Investigaciones recientes revelan que el movimiento va mucho más allá de ayudarnos a bajar de peso o fortalecer nuestra musculatura. Se trata de entender que también favorece nuestra salud psicológica.

El American College Sports Medicine, una referencia mundial en la investigación en medicina deportiva, equipara el ejercicio físico a una medicina y reporta su utilidad en la prevención y el tratamiento de más de 40 enfermedades crónicas, entre ellas la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y la hipertensión arterial.

Corazón sano

En este sentido, un estudio realizado en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard (EE. UU.) señaló que, en los hombres, practicar tres horas de ejercicio vigoroso a la semana reduce en un 22% el riesgo de sufrir un ataque cardiaco.

El doctor Stephen Blair, de la Universidad de Carolina del Sur (EE. UU) ha concluido que: media hora de ejercicio moderado, al menos cinco días a la semana, reduce a la mitad el riesgo de mortalidad. Si se practica aún más ejercicio, ese riesgo disminuye entre un 10% y un 15% más. E incluso en las personas que no llegan a esos niveles deseables de actividad física, realizar algo de ejercicio, aunque sea poco, tiene ciertos beneficios como, por ejemplo, sobre la hipertensión.

Con el estilo de vida actual, quemamos unas 200 calorías diarias menos que nuestros abuelos

Mejora el estado de ánimo

Los beneficios a nivel psicológico del movimiento son múltiples: activa los neurotransmisores de nuestro cerebro, como las endorfinas, la norepinefrina, la dopamina y la serotonina. La norepinefrina tiene que ver con el estado de ánimo. La serotonina está también implicada en la regulación de los estados de ánimo y el control de los impulsos, y combate los efectos del estrés, lo mismo que las endorfinas, que, además, están implicadas en la tolerancia al dolor y en los mecanismos de satisfacción.

Tu abuela se movía más que tú

La vida automatizada de nuestra época nos conduce a movernos cada vez menos. Hasta hace relativamente poco, teníamos que levantarnos del sillón para cambiar el canal de la televisión. Incluso las ventanillas de los coches requerían, al menos, que moviéramos un poco el brazo para subirlas o bajarlas. Gastábamos más energía al cocinar un plato que la que implica introducir un plato precocinado en el microondas. Caminábamos de nuestro despacho al de un compañero si necesitábamos hablar con él, mientras que hoy le mandamos un correo electrónico.

Usar las escaleras, caminar en lugar de ir en coche, levantarnos del sofá y andar por casa... todo ayuda

Estos pequeños cambios hacen que dejemos de quemar unas 200 calorías diarias, según los investigadores de la Clínica Mayo, lo que puede ser uno de los factores de la actual “epidemia de obesidad”.

Ante esta realidad, una buena idea es inyectarle actividad física deliberadamente a nuestra vida, aun en situaciones que no la requieren: usar las escaleras, caminar a la tienda en lugar de ir en coche, levantarnos del sofá y andar por casa mientras en la televisión se emite la publicidad... Estas pequeñas dosis de movimiento, aunque parezca mentira, se van acumulando.