¿Bebes agua sin tener sed? Deberías dejar de hacerlo

Tomar frutas y verduras a lo largo del día así como sopas y platos hervidos o al vapor es ya una vía para hidratarse. La otra es saber calmar la sed bebiendo líquidos que no estén muy fríos a pequeños sorbos.

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Jana Sabeth-unsplash

Desde hace dos décadas se ha instalado en la sociedad occidental la novedosa costumbre de beber notables cantidades de agua durante el día, se tenga o no sed. Muchas personas, con intención de cuidar su salud, van todo el tiempo con un botellín de agua, imponiéndose la toma de dicho líquido como un sacrificio que permite depurar el organismo, arrastrar grasas y colesteroles y, como consecuencia de toda esa supuesta acción del agua, perder peso y proteger las arterias de futuras obstrucciones.

Esas son las razones que suelen exponer algunos pacientes que acuden a las consultas. Al preguntarles quién les dijo tal cosa, responden que lo han visto en la televisión o bien lo han leído en alguna revista que explicaba cómo realizar una dieta adelgazante. Incluso alguno refiere haber recibido el consejo de algún médico o nutricionista. Lo cual indica hasta qué punto ha arraigado este hábito novedoso que afecta incluso a profesionales de la salud.

Verdades y mentiras de beber agua sin sed

Esta visión nace seguramente de la concepción del cuerpo humano como un conjunto de cables y tuberías, de pilas y de combustible, similares a los de una lavadora o un coche; eso sí, construido con materiales orgánicos, pero con elementos más o menos parecidos y un funcionamiento similar. De esa visión mecanicista del organismo se aprovecha en ocasiones la publicidad para explicar visualmente cómo el agua consigue arrastrar las grasas y las impurezas.

A los médicos que ya ejercían la medicina antes del advenimiento de esta nueva moda, la afirmación de que hay que beber agua sin sed quizá les debió de parecer extraña de entrada, puesto que la tradición médica afirmaba más bien lo contrario: no hay que comer sin apetito ni beber sin sed.

Además, los médicos han estudiado que en la base del cerebro está el sistema límbico con sus centros del hambre y de la sed. Este sistema se halla en contacto directo con la sangre que afluye al cerebro y comprueba constantemente la composición de la sangre, su concentración en sales e iones, su concentración en proteínas y grasas… y, según las necesidades o carencias que esta presente, es capaz de generar la sensación de hambre o de sed.

Se trata de sensaciones de necesidad, producidas por el cerebro, a fin de que el organismo se disponga a digerir y a asimilar el aporte de agua y nutrientes. Por tanto, en un organismo sano, las sensaciones de hambre y sed son señales que indican el mejor momento orgánico para comer y beber.

Si este aporte se hace sin apetito y sin sed, puede resultar tan antinatural como emprender una maratón estando agotado previamente, irse a dormir sin nada de sueño o ponerse a estudiar con fatiga mental.

La asimilación del agua en el tubo digestivo requiere la puesta en marcha de operaciones fisiológicas que consumen energía, aparte de la energía que necesita gastar el organismo para eliminar el exceso de agua una vez absorbida, puesto que nuestro sistema límbico se encarga de mantener los niveles de agua y electrolitos dentro de unos límites óptimos, fuera de los cuales se altera la bioquímica del organismo.

Efectos de la ingestión de agua fría

La ingestión repentina y excesiva de agua fría provoca un contraste térmico en el plexo solar (normalmente está a 38-39 ºC), que altera su funcionamiento y debe ser compensado de inmediato. Estas son las principales consecuencias:

  • Asimismo, paraliza o entorpece por enfriamiento y dilución los diversos procesos de la digestión.
  • Altera los ritmos de secreción controlados por el plexo solar: bilis, pepsina, ácido clorhídrico, jugos pancreáticos, etc.
  • Puede inducir cuadros de gastralgias y dolores cólicos a causa de la mala digestión y la excesiva producción de gases.
  • Gastroenteritis agudas, propias del verano, como las que a veces se presentan de forma colectiva en banquetes y fiestas, donde los refrescos y helados se consumen en abundancia.

