Cada época del año tiene sus especiales características climáticas a las que conviene adaptarse. Con la llegada del otoño, la naturaleza parece retraerse: la savia de muchos árboles desciende hasta hundirse en la tierra, los colores brillantes dejan paso a otros más apagados y la temperatura baja gradualmente.

Todo ello invita a un recogimiento interior. Según la medicina tradicional oriental, el elemento que corresponde al otoño es el "metal", que se relaciona con los pulmones, la piel y el intestino. A partir de noviembre la pérdida de la luz y del calor del sol se acentúa y vivimos los primeros signos de frío y humedad invernales.

Más resfriados y peor ánimo en otoño

Esto propicia patologías como las infecciones. Los microorganismos (bacterias, virus y hongos) favorecen diversas enfermedades, sobre todo en el aparato respiratorio: resfriados, asma y gripe hacen acto de presencia.

Tanto los dolores articulares mecánicos como los inflamatorios suelen aumentar en esta época. Algunas afecciones cutáneas (eccemas, psoriasis, micosis) rebrotan, y también los problemas gastrointestinales en personas con tendencia a gastritis y úlceras. Junto a estas dolencias físicas, se generaliza un estado anímico caracterizado por cierta melancolía.

Al menguar la tonificación solar, se tiende a la tristeza y el desánimo, con lo que se da un mayor índice de depresiones. La luz solar se relaciona asimismo con un mejor tono del metabolismo, la circulación y el sistema endocrino. Todo ello disminuye también durante los meses fríos y se entra en un periodo en el que resulta más fácil ganar peso.

Por todo eso es importante por un lado que la dieta sea abundante en alimentos frescos con micronutrientes y, por otro lado, mantener un tono psico-físico adecuado. De esta manera se estimula el sistema inmunitario y se previenen los trastornos antes mencionados.

La mejor prevención: aclimatarse al frío gradualmente

La mejor protección frente al frío consiste en ir adaptándose de manera progresiva, sin tenerle miedo. Así, en vez de abrigarse exageradamente y permanecer inactivo, se debe procurar practicar cada mañana al levantarse 10 o 15 minutos de gimnasia o ejercicio a fin de activar la circulación.

Esto puede realizarse dentro de una habitación con la ventana abierta, para respirar aire limpio, pero evitando las corrientes de aire. Es importante el uso del agua en forma de fricciones, baños o duchas. Resulta beneficioso darse un baño de agua caliente, durante el cual el cuerpo elimina toxinas por la transpiración, y sobre todo finalizarlo con una rápida fricción de agua fría (con las manos, una esponja o una toalla), tras la cual hay que abrigarse rápidamente.

El baño de aire también estimula la circulación. Se toma por la mañana al levantarse, desnudo frente a la ventana abierta, mientras se practican ejercicios gimnásticos o se procede a una enérgica fricción de la piel con el objeto de combatir el frío. Este baño hay que empezar a practicarlo en verano e intentar seguir haciéndolo en invierno. Es suficiente con 5 minutos, que pueden llegar a 10 o 15 si el baño se resiste bien. Si es necesario, se puede volver a la cama para reaccionar hasta no sentir frío.

Curiosamente, el cuerpo registra antes un descenso que un aumento de la temperatura. Esto es debido a que en la superficie cutánea existen multitud de terminaciones nerviosas especializadas en registrar únicamente los cambios de temperatura. Pero el número de terminaciones sensibles al frío es superior (unas ocho veces más) al de las sensibles al calor.

Este detalle es importante respecto a la adaptación al frío, ya que los puntos de frío son especialmente numerosos en el rostro, sobre todo en los labios, las aletas de la nariz y los párpados. Así pues, frente a un descenso de la temperaturases el rostro quien primero informa al centro nervioso encargado de regular el calor corporal, que reacciona aumentando la temperatura orgánica.

