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1. Alinea tus órganos con armonía

  • De pie, desciende el centro de gravedad de la cadera doblando ligeramente las rodillas y visualizando un camino que te conecta con el centro de la tierra.
  • Da un paso al lado y centra el peso sintiendo que está distribuido entre los dos pies. Al inspirar lleva las manos y los antebrazos por delante del cuerpo, como si recogieras energía, hasta la altura del pecho.
  • Gira las manos hasta que las palmas miren hacia el cielo, con los pulgares hacia fuera, y extiende los brazos. Intenta que la cabeza no vaya hacia delante ni el tronco hacia atrás (puedes apoyar la espalda en la pared para no perder la alineación).
  • Respira tres veces en esta posición.
  • Desciende con los brazos en cruz y las palmas de las manos hacia fuera.
  • En esta posición, que se llama "aguantar el cielo", respira tres veces.
  • Repite el ejercio tres veces, añadiendo tres respiraciones cada vez: la primera harás tres respiraciones; la segunda, seis; y la tercera, nueve.
  • Una vez asentada la posición, respira 3 minutos al día en ella sintiendo cielo y tierra.

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2. Consigue más fuerza emocional

  • Coloca un cojín o dos bajo las nalgas y siéntate con las piernas dobladas de manera que caigan a ambos lados del cojín.
  • Desde los pies siente los huesos isquiones de la pelvis, percibiendo cómo forman un triángulo de base. Y sobre los isquiones alinea bien la espalda, el tronco, los hombros, las orejas y la coronilla.
  • Coloca las palmas de las manos en el regazo, mirando al cielo, con un dedo índice sobre el otro y después la palma de una mano sobre la otra, y deja que las puntas de las pulgares se toquen.
  • Los ojos están con los párpados descansados mirando hacia abajo a unos 30°.
  • Escucha la respiración, sin manipularla, sintiendo cómo viene y se va. Puedes realizar el ejercicio sentado sobre una silla.

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3. Respira con mayor amplitud

  • Sentado sobre una silla, escucha la respiración, tal como esta se produce.
  • Con las piernas separadas, eleva una de ellas y sujétala con las manos por debajo de la rodilla, entrecruzando los dedos.
  • Gira los omoplatos hacia delante, arriba y atrás, y desde ahí ábrelos a los costados.
  • Siente cómo el pecho se abre y cómo el tronco y la cabeza se inclinan ligeramente hacia atrás formando un ángulo de unos 90° con el muslo de la pierna que estás sujetando con las manos.
  • Escucha la respiración y observa cómo se abre un espacio que antes no estaba ahí.
  • Repite el ejercicio, conocido como «la balanza», con la otra pierna.

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4. Siente la gravedad y cálmate

  • Si tienes estrés, en una colchoneta o la cama y con brazos y piernas abiertos, ve levantando partes del cuerpo y luego déjalas caer como si fueran de plomo. Es la postura de la «estrella», te desconecta al experimentar la gravedad en el cuerpo.
  • Comienza con el pie izquierdo, lo levantas cinco veces unos 2 cm del suelo y lo dejas caer. A continuación hazlo con el pie derecho. Sigue con las piernas, las manos, los hombros y los brazos (el izquierdo o la izquierda siempre primeros). Y termina con la cabeza.
  • Acaba con 5 respiraciones y visualizando la acogida de la tierra.

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5. Abre la espalda y relájala

  • De rodillas, sentado sobre las pantorrillas, deja el tronco descansando sobre los muslos y la cabeza sobre los brazos. Al principio deja las piernas tocándose por los pies y separadas por las rodillas.
  • Escucha el aire durante siete respiraciones y percibe que este encuentra un espacio de apertura en el bajo abdomen.
  • Cierra las rodillas y vuelve a escuchar la respiración durante siete respiraciones. Sentirás que el aire abre la espalda.
  • Fíjate en las partes de la espalda que se van abriendo. Esta apertura nace de un centro que se extiende por casi toda la espalda y la recorre.
  • Intenta percibir el mínimo movimiento que se produce a causa de la respiración, y así conseguirás que esta se abra a más partes de la espalda y del cuerpo. La atención es una gran ayuda para ir abriendo cada vez más el cuerpo.

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6. Piensa sin que nada te turbe

  • Recógete de lado como un ovillo, con los brazos rodeando las piernas. Puedes hacerlo en una colchoneta o en la cama: lo importante es que estés cómodo. Imagínate que te has concentrado en un punto de luz interior.
  • Escucha la respiración. Después de cinco respiraciones desliga las manos de las piernas e imagina que el brazo y la pierna que quedan arriba están unidos como si fueran la tapa de un libro.
  • Abre hacia arriba y hacia el lado ambos a la vez al inspirar y vuelve al ovillo al espirar. Siente cómo el punto de luz se abre y se expande cuando abres y cómo se concentra y se repliega al espirar. Hazlo cinco veces a cada lado.
  • Después adopta una posición cómoda en el suelo y respira cinco veces más.

¡Que la fuerza te acompañe… con estas posturas y ejercicios que aumentan la energía!

El cuerpo adapta la respiración para que superemos las situaciones de estrés o cualquier dificultad. Cambia la posición que mantenemos en momentos inesperados para que podamos pensar o concentrarnos, soportar una reunión interminable o dormir. Es lo que llamamos posición de fuerza.

Cuando, por ejemplo, en una reunión de trabajo algo nos inquieta, quizá crucemos los brazos de una determinada manera, o nos sujetemos el pulgar con los otros dedos o nos mordamos el labio.

Necesitamos un cambio en la disposición que combata la indisposición que sentimos, que nos ayude a afrontar con palabras o acciones la realidad inmediata. Esta disposición nueva se halla en una posición de fuerza que tiene dos grandes cualidades: permite una respiración adaptable a cualquier circunstancia y hace que la gravedad actúe sobre nuestro cuerpo de manera generosa.

De manera cómoda y agradable, la posición de fuerza permite que la respiración cambie sin que nos derrumbemos cuando deseamos ponerla en marcha, y que pueda moverse libremente en el espacio respiratorio a fin de que podamos realizar cualquier acción.

Existen numerosas posiciones de fuerza, pero las podemos dividir en dos tipos: espontáneas o aprendidas. Entre las primeras la más fácil de encontrar es la que realizamos cuando nos vamos a dormir.