De niños, todos hemos sufrido carencias. Todos hemos tenido cuestiones que los adultos que nos rodeaban no pudieron satisfacer o que consideraron que debían ser relegadas para conseguir una mejor educación.

¿Cómo podemos recuperar nuestro Niño Interior?

Estas necesidades todavía laten dentro de nosotros y buscan ser satisfechas. Por ello, si no nos detenemos a escuchar qué nos dice y qué necesita nuestro Niño Interior, nos encontraremos a menudo, una y otra vez, en la misma situación, sin saber qué es lo que buscamos en ellas.

Con un agravante: como esas necesidades son, por fuerza, “infantiles”, muchas veces son inaceptables para nuestra parte adulta, que nos dice “Tú no deberías sentir esto” o “Tú no deberías querer aquello”.

Pero la realidad es que sentimos y queremos esas cosas y, por eso, intentamos satisfacerlas por caminos indirectos, rebuscados y, con frecuencia, tortuosos.

Muchos autores han escrito y trabajado sobre la idea de nuestro Niño Interior, como por ejemplo John Bradshaw o Alice Miller. Recientemente el psicoterapeuta Robert Jackman ha publicado también Sanar a tu niño interior perdido (Ed. Sirio). Más allá de algunas divergencias entre ellos, todos coinciden en que desoír y desatender este aspecto tiene consecuencias muy severas para nuestras vidas.

Porque nuestro Niño Interior posee todas las características que cada uno de nosotros tenía de pequeño: nuestros gustos, nuestras ilusiones, nuestras aptitudes... pero también nuestras carencias y necesidades.

El guardián de nuestras ilusiones

En el Niño Interior reside toda nuestra autenticidad y espontaneidad; nuestras ilusiones y nuestros deseos más profundos yacen en él resguardados de todos los mandatos que hemos interiorizado y de todas las renuncias que hemos hecho para “adaptarnos” o para “encajar”.

Por eso, cuando nos desconectamos del Niño, muchas veces nos quedamos sin motivación, inhibidos, sin saber cómo continuar: hemos cortado lo más vital de nuestro ser, la parte que pugna por crecer y descubrir.

Podemos también quedar atrapados por la timidez o la falsedad, dos modos de ocultar lo que verdaderamente somos.

Si hemos enterrado a nuestro Niño en un lugar demasiado profundo, la vida comenzará a parecernos anodina, pues es el Niño quien posee la capacidad de asombro, es él quien puede maravillarse frente a las cosas más sencillas y encontrar el valor que la vida tiene por sí misma sin ni tan siquiera preguntarse por ello.

Repitiendo viejos patrones

A menudo nos avergonzamos de este aspecto de nosotros mismos, de la vulnerabilidad, de la dependencia, de la ingenuidad... Y entonces, ¡qué ironía!, hacemos con el Niño lo mismo que hicieron los adultos con nosotros cuando éramos pequeños: ignoramos sus necesidades. Le decimos: “¡Crece ya de una vez!”, “¡No estás ya para andar con estas niñerías!”.

Si, de niños, fuimos criticados, nos criticamos también.

Si fuimos maltratados, nos maltratamos.

Si fuimos abandonados, nos abandonamos

Si fuimos relegados, nos relegamos...

Tratamos a nuestro Niño Interior del mismo modo que otros le trataron, y que nosotros cuestionamos tanto

Y por si esto fuera poco, que no lo es, al cabo de poco tiempo comenzamos a tratar del mismo modo a los demás, y así los criticamos, los maltratamos, los abandonamos o los relegamos.

Entretanto, cada vez más aterrorizado, el Niño se va escondiendo en un lugar cada vez más profundo hasta que ya no podemos escucharlo y nos olvidamos de que existe e incluso de que alguna vez existió.

Aprender a escucharnos

Si queremos llevar vidas íntegras, en las que exista la posibilidad de un desarrollo verdadero, deberemos llegar hasta nuestro Niño Interior y escuchar qué es lo que tiene para decirnos, y comprometernos en la tarea de sanar las heridas. “

"¿Y cómo se consigue esto?”, puede que os estéis preguntando. Lo cierto es que no hay recetas universales sino que cada uno tendrá que buscar su propio modo.

Pero puedo deciros que la mera intención de encontrar a nuestro Niño Interior ya nos acerca bastante a nuestro objetivo, pero puedemos probar otros sistemas

  • Hay quienes han comenzado a escuchar a su Niño Interior observando a otros niños, contemplando sus juegos y risas.
  • Hay quienes lo han descubierto volviendo a ver las fotografías de cuando eran pequeños o recorriendo las calles de su infancia.
  • Hay quienes se han encontrado con él volviendo a jugar a los juegos de entonces. En este sentido, dicen que el psicólogo suizo Carl Gustav Jung se pasó una semana construyendo un enorme castillo de barro en busca de la creatividad que necesitaba para terminar uno de sus libros
  • Hay quienes han podido encontrar las necesidades de su infancia preguntándose simplemente:

“Si mi Niño Interior hablase, ¿qué me diría que le hace falta? ¿Qué le gustaría?”

Sanar viejas heridas y volver a la inocencia

Sea cual sea la manera que utilicemos para comenzar a escuchar a nuestro Niño Interior, debemos prestar siempre mucha atención a sus heridas y asegurarle que lo escucharemos sin juzgarlo, intentando comprender qué es lo que realmente necesita.

Una vez hayamos identificado esas necesidades, debemos hacerle saber una cosa muy importante: solamente hay un adulto que puede darle al niño que fuimos aquello de lo que careció. Esa persona somos nosotros.

Nadie más que nosotros puede hacerlo.

Nadie podrá amarnos incondicionalmente

Nadie podrá aceptarnos absolutamente tal y como somos

Nadie podrá tener en cuenta todos nuestros deseos

Nadie podrá no relegarnos jamás

Nadie podrá estar con nosotros siempre

Ningún otro más que nosotros mismos puede hacerlo.

Solamente hay un adulto que puede darle al niño que fuimos aquello de lo que careció. Esa persona somos nosotros

El adulto que hoy somos deberá ocuparse de darle al Niño que fuimos aquello que los adultos de entonces no supieron, no pudieron o no quisieron darnos.

Ni nuestros padres, ni nuestra pareja, ni ninguna otra persona puede reemplazarnos en esta tarea, que está pura y exclusivamente a nuestro cargo.

Puede que sea un trabajo arduo, que no esté exento de dolor o de angustia, pero la recompensa que obtendremos será grande, pues quizá descubramos que nuestra vida está de repente llena de vitalidad y de inocencia.

Tal vez nos sintamos entonces más libres y livianos, capaces de jugar y de divertirnos con nuestro cuerpo y con nuestro espíritu, y descubramos que una energía desconocida nos recorre. Sabremos, entonces, que llevamos de la mano al Niño.

Estas necesidades todavía laten dentro de nosotros y buscan ser satisfechas.