El ritmo desenfrenado con que muchas familias viven hace difícil que encuentren espacios de contacto y aprendizaje con los hijos. Las comidas no deberían ser un problema, sino una oportunidad para aflojar el ritmo y conectarnos con nuestros niños. Lo que ponemos encima de la mesa alimenta sus cuerpos, pero lo que pasa a su alrededor alimenta su mente y su corazón.
Los niños que comen mal parecen ser mayoría.Todos los padres se encuentran con situaciones en las que el hijo o la hija rechaza el alimento, es selectivo, come poco o demasiado. Esto puede provocar momentos tensos entre padres e hijos. Una buena resolución de estas situaciones ayudará a fijar la base emocional desde la cual se afrontarán las dificultades futuras. La psicóloga sanitaria Susanna Tres nos da en este artículo algunos consejos para cuando los niños comen mal.
Qué hacer cuando un niño come mal
Si un hijo o una hija no come bien y las discusiones son continuas, se pueden seguir estas 10 pautas para intentar solucionarlo.
1. No le obliguéis a comer
Si le obligáis, podéis favorecer que más adelante desarrollen algún trastorno alimentario.
2. Comidas en paz
Las comidas deben ser momentos agradables. Intentad que disfrute probando e imitando a los adultos. En un ambiente relajado el niño se siente seguro para disfrutar comiendo.
3. Procurad ser un ejemplo
Dicen que la mejor forma de enseñar es con el ejemplo: sigue una alimentación sana, variada y consciente.
4. Introducid alimentos nuevos
Si es necesario presentadlos una y otra vez, sin presionar, hasta que despierten su curiosidad y el niño los pruebe.
5. Ni premio ni castigo
La comida nunca puede ser un premio o un castigo, porque significa mezclar peligrosamente el reconocimiento, los alimentos y las emociones.
6. Procurad comer juntos
Los niños se benefician de compartir mesa, conversación y risas con sus padres. No siempre es posible coincidir en horarios, pero poned de vuestra parte para que las comidas en familia cada vez sean más.
7. Si no quiere comer
Podéis retirarle el plato después de un tiempo prudencial (de 20 a 40 minutos, según la edad). Sin malas caras.
8. Comunicación y confianza
En todas las edades fomentad la comunicación y la confianza. Así os explicará sus dificultades y podréis ayudarle.
9. Límites
Son precisos algunos límites: respetar unos horarios, no cambiar demasiado el lugar donde se come, cantidades adecuadas a su edad…
10. Cuando sean adolescentes
Fomentad una visión crítica hacia el culto a la delgadez en la moda y la publicidad.
Comida y emociones: un fuerte vínculo
Al principio de la vida, comida y amor van juntos. Para un bebé es tan importante la leche materna –y más adelante el resto de alimentos– como la mirada, las palabras o las caricias. Cuando el bebé está insatisfecho o molesto, como no lo puede expresar con palabras, tiende a hacerlo dejando de comer, vomitando o comiendo compulsivamente…
Los padres tienen que respetar el ritmo y la forma de aprender de los niños. Si se les obliga o se les amenaza para que coman se pueden provocar aversiones alimentarias más difíciles de solucionar, además de generar inseguridad y desconfianza en la relación entre el niño y el adulto.
Hay niños que comen de forma compulsiva para tapar la ansiedad. Han aprendido a confundir las necesidades emocionales que se satisfacen a través del contacto con la necesidad física de comer. Los padres deben poner unos límites en las comidas (horarios, tipo de alimentos, cantidades...) a la vez que ayudan a la criatura a expresar sus inquietudes.
A los hijos hay que alimentarlos física y emocionalmente. Hay que proporcionarles, por un lado, el alimento suficiente y, por otro, acompañarles en sus vivencias. Hay que entender, por ejemplo, que el niño no tenga siempre el mismo hambre o que sus gustos no coincidan con los de los padres.
También hay que entender que es difícil que un niño coma verdura, por ejemplo, si los padres no lo hacen, o que confíe en los padres, si estos no lo hacen en él. Si los padres presionan al niño, es probable que no aprenda unos buenos hábitos alimentarios y que su autoestima quede dañada.
Actuar a tiempo para prevenir trastornos alimentarios
Cuando se llega a la adolescencia con malos hábitos, inseguridad y baja autoestima es más fácil caer en la anorexia nerviosa o la bulimia. Estos trastornos se caracterizan por la preocupación por estar delgados a través de hacer dietas muy estrictas, ejercicio físico desmesurado, la provocación del vómito y el uso de laxantes.
Hay que consultar con el médico si el hijo pierde el apetito o si come y gana peso con desmesura. Y habrá que consultar con un servicio especializado cuando un adolescente, además, haya variado la conducta alimentaria, haya perdido la menstruación o se lo vea más triste, aislado o irascible.
Un caso de rechazo
María tenía 6 años y solo comía pan, cereales, sopa, leche y algunas frutas. A los 2 años había tenido una enfermedad que le había hecho perder el apetito durante semanas. Se recuperó, pero la hora de comer se había convertido en un suplicio con gritos, lloros, premios, amenazas...
Los padres, angustiados, no lograban crear un ambiente relajado. Con una buena orientación profesional, recuperaron su lugar, supieron acompañar a la hija, que logró estar más tranquila y comenzó a comer con más variedad. Con este ejemplo quiero demostrar que las situaciones se pueden reconducir, aunque siempre es mejor prevenirlas.