Nuestro medio interno posee unos valores constantes de temperatura, acidezalcalinidad, niveles de azúcares, proteínas… que tiene que mantener dentro de unos límites fisiológicos. Por ejemplo, el estómago en estado normal tiene una temperatura de 37 ºC, que puede subir hasta 38 o 39 ºC en plena digestión.

Este aumento de la temperatura facilita la digestión y la secreción de enzimas digestivas así como la acción catalítica de estas. Resulta tan importante ese calor digestivo que el estómago dispone de tres arterias principales para él solo, las cuales aportan gran cantidad de sangre caliente en el momento de la digestión. Y es que, en cierto modo, la digestión podría considerarse una especie de cocción.

Pues bien, si a este caldero que está cociendo a 38 ºC se le incorpora de forma súbita un volumen notable de agua fría o de una bebida casi helada, esos líquidos pueden llegar a interrumpir la cocción, y en estómagos débiles incluso a apagar el fuego, lo que provoca malas digestiones.

Las bebidas calientes, caldos o tisanas, en cambio, no interrumpen el proceso digestivo. Por esa razón es común en Oriente empezar las comidas con un consomé o acompañarlas con té caliente. En China se da muy poco la costumbre de beber agua fría: desde hace siglos el agua se hierve y se toma en general en forma de té verde.

Para la medicina ayurvédica y la tibetana, beber un vaso de agua caliente en ayunas se considera una práctica saludable y se recomienda a determinados pacientes. Incluso en Europa, en la Edad Media y hasta tiempos recientes, la cerveza y el vino se tomaban a temperatura ambiente e incluso calientes.

Y nuestras madres nos decían que un buen caldo asienta el estómago, es decir, lo prepara para la digestión. Por tanto, la experiencia dice que el agua y los líquidos fríos no son buenos para la digestión. Todo lo contrario que los caldos y bebidas calientes, que actúan a favor del fuego digestivo.

Los riesgos de beber sin sed

La costumbre de beber agua sin cesar y sin sed podría favorecer diversos trastornos.

  • Alteraciones del estómago, malas digestiones y flatulencia crónica.
  • Diuresis aumentada. Si es nocturna puede favorecer el insomnio. • Sensación de fatiga crónica.
  • Alteraciones hidroelectrolíticas que afectan a los sistemas electrobiológicos del organismo. Pueden ocasionar calambres, dolores que cambian de lugar, palpitaciones…
  • Alteraciones en las presiones osmóticas (de sales minerales) y oncóticas (por concentración de proteínas), que producen hinchazones, edemas y celulitis.
  • Beber agua no arrastra las grasas del cuerpo ni baja el colesterol, no limpia las arterias de trombos ni vuelve la piel mas fina.

Los tres factores clave para beber bien agua

La higiene de la tradición médica occidental ha recomendado una relación con el agua para beber completamente distinta a la que recomienda esta tendencia moderna. Según la tradición, el agua a temperatura ambiente o fresca se debe beber si se siente sed, pero además se aconseja beber despacio, a pequeños sorbos, dando tiempo a que el líquido se caliente un poco en la boca antes de descender al estómago.

Y debe beberse en la cantidad justa para calmar la sed. Estas recomendaciones se alejan del nuevo estereotipo de quien apaga su sed ingiriendo prácticamente de un trago una bebida muy fría. No es extraño así que algunas personas padezcan una serie de molestias gástricas que pueden ser diagnosticadas como gastritis nerviosas, disquinesias gastrobiliares, infecciones por espirobacterias o indigestiones y dolores de estómago crónicos.

