Por un momento imagina que esta mañana fuiste a la consulta de tu médico. Te encuentras en perfecto estado, pero en los últimos años, en el reconocimiento médico de la empresa, siempre te sale el colesterol un poco alto, y eso que te empeñas en llevar una dieta equilibrada.

Acabas de cumplir 40 años y tienes antecedentes de enfermedad cardiovascular en la familia. Así que has decidido que, desde ahora, vas a empezar a cuidarte y necesitas indicaciones más precisas para llevar una dieta y unos hábitos de vida saludables de forma personalizada.

Estilo de vida, dieta y genes

En la consulta, el doctor confirma que te encuentras perfectamente. Ha revisado tu expediente, ha añadido algunos datos de salud de tus familiares, los medicamentos que tomas y tu dieta actual. La ha explorado y ha obtenido con ayuda de la enfermera tu índice de masa corporal y edad cardiovascular.

Finalmente te ha solicitado un perfil genético y un estudio de telómeros para conocer tu edad biológica. La semana que viene tienes que ir a recoger los resultados.

Tu médico ya te ha explicado que no serán los medicamentos, sino los cambios en tu estilo de vida, la mejor opción para controlar el perfil lipídico aterogénico inducido por los polimorfismos de tu perfil genético.

No has entendido muy bien qué quiere decir eso, pero te ha quedado claro lo que supone en la práctica: una serie de recomendaciones dietéticas, ejercicio, manejo del estrés y otras sugerencias acordes con el resultado de los análisis de tus genes. ¡Medicina personalizada!, te ha dicho el médico.

Salud holística

Hace más de 40 años Laframboise propuso su modelo holístico de salud, el más difundido y aceptado hasta la fecha.

Consideró cuatro grandes factores determinantes: la biología humana y su componente genético; el medio ambiente (la contaminación, factores sociales, etc.); el estilo de vida (dieta, ejercicio físico, tabaquismo y otros hábitos) y, finalmente, la organización de los cuidados de la salud y asistencia sanitaria.

No deja de resultar curioso que en nuestros días la asistencia sanitaria absorba el 90% de los recursos disponibles. Sin embargo, los estilos de vida y el medio ambiente contribuyen un 65% a la salud, mientras que la asistencia sanitaria –medicamentos, hospitales y tecnología– solo aporta un 10%.

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Todo el mundo sabe que la dieta afecta a la salud. La ciencia también se ha encargado de comprobarlo, y así sabemos, por ejemplo, que la dieta vegetariana reduce la mortalidad por enfermedad crónica casi un 25%.

Sin embargo, no todo el mundo responde del mismo modo: en el caso del sodio, aumenta la tensión arterial en algunas personas, pero no en otras.

A inicios del siglo pasado se observó que las dietas ricas en grasas se acompañan de una mayor incidencia tumoral. Las grasas de la dieta modulan la expresión de los genes encargados de determinar el metabolismo de las lipoproteínas y las concentraciones plasmáticas de lípidos y colesterol.

Así, las personas portadoras del alelo e4 de la apolipoproteína E responden con mayores elevaciones plasmáticas de lípidos tras ingerir grasas.

Se ha observado asimismo que las personas portadoras de diferentes polimorfismos genéticos tienen tendencia a ganar más grasa subcutánea en el abdomen, a aumentar las concentraciones de triglicéridos, y a una mayor dificultad para perder peso, mayor riesgo de obesidad y peor resistencia a la insulina en ayunas.

También pueden tener una diferente respuesta endotelial vascular al tabaco o a los omega-3 o responden de forma diferente a una dieta elevada en hidratos de carbono, por mencionar algunos ejemplos relacionados con genes ya identificados con capacidad de responder de forma específica a los nutrientes de la dieta.

Epigenética nutricional, nutrigenómica y nutrigenética

El tumor no crece porque sí. Según múltiples observaciones, los agentes bioactivos de la dieta poseen la capacidad de interactuar con los cambios genéticos que acaban propiciando la aparición o protección del tumor.

Es decir, que los genes responsables del cáncer y otras enfermedades no son autoemergentes. Muchos factores, externos e internos al organismo, poseen la capacidad de modificarlos, incluyendo los alimentos.

La capacidad que tienen los alimentos de modificar los genes es el campo de estudio de la epigenética nutricional.

