Ximenos.

Por Anna Rodríguez Ximenos

La terapia es un viaje

Muchos terapeutas utilizan la metáfora del viaje para ilustrar el proceso terapéutico. Se planea, se consideran distintas etapas y abordajes según los objetivos y se contempla la posibilidad de cambiar el itinerario si se considera adecuado. Cada paciente es único y cada relación terapéutica distinta a otra.

Se trata de brindar seguridad psicológica, empatía, acompasamiento, química, respeto, amor, paciencia, presencia, estar atento a los matices y ser sensible a lo que no se dice. En el viaje, la relación que se crea entre terapeuta y paciente es diferente de cualquier otra: el terapeuta se interesa genuinamente por el paciente, pero no forma parte de sus relaciones interpersonales cotidianas.

Se trata de un viaje compartido, intenso, singular e irrepetible entre dos subjetividades, en el que ocurren constantes entrecruzamientos de esquemas y donde se reflejan las múltiples narrativas personales de ambos.

Un hilo invisible entre paciente y terapeuta

La psicoanalista Jessica Benjamin apunta que la negociación entre estas dos subjetividades, tan distintas, constituye el núcleo del mecanismo del cambio en el paciente y el corazón mismo de la terapia. Movimiento que se forja no solo desde el intelecto sino fundamentalmente desde el sentir, lo cual permitirá que los ecos de la experiencia perduren y que los cambios sean más estables y profundos.

El hilo invisible que se arma entre el paciente y quien lo atiende es lo que definiríamos como vínculo terapéutico.

De la calidad de este depende que el viaje llegue a buen término. Establecer un buen vínculo debería ser el objetivo inicial de cualquier terapia. Se trataría de crear un lugar seguro, donde el paciente pueda experimentarse a sí mismo, al mundo y sus relaciones dinámicas. Un buen vínculo es la base para comenzar a trabajar. Sin esta, difícilmente se puede construir nada.

Aunque, como señala el profesor Edward S. Bordin, las rupturas y dificultades en el vínculo terapéutico son inevitables y una de las habilidades terapéuticas más importantes consiste en el manejo de estos procesos y la capacidad de reparar rupturas en la alianza.

Lo que hace posible el viaje del terapeuta con el paciente es su capacidad para descifrar y, en su caso, reconstruir los mapas cognitivos y emocionales que este despliega ante él; por su parte, lo que vuelve real, y curativo, el viaje del paciente con su terapeuta es la confianza de que puede navegar junto a él sin la angustia del naufragio, sin ese miedo a zozobrar que define la vida del que está pidiendo ayuda.

El buen vínculo terapéutico es el contrato implícito que el terapeuta y el paciente firman para emprender ese viaje, ese firme hilo invisible que les une en su voluntad compartida de llegar lejos juntos.

¿Son más efectivas las terapias si existe este vínculo?

Según la conocida revisión de los profesores David Orlinsky y Kenneth I. Howard (1986), los estudios hechos hasta ahora sugieren que la calidad positiva del vínculo relacional entre paciente y terapeuta está más claramente relacionada con la mejora del paciente que cualquiera de las técnicas de tratamiento particulares usadas por los terapeutas.

Jeremy D. Safran y Christopher Muran (2005) aún van más lejos y señalan que “después de 50 años de investigación uno de los hallazgos más sistemáticos consiste en que la calidad de la alianza terapéutica es el predictor más robusto del éxito en un tratamiento”. El psiquiatra Jerome Frank planteó la existencia de seis factores comunes en todas las terapias de éxito:

  • Ayuda que haya una relación de confianza con el profesional. El paciente debe exponer sus problemas, sentimientos y fantasías sintiéndose seguro de que todo se tratará con plena confidencialidad.
  • Una explicación racional de los problemas del paciente y del tratamiento para su solución. Ayudar a dar sentido y estructurar, al menos en parte, los estados de desorden interior debería ser uno de los objetivos principales de la terapia.
  • Proporcionar nueva información acerca del origen y la naturaleza de los problemas y de las formas de tratarlos.
  • La esperanza del paciente de encontrar ayuda en el terapeuta.
  • Tener experiencias de éxito en el curso de la terapia, y así fortalecer la sensación de control y el sentimiento creciente de confianza en sí mismo del paciente y de que es alguien capaz.
  • Facilitar la activación emocional. Descubrir los sentimientos que son centrales para comprender la experiencia del paciente en relación con sus problemas.

Cualquier terapia es un viaje en el que ambos, terapeuta y paciente, han de sentirse cómodos el uno con el otro. Si eso no sucede, y más allá de buscar culpables, lo conveniente es cortar el hilo y comenzar a planear una nueva singladura con otros compañeros.