Tales molestias pueden desaparecer, sobre todo en los jóvenes, simplemente aplicando la higiene tradicional al acto de beber. Para beber bien, por lo tanto, deberían tenerse en cuenta estos tres factores:

  • Temperatura. El agua nunca debe estar helada; su temperatura idónea es la ambiental. En verano puede estar un poco más fresca, unos grados menos, como el agua de botijo o bien mezclando agua del tiempo con agua del frigorífico.
  • Ritmo. Es conveniente beber despacio (dando tiempo a que el líquido se caliente en la boca) y en poca cantidad.
  • Sed. Si el aporte de agua es continuo y sin atender a las indicaciones del sistema límbico, es decir, sin tener sed, este reacciona por medio del sistema neurohormonal a fin de mantener los niveles normales de agua y electrolitos en la sangre. Eso provoca un aumento de la presión de las arterias renales que produce una mayor diuresis, sobre todo nocturna; lo cual puede llevar a una persona a interrumpir el sueño varias veces durante la noche. Con ello se favorece el cansancio crónico y la fatiga del riñón. Pueden producirse asimismo sudoraciones profusas, con pérdidas de sales minerales, lo cual puede repercutir sobre el sistema neuromuscular provocando calambres y alteraciones digestivas. Estas situaciones se pueden considerar reacciones del organismo para deshacerse del exceso de agua. Todas ellas requieren un gasto de energía que podría destinarse a otras funciones orgánicas. Por tanto, beber sin sed desoyendo las órdenes del sistema límbico puede favorecer diversos cuadros patológicos.

La hidratación en deportistas

Otro motivo que aducen los partidarios de beber mucha agua es el peligro de deshidratación que se corre en los días de calor o en las caminatas o esfuerzos físicos que comporten mucha sudoración. En estos casos, como es lógico, habrá que reponer el agua perdida; por eso o aparece la sensación de sed. Aparte del agua que puede aportar la dieta, se debe beber según el método descrito, es decir, bebidas no muy frías mediante lentos sorbos.

El excursionista sin experiencia toma el agua todo lo fría que puede; el veterano suele llevar un termo con té caliente. Hace años, un colega que había viajado a Mauritania en los años 80 formando parte de una oenegé con objetivos sanitarios me contaba su experiencia: "Los europeos, por la aprensión que teníamos al calor y la deshidratación, llevábamos los todoterrenos cargados de garrafas de agua mineral. Nos pasábamos el día bebiendo agua fresca a la mínima señal de sed, e incluso sin ella. Hacía calor y sudábamos a chorros; solíamos tener la ropa empapada en sudor, además de estar cada dos por tres buscando un lugar discreto para vaciar la vejiga. Se presentaron varios casos de gastroenteritis con vómitos, diarreas y fiebres que, esta vez sí, produjeron momentos de deshidratación en algunos casos. Algunos fueron tratados con antibióticos".

Fue entonces cuando alguien observó que los nativos que trabajaban como auxiliares de los europeos no presentaban estos problemas. Se atribuyó a su adaptación al medio. Pero resultó curioso que apenas probasen el agua refrigerada de las garrafas. Lo que sí bebían era una media docena de vasitos de té caliente repartidos a lo largo del día.

Esa tradición que siguen los habitantes del desierto desde hace siglos les mantenía libres de la intensa y molesta transpiración que exhibían los europeos, su ritmo urinario era normal y normales también sus digestiones.

Más tarde, cuando los miembros de la expedición adoptaron esas costumbres locales y moderaron su consumo de agua fría, desaparecieron las molestias digestivas y sudoríparas, recuperaron sus niveles normales de energía y aprendieron algo que no sabían: para luchar contra la deshidratación no hay que beber más agua que la que reclame la sed –o a lo sumo un poco más–, y a temperatura ambiente o, mejor aún, tibia o caliente. Fue toda una lección de higiene aprendida en el Sahel.

El agua de los alimentos

La hidratación es importante, puesto que una deficiencia de solo un 1% de agua disminuye el rendimiento físico un 10%. Se calcula que el cuerpo precisa alrededor de dos litros y medio de agua al día.

Es importante, por tanto, saber reconocer la sed y satisfacerla. Pero sin olvidar que ciertos alimentos son una buena fuente de agua. En las verduras supera el 90% y una hortaliza de raíz como la zanahoria alcanza el 88%.

En manzanas y peras ronda el 84%. Las legumbres cocidas contienen un 71%. Y en el peso del pan, más de la tercera parte es agua.

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