La salud y la gracia son gratuitas. O más bien no se pueden comprar, aunque algunos lo intenten pagándole al médico o contratando un seguro.

Que yo diga esto en un mundo en que se cobran los chequeos médicos, se paga la seguridad social y cada medicina u operación cuesta un dineral puede sonar anacrónico, fuera de lugar o sin sentido. Pero la realidad es que nadie puede comprar la salud: esta es un don gratuito, como la vida.

Cuando el ministro de Salud de Canadá, Lalonde, quiso evaluar los factores de salud, se llevó una sorpresa. Se encontró con que lo que más influía eran la herencia recibida, la educación y el medio ambiente, y solo en una pequeña parte la atención sanitaria. Sin embargo, tanto en Canadá como en la mayoría de países ricos esta acaparaba el mayor gasto, mientras que los demás factores quedaban descuidados.

La capacidad curativa del cuerpo es natural: no se vende ni se compra. Es más potente que cualquiera de los pequeños o grandes remedios que nos venden.

Es un valor para la salud contar con una atención sanitaria accesible cuando se necesita, pero más importante son el estar educado en valores de salud, el respeto al medio ambiente y el conocimiento del poder que tiene el propio cuerpo para curarse. Tres factores de salud fundamentales.

Cuidar de la salud es sencillo y económico si se saben usar los recursos corporales, los medioambientales, el agua limpia, la higiene diaria, la palabra que consuela, la ayuda en el parto… Ante esos cuidados naturales básicos, al alcance de todos, la medicalización de la vida resulta cara, ineficaz y muchas veces nociva. Anula la capacidad de autogestionar la salud y alienta un consumo compulsivo de los recursos sanitarios.

La capacidad de afrontar la enfermedad y el sufrimiento, la autonomía y el autocontrol, la capacidad de autocuración, no las podemos dejar en manos de nadie, y menos de quienes ofrecen juventud y salud eternas a cambio de prácticas de prevención caras y agresivas.

La medicalización de la vida incita a dudar de la propia salud y a someterse a un exceso de pruebas y tratamientos. Esto es perjudicial para el que está sano y quita recursos al que realmente los necesita.

Nadie sabe mejor que tú si estás enfermo o lo estarás. No esperes a que otros te lo digan. Y no dejes que tu salud dependa de una prevención basada en medicamentos y operaciones con más riesgos que beneficios.