Daniel se encuentra ingresado en una unidad de cuidados intensivos. Su enfermedad da un giro inesperado y su corazón se detiene de repente. Acude enseguida una enfermera e instantes después un médico, para intentar una resucitación cardiaca.

El corazón ha dejado de latir, sus pulmones han dejado de respirar y el electroencefalograma no registra ninguna actividad cerebral. Está clínicamente muerto, pero al cabo de un tiempo el médico y la enfermera consiguen reanimarlo: su corazón vuelve a latir, respira, despierta. Daniel está vivo.

El último viaje: la conciencia continúa

Los avances de la ciencia médica hacen que haya entre nosotros un creciente número de personas que, como Daniel, se han acercado al umbral de la muerte, que han permanecido un largo periodo de tiempo junto a ese umbral (en estado de coma), o que incluso se han adentrado brevemente en él.

Algunas de estas personas, para su propia sorpresa y para la sorpresa no menor de médicos, enfermeras, familiares y cuantos los han conocido o tratado, despiertan recordando experiencias insólitas que un número creciente de médicos e investigadores denomina near-death experiences (NDE) o "experiencias cercanas a la muerte" (ECM).

Estas experiencias no se producen únicamente ante la muerte, sino que también pueden darse ante una situación de peligro inminente. El 4 por ciento de la población de Alemania y Estados Unidos dice haber vivido una experiencia cercana a la muerte, según una encuesta realizada hace pocos años.

¿Se trata de simples alucinaciones? ¿O hay en las experiencias de estas personas algún tipo de realidad que nos invita a todos a transformar la percepción que tenemos de la muerte y de la vida? En cualquier caso, ¿hay algo que pueda interesarnos más que saber qué puede haber, o no haber, al otro lado de ese momento al que llamamos muerte?

Nuestra manera de entender la vida es inseparable de nuestra manera de entender la muerte. A través de los siglos, las diferentes religiones han expresado sus visiones de lo que nos espera al otro lado.

Un rasgo común a todas ellas -que también es habitual en todas las culturas indígenas- es la idea de que la conciencia continúa activa de alguna forma después de la muerte, a menudo para volver a encarnarse en un nuevo ser, una nueva vida.

Pero se trata de una cuestión demasiado importante para contentarnos simplemente con seguir la opinión o las creencias de otros, por más reconocidas que estas sean.

Lo que dice la ciencia

Volviendo, pues, a las experiencias hospitalarias de enfermos que encaran la muerte, ¿qué nos dice hoy la ciencia de ellas?

La medicina nos ayuda a posponer la muerte, sin duda alguna, pero no puede decirnos directamente si el último viaje lleva a alguna parte o no. La ciencia moderna, por su propia metodología, no puede asomarse al otro lado de la muerte para decirnos qué hay ahí o bien certificar que no hay nada.

Cuando optamos por creer que el mundo está hecho exclusivamente de combinaciones de partículas materiales que obedecen a determinadas leyes mecánicas, resulta inconcebible que pueda haber algo más allá de la muerte.

Semejante conclusión, sin embargo, está basada en la intuición de cómo creemos que deberían ser las cosas, no en ninguna evidencia científica.

No es fácil definir la muerte en términos médicos. Hoy sabemos que suele ser un proceso complejo y gradual. Si hace unas décadas se consideraba que el cese de la actividad cardiaca y de la respiración visible era suficiente para diagnosticar la muerte clínica de una persona, ahora sabemos que hay que esperar a que cese toda actividad vital, incluido el cese de toda actividad en el cerebro.

En algunos casos, la actividad cerebral puede continuar tenuemente por debajo de lo que nos muestra un electroencefalograma. El umbral solo se atraviesa cuando la actividad vital cesa de modo completamente irreversible.

Percepciones similares

Ciertos elementos se repiten en las personas que viven una ECM. Aunque jamás hayan oído hablar de ella, y tanto si previamente creían que hay algo tras el umbral como no, suelen destacar en su relato una serie de circunstancias comunes, con cierta influencia del contexto cultural de cada uno.

Entre dichos elementos se encuentran un sentimiento de gran paz, alegría y tranquilidad (sin rastro alguno del dolor que la persona pueda haber sentido durante su agonía); la percepción del propio cuerpo desde afuera (generalmente visto desde arriba).

La percepción de que las personas que hay en la sala constatan y lamentan el fallecimiento; visiones muy rápidas de muchísimos momentos de la vida que queda atrás, como una especie de examen vital en que sentimos cómo muchas de nuestras acciones han ayudado o afectado a otras personas.

La percepción de un túnel al final del cual se ve una luz inmensamente brillante pero no cegadora (como la escena que hace más de cinco siglos pintó El Bosco en su composición Visión del más allá).

La presencia de un ser luminoso y bondadoso, que puede ser un familiar anteriormente fallecido (que se muestra en la flor de la vida) o bien una figura espiritual; la sensación de estar profundamente unido a toda la realidad y todas las personas.

La visión de un umbral o barrera cuyo traspaso (según siente la persona que vive esta experiencia) significaría adentrarse en otra dimensión y no regresar a esta vida, y el oír o saber que no es momento todavía de atravesar dicho umbral, antes de regresar a la vida en nuestro mundo.

No todas las personas que han vivido una ECM relatan todas y cada una de estas experiencias, pero sí dicen haber experimentado un gran número de ellas.

Stave Taylor

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En un estudio comparativo de personas que han experimentado una ECM en Estados Unidos y en la India, se constató que en Estados Unidos es más frecuente que la persona moribunda explique haberse encontrado con una persona o personas que conocía y apreciaba, mientras que en la India es más común experimentar un encuentro con figuras religiosas.