Cómo potenciar las defensas

La mejor estrategia preventiva es mantener en buenas condiciones el sistema inmunitario. Otoño e invierno se caracterizan por favorecer especialmente diversos trastornos de las vías respiratorias. Hay que diferenciar, en este sentido, el resfriado común o coriza (causado por una gran variedad de virus) de la gripe, también vírica, pero con una sintomatología más severa y fiebre alta.

El resfriadocursa con una inflamación de alguna o todas las vías aéreas, entre ellas nariz, senos paranasales, garganta, laringe y, a menudo, tráquea y bronquios. Todos conocemos sus síntomas: malestar general, estornudos, nariz obstruida o con secreción de mucosidades, ojos llorosos, voz ronca o tos. La fiebre, si se da, no suele ser muy elevada.

Los factores que pueden propiciar un resfriado son la lluvia imprevista que moja ropas o calzado, el paso de un ambiente caluroso a otro frío… El hecho de que el contagio de gripe y resfriados sea típico del invierno se debe en gran parte a que el enfriamiento de la piel se acompaña de congestión de las mucosas, mala circulación y disminución de las defensas.

Se sabe, por ejemplo, que al iniciarse un catarro la mucosa nasal sufre un espasmo vascular y, por ello, una falta de adecuado riego y oxigenación que favorece la infección. Pero no todas las personas expuestas a esas condiciones adversas llegan a enfermar. La propensión depende del estado psicofísico del momento y de cada persona. Padecer más de dos episodios al año –o que duren demasiado– puede indicar unas defensas algo débiles.

Una vida equilibrada

Para mantener un sistema inmunitario en buenas condiciones hay que procurar tener en cuenta ciertas normas de vida.

  • Evitar el estrés, las emociones negativas y la ansiedad, que disminuyen los linfocitos T. Las técnicas de relajación y visualización pueden ser útiles en este sentido.
  • Practicar alguna actividad física regularmente, como caminar o correr, sin necesidad de que sea muy intensa.
  • Dormir las horas suficientes, de 6 a 8 al día, es fundamental para equilibrar el sistema nervioso e inmunitario.
  • Conviene beber agua, de litro a litro y medio al día, o bien zumos vegetales, para que el cuerpo esté bien hidratado. Los virus se desarrollan mejor en mucosas secas.
  • Reducir los alimentos grasos de origen animal, pues el incremento sanguíneo de colesterol inhibe varias funciones inmunitarias, incluyendo la capacidad linfocitaria de producir anticuerpos.
  • El exceso de glúcidos refinados (dulces, galletas, pan), además de formar mucosidades, disminuye la capacidad inmunitaria (la glucosa y la vitamina C compiten para ser asimiladas).
  • Abusar de las bebidas alcohólicas altera las funciones depurativas del hígado y además reduce la capacidad de los neutrófilos para destruir las bacterias patógenas.
  • Las personas que fuman son más vulnerables a las infecciones respiratorias, pues el tabaco irrita las mucosas de la nariz y la garganta, además de destruir un buen porcentaje de vitamina C (se estima que cuatro cigarrillos consumen hasta 100 mg de esta vitamina protectora).
  • Conviene comer alimentos naturales (evitando aditivos y un excesivo refinado) y frescos a diario: verduras, fruta, cereales y yogur.

El rostro al descubierto

Las terminaciones nerviosas sensibles al frío se concentran en la cara. De ahí que sea mala costumbre taparse con una bufanda gruesa o un pasamontañas al salir a la calle, pues se engaña al organismo acerca de la verdadera temperatura ambiental, impidiendo que aumente la temperatura corporal.

Al final se pasa más frío que si, con el rostro descubierto, se diera opción a que el cuerpo produjera más calor.

Plantas para la inmunidad

La equinácea activa la producción de linfocitos T e interferón, y se aconseja sobre todo en la gripe. El regaliz es un potente estimulante inmunitario, aunque debe tomarse con precaución si se tiene hipertensión. La medicina tradicional china usa plantas como el ginseng o el huang qi, o setas como el shiitake y el reishi.