La eficacia y la seguridad de la homeopatía ha hecho que hoy en día cada vez más padres la consideren como la primera opción para tratar a sus hijos. Por sus características farmacológicas los medicamentos homeopáticos no se relacionan con efectos adversos nocivos.

Al contrario, son suaves, estimulan la gran capacidad autocurativa del niño y tienen en cuenta tanto su aspecto físico como el psíquico.

En los niños la homeopatía actúa especialmente rápido, sobre todo en las enfermedades agudas. Los cólicos del lactante, el malestar por la aparición del primer diente o los trastornos del sueño a las semanas de nacer pueden desaparecer en poco tiempo con el medicamento homeopático adecuado.

La homeopatía mejora los trastornos crónicos o de repetición

La mayor contribución de la homeopatía a la salud infantil es que evita o mejora los trastornos crónicos o de repetición. Son frecuentes los niños que acuden a los servicios de urgencia porque presentan cíclicamente otitis, bronquitis o amigdalitis que requieren de antibióticos o antiinflamatorios para reconducir la situación.

En los sucesivos brotes el tratamiento alopático inicial puede ser insuficiente y el niño requerirá cada vez de fármacos más agresivos. En cambio, el tratamiento homeopático fortalece la fisiología homeostática del niño y activa la cascada de reacciones naturales que presenta cualquier organismo ante una agresión.

Evita medicaciones innecesarias

Gracias al tratamiento homeopático, las crisis repetidas son más suaves y se espacian en el tiempo hasta desaparecer en muchas ocasiones. Evitamos así que ese pequeño organismo reciba continuadamente medicación innecesaria o agresiva.

Se trata al niño, no la enfermedad. Por eso, dos niños que presentan el mismo diagnóstico inicial pueden ser tratados con medicamentos distintos, ya que el médico homeópata decide en función de sus características individuales.

Encontrar el medicamento constitucional

A las características del niño le corresponde un medicamentos constitucional que le ayudará en cada alteración, pero a lo largo del proceso podrá ir cambiando, porque la vida es dinámica y el ser se va adaptando a su entorno en función de sus características, pero también de lo que ocurre a su alrededor.

No es aconsejable que los padres repliquen con su hijo un tratamiento que ha resultado efectivo con otro niño, dejándose guiar por consejos de otros padres, ni tampoco que asuman la total responsabilidad del proceso de salud de sus hijos.

Decidir el tratamiento adecuado requiere un conocimiento arduo y laborioso de la medicina homeopática clásica. Además, si no dejamos que el proceso sea supervisado por un profesional de la salud se puede enmascarar un diagnóstico que requiera otro tipo de intervención terapéutica.

Lo que sí suele ocurrir es que, después de un tiempo de ver cómo se van resolviendo los cuadros agudos, los padres aprenden a administrarle a su hijo el medicamento que precisa en cada momento. Si la evolución no es la esperada, entonces contactan con su homeópata que prescribe otro medicamento en función de los síntomas que muestre el pequeño.

La homeopatía estimula la curación

Siempre atenderemos a las leyes de la naturaleza. En un caso de fiebre, por ejemplo, la función de la homeopatía no será bajarla rápidamente como se haría con un antipirético, sino modular el proceso de forma fisiológica y natural para que sea el sistema de autocuración del niño el que finalmente resuelva la situación.

¿Cómo se toma?

Los medicamentos se encuentran en distintas presentaciones (gránulos, glóbulos, gotas…) y diluciones (CH, K, LM…). Las indicaciones y la posología serán descritas por el médico, pero ante un cuadro agudo se suelen emplear diluciones bajas (7 o 9CH) y deben tomarse de forma frecuente hasta la mejora del cuadro.

En cambio, en el medicamento constitucional suele indicarse una dosis única o varias espaciadas por lo menos una semana o incluso un mes. Es importante que el gránulo o la solución entren en contacto con la mucosa sublingual, y que se separe su toma un mínimo de media hora respecto de las comidas u otros estímulos –infusiones, cepillado de dientes y enjuagues…– que puedan interferir en la buena absorción del fármaco.

Los remedios constitucionales más frecuentes

Estos son los remedios constitucionales más frecuentes entre los niños.

  1. Calcarea carbonica. Es friolero y le suda mucho la cabeza. Muy temeroso. De tamaño grande, pero de tejidos flácidos.
  2. Sulphur. Niño muy sociable a la vez que independiente. Caluroso. Piel poco sana (dermatosis pruriginosas).
  3. Lycopodium clavatum. Intransigente y autoritario a pesar de su corta edad (como consecuencia de su gran inseguridad).
  4. Nux vomica. Inquieto, irritable, muy meticuloso. Gran sentido de la justicia, no tolera que se infrinjan las normas.
  5. Pulsatilla. Muy dulce, apegado a su madre, y de llanto fácil y suave. Estados contradictorios y alternantes.
  6. Phosphurus. Cariñoso, delgado y con largas pestañas. Afecciones faríngeas o pulmonares de repetición.
  7. Arsenicum album. Muy nervioso. Detesta el desorden. Muy friolero y siempre cansado pero no puede estar quieto.
  8. Chamomilla. Muy inquieto, con una gran sensibilidad al dolor, pudiendo tener arrebatos de furor y gritos.
  9. Silicea. Tímido y con falta de autoconfianza, delgado y de constitución frágil. Enferma al exponerse al frío.
  10. Baryta carbonica. Tímido, de poca estatura, que presenta retraso de todos los procesos (crecer, hablar, andar…).