El mensaje que se desprende es que el éxito de las intervenciones dietéticas aumentaría notablemente si se prestase atención a las peculiaridades individuales: el sexo, la edad, el peso, los niveles de glucemia o la cantidad de estrés, además de la microbiota intestinal, el tipo de metabolismo y el genoma de la persona.

¿Podríamos entonces intentar llenar la cesta de la compra pensando en nuestras características genéticas y necesidades metabólicas? ¿Ha llegado el momento de hacer la transición de la nutrición clásica a la nutrición molecular?

Las recomendaciones dietéticas y las pirámides nutricionales están diseñadas para ser aplicadas a poblaciones enteras de forma indiscriminada. Sin embargo, los hallazgos científicos, la observación clínica y el sentido común nos dicen que lo que es bueno para una persona no lo es tanto para otra.

Con lo que sabemos hoy, la personalización de la dieta debería pasar por ajustar la composición de los alimentos a las características, el metabolismo y los genes de cada uno. alimentos que enferman o que protegen

La nutrigenómica estudia el efecto de los nutrientes sobre el genoma, lo que en la práctica persigue establecer una nutrición personalizada al servicio de la prevención y el tratamiento de la enfermedad. La nutrigenética estudia las enfermedades asociadas a la dieta.

Y, en pocas palabras, las numerosas investigaciones de estas ciencias han demostrado que la mayor protección sobre el riesgo de desarrollar diferentes enfermedades, incluido el cáncer, viene de la mano de una dieta libre de productos industriales y rica en vegetales, con cantidades moderadas de proteína animal, y especialmente rica en grasas sanas tipo omega-3.

La influencia de la alimentación sobre las enfermedades

Muchos alimentos de nuestra dieta, de hecho, protegen y reparan el contenido genético que en el proceso interminable de división celular queda dañado de manera fortuita, o bien como fruto de alteraciones por virus, tóxicos, radiaciones o mutaciones ligadas al proceso natural de envejecimiento.

También la presencia de carcinógenos en los alimentos es común, incluyendo en la larga lista de sustancias nitrosaminas, hidrocarburos policíclicos, benzopirenos, conservantes, colorantes, saborizantes, estabilizantes y multitud de aditivos usados en la manipulación industrial con el fin de preservar las cualidades organolépticas de los alimentos o aumentar su tiempo de conservación.

Algunos métodos de cocción pueden aportar directamente carcinógenos y agentes mutagénicos, como ocurre en los preparados a altas temperaturas: wok, horno, fritos, brasa o parrilla.

Las diferencias entre las personas en la respuesta dietética podrían explicarse por el componente genético, pero no hay que olvidar otros factores, entre los que cabe destacar la microbiota intestinal y su importante efecto endocrino y metabólico.

De forma directa o a través de las modificaciones sobre la flora bacteriana intestinal, la composición química de los alimentos determina de forma significativa parámetros analíticos, como la concentración de lípidos y colesterol, la glucemia y otros.

Lo mismo ocurre con la probabilidad de aparición de enfermedades multifactoriales: alteraciones metabólicas, sobrepeso y obesidad, neurodegenerativas, cardiovasculares y cáncer, entre otras.

Muchos científicos trabajan ya en este campo, y la sociedad y sobre todo la industria muestran un gran interés en la nutrigenómica. Hasta la fecha se ha logrado realizar algunas recomendaciones sanitarias generales y ocasionales recomendaciones específicas.

Entre las primeras podemos mencionar las relacionadas con enfermedades multifactoriales como las antes mencionadas, la osteoporosis o el envejecimiento. También las recomendaciones para la gestante, como un aporte suficiente de hierro, ácido fólico y yodo, o la eliminación del alcohol.

Tal vez a ello podríamos añadir una buena ingesta de ácidos grasos omega-3, y el cuidado de la microbiota.

Entre las recomendaciones específicas, objetivo principal de la nutrigenómica, se incluyen las enfermedades monogénicas (alteración de un solo gen), como la fenilcetonuria, galactosemia, intolerancia a la lactosa, celiaquía e hipercolesterolemia familiar.

En estos momentos de grandes avances y abaratamiento del estudio genético se abren grandes expectativas y se plantea el reto de la aplicación personalizada de todos estos descubrimientos, con sus correspondientes riesgos éticos y psicológicos.