Cabe añadir que buena parte de esta experiencia es difícilmente expresable en palabras y que muchos de quienes la experimentan prefieren no contarla porque sienten que no les creerán.

Una serie de efectos muy beneficiosos son habituales en las personas que han vivido una ECM. Incluyen un mayor sentimiento de bondad, una mayor conciencia ecológica, la convicción de que la propia vida tiene un sentido y, sobre todo, la desaparición completa del miedo a la muerte.

La excepción son algunas experiencias teñidas de miedo (un 2% de los casos, según el eminente cardiólogo holandés Pim van Lommel, que ha realizado importantes investigaciones científicas sobre las ECM y la conciencia), acaso provocadas por el terror ante la muerte.

Pero incluso en estos casos, muchas de tales experiencias pierden buena parte de su carga negativa cuando la persona las reevalúa desde una actitud relajada.

Experiencias cada vez más documentadas

Cada vez tenemos más información sobre este fenómeno, recopilada por médicos de la mayor credibilidad que nunca hubieran imaginado que algo así fuera posible, hasta que se toparon con el fenómeno a través de personas que habían contribuido a reanimar.

Tal fue el caso del doctor Pim van Lommel y de la hoy doctora Penny Sartori, que lo constató durante años cuando era enfermera en la unidad de cuidados intensivos de un hospital británico.

La mayoría de las personas que viven una ECM se hallan en un estado de muerte cerebral, con un electroencefalograma plano, por lo que teóricamente no deberían tener ningún tipo de experiencia o de conciencia.

Sin embargo, estas personas "recuerdan" hechos que sucedieron en la sala después de su muerte clínica.

Más sorprendente incluso es que las personas ciegas puedan describir lo que sucedía a su alrededor tras su muerte clínica, incluyendo el aspecto físico de los médicos y las enfermeras y los colores y detalles de su ropa. Del mismo modo, las personas sordas recuerdan qué se decía a su alrededor.

Otras personas dicen haberse encontrado con familiares cuyo fallecimiento no conocían. Estos y otros aspectos del fenómeno no son explicables con nuestros conocimientos científicos actuales. Pero continúan sucediendo.

En el viejo muro de la visión materialista de la existencia hay cada vez más brechas, y las ECM tal vez constituyen la más dramática y espectacular.

Aferrarse dogmáticamente a presupuestos indemostrables que hoy prevalecen en la neurociencia (como la opinión, cada vez más difícil de sostener, de que la conciencia es un mero producto de la actividad cerebral) sería mucho menos científico que observar la evidencia y reconocer que este fenómeno es real.

Si somos coherentes, no podemos seguir considerando el mundo como una simple suma de objetos materiales, o de elementos que se pueden representar objetivamente. Un número creciente de indicios sugiere que la conciencia es una realidad más fundamental que la materia.

Dado el desafío que suponen a muchas de nuestras creencias, no es sorprendente que muchas personas se resistan a creer en la realidad de las ECM. Dicha resistencia no es una cuestión científica, sino de hábitos psicológicos adquiridos.

Es un signo de madurez reconocer que la realidad va más allá de lo que podemos predecir o controlar.

En cualquier caso, los escépticos recalcitrantes harían bien en adaptar aquí la apuesta del filósofo francés Pascal: si dedicamos unas pocas horas de nuestra atención a considerar este fenómeno, nada es lo que podemos perder y mucho lo que podemos ganar.

Todo viaje requiere una preparación. Si consultamos guías de viaje antes de emprender un vuelo a un lugar que apenas conocemos, cuánto más no habríamos de prepararnos para afrontar con claridad y serenidad el inquietante paso por este umbral.

Como señala el Dalái Lama, "sería poco práctico no estudiar estos temas con sumo cuidado y no desarrollar métodos para tratar con la muerte y el morir de una manera hábil, compasiva y humana".

La viveza de las ECM, más intensas que las experiencias de la vida cotidiana, es también una característica de los sueños lúcidos y de algunos estados meditativos. Ello sugiere que lo que uno percibe en las ECM es de algún modo un fruto de nuestro estado de conciencia.

Por ello, todo lo que contribuya a la paz interior, a la plena atención relajada al momento presente, será una buena preparación para un viaje que acaso no sea el último.

Libros que nos ayudan a entender las ECM

Tres obras accesibles que recogen y analizan con rigor científico un enorme abanico de experiencias cercanas a la muerte son las escritas por el cardiólogo holandés Pim van Lommel (Consciencia más allá de la vida, Atalanta, 2012), por la doctora británica Penny Sartori (ECM: Experiencias cercanas a la muerte, Kairós, 2015) y por el psiquiatra Peter Fenwick y su esposa Elizabeth (El arte de morir, Atalanta, 2015).

Entre las tradiciones meditativas, el budismo tibetano ha desarrollado una serie de tratados que analizan el proceso de agonía y el "estado intermedio" entre la muerte y un nuevo nacimiento. El más conocido entre tales tratados es El libro de los muertos tibetano, del que existe una traducción directa (Siruela, 2007).

Una interpretación popular de estas enseñanzas es El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché (Urano ).

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Eminentes académicos dialogan sobre ello con el Dalái Lama en Dormir, soñar y morir (Gaia, 2009). La introducción más amplia, amena y precisa a esta perspectiva sobre la vida, la muerte y la conciencia es La mente más allá de muerte, de Dzogchen Ponlop (Kairós, 2015).

Dos psiquiatras norteamericanos, Ian Stevenson y Brian Weiss, autores de numerosas obras, a través de su trabajo quedaron convencidos de la realidad de la reencarnación. Dos autores, en este caso más cercanos, que han explorado también el tema son Vicente Merlo (La reencarnación, Sirio, 2009) y Mariano Bueno (La muerte: Nacimiento a una nueva vida, Edaf, 2002).