Tenemos más de 100 millones de neuronas distribuidas por el sistema digestivo, más que en toda la médula espinal, aunque donde realmente se concentran es en el intestino delgado.

A pesar de lo llamativo de la cifra, la ciencia creía que su única función era controlar la digestión de los alimentos y le ha prestado poca atención. Solo en los últimos años se ha constatado que existe un intercambio constante de mensajes entre el sistema nervioso central, del que forma parte el cerebro, y esta segunda red neuronal.De ahí que en medicina se hable ya de un segundo cerebro.

El sistema digestivo es un importante centro de procesamiento y decisión a nivel emocional. Cuántas veces hemos sentido “mariposas en la barriga” o una mala noticia nos ha producido “un vuelco en el estómago”. El lenguaje siempre ha tenido clara la relación estrecha entre nuestra mente y el sistema digestivo.

¿Por qué si no un problema nos hace correr al lavabo o una comida deliciosa nos llena de felicidad?

Es el lugar desde el que se discierne lo que es peligroso de lo que no. Nuestros sistemas nervioso e inmunológico intestinal se encargan de reconocer la diferencia y seleccionar la respuesta oportuna, que luego transmiten al cerebro superior. Esas “reacciones viscerales” influyen en todo lo que hacemos y pueden ayudarnos a calibrar bien la situación.

De una fuente común

El sistema digestivo comparte origen con el cerebro, al que sigue íntimamente ligado.

En las primeras etapas de nuestro desarrollo embriológico, en la zona donde se acabará desarrollando la cabeza, se forman dos cavidades. Sin embargo, una de ellas irá evolucionando “hacia abajo”, dando lugar a las diferentes partes del intestino.

En el tubo digestivo embriológico se distinguen al menos cuatro partes con funciones y destinos evolutivos diferentes que se originan a partir de esa rama común unida al sistema nervioso central.

Memoriza experiencias

Las neuronas que inervan el tubo digestivo forman un cerebro propio.

Este recibe y envía impulsos de manera autónoma, memoriza y recuerda experiencias vividas y responde vibrando de forma inmediata con los acordes del sistema nervioso central. Sus “notas” son los cambios de ritmo ante un examen o su desorganización ante un cambio vital.

Es un especialista en responder a las emociones, y reacciona a la vez que el sistema nervioso central.

Trata de tú a tú al cerebro

El sistema digestivo produce y utiliza los mismos neurotransmisores que el cerebro, como la serotonina y la dopamina, neuropéptidos... Son más de treinta moléculas que transmiten información, similares o idénticas a las que se encuentran en el sistema nervioso central.

Una situación de estrés impacta en nuestro cerebro superior y, a través de estas moléculas, llega al digestivo, donde producirá respuestas. Emociones de preocupación, miedo o angustia resuenan inmediatamente en todo el tubo digestivo en forma de dolor, movimientos intestinales o vómito. Es la manera física de manifestar noticias o hechos que no podemos tragar, digerir o evacuar.

Vamos aprendiendo que para el tratamiento de cualquier caso de depresión o ansiedad, debemos comenzar por afinar el aparato digestivo, regular el tránsito intestinal y repoblar la flora bacteriana que contiene.

La flora bacteriana es la clave

El tubo digestivo es un rico y complejo ecosistema que alberga una ingente cantidad de bacterias, virus, hongos y parásitos –beneficiosos si están dentro de los parámetros normales–.

Las funciones de este auténtico órgano adicional son esenciales para la digestión y absorción de nutrientes y para la salud intestinal, pero también la salud cardiovascular, el estado inmune, el asma o la obesidad, así como el sentido del humor, el estado emocional y la salud mental.

Los cambios en la microbiota, término con el que se denomina a los millones de bacterias que colonizan nuestro cuerpo, también comportan cambios en el sistema nervioso. Los problemas de memoria o de ansiedad, por ejemplo, dependen en parte de su composición.

A su vez, el estrés y las emociones pueden alterarla. Hay enfermedades intestinales que tienen efectos en el cerebro. Por ejemplo, la infección por la bacteria Helicobacter pylori produce inflamación gástrica, pero también depresión y migraña.

Donde reside nuestra intuición

Saber que llevamos un cerebro en las tripas es una invitación a conectar con él. Nuestra intuición reside allí y su contribución en la toma de grandes decisiones es bien conocida. Lo irracional sería no escucharla.

Las personas que acostumbran a tomar decisiones, como directivos y empresarios, son capaces de completar la información del cerebro superior con la del cerebro digestivo, asiento de esta reserva interna de conocimiento inconsciente.

Resulta que el viejo consejo de “no te dejes influir por las emociones” lleva a la decisión equivocada. Si no la equilibramos con el cerebro intestinal, la decisión se queda coja. El principal motivo es que el intelecto busca básicamente actos cómodos.