Queridas Mentes Insanas,
Dicen por ahí que hoy es el día contra la lesbofobia, homofobia, transfobia y bifobia, que son cosas bien distintas pero que con un día parece que ya nos apañamos. Y vengo aquí, lesbiana toda yo, a apoyar una reivindicación histórica.
A ver. ¿Y para cuándo un día de la heterosexualidad?
Pues sí, yo me sumo a la moción. Porque aunque la heterosexualidad está hasta en la sopa (en todas las canciones, en todas las películas, en todos los anuncios de bancos o de verduras o de compresas o de fertilizantes, en todas vuestras fotos de perfil y en todas las parejitas que pasean los domingos, en todas las tiendas de ropa o de electrodomésticos o de pinturas o de azulejos, en todas las cenas de navidad, en todos los desayunos de ramadán y en todas las cenas de shabat, en todas partes a todas horas…) la verdad verdadera es que nunca, nunca hablamos de la heterosexualidad.
Así que como imagino que lo que toca hoy es hablar de la rareza, voy a hacerlo. Porque queridas Mentes Heterosexuales, pensáis que lo vuestro es muy normal, pero tengo un par de cosas que decir al respecto…
Así que vuelvo a empezar esta columna para encabezarla así:
Queridas Amigas Heterosexuales,
Para empezar, aclaremos: la heterosexualidad no es con quién se acuesta la gente. A mí me importa poco con quién se acuesta la gente menos cuando se acuestan conmigo, que eso me interesa mogollón, pero esa ya es otra historia.
La heterosexualidad, digo, no va de sexo. ¡Ojalá fuese solo eso! Como siempre digo, en ese caso os acostarías con hombres pero viviríais con vuestras amigas que es con quien se vive bien. Pero no, no va de eso.
Va de tantas otras cosas que necesitaría años de Mentes Insanas para hablar de ello, pero como solo tengo hoy, que es vuestro día porque así lo he decidido, me voy a centrar en una cosa: vuestra relación social con los maromos.
Un maromo es un mamífero terrestre pesado y expansivo, que necesita grandes extensiones de terreno para vivir, y la heterosexualidad es una granja donde se le permite hacerlo. Donde vosotras, que sois las granjeras, les permitís que lo hagan.
No me refiero a sentarse en el metro con las piernas abiertas como si no hubiese mañana, algo que yo también hago a lo grande cuando no molesto a nadie porque a mí también me sudan las cosas, especialmente las sociales. Me refiero a expandirse por las relaciones, a través del tiempo y del espacio, de manera que cuando el maromo aparece, cuando dejáis que el maromo aparezca en vuestra vida, todo lo demás, especialmente las amigas, saltan por la ventana.
Ejemplo: cuando tenéis cita con el maromo, las amigas no os mandamos 3.000.000 de whatsapp preguntando cosas sin importancia. Y, si lo hacemos, no nos dais bola, y con razón. Pero cuando, después de un mes sin vernos porque el maromo ha copado toda vuestra vida, conseguimos por fin hacer una cena de amigas, los teléfonos de las amigas heteras no dan tregua. Los maromos tienen que estar presentes y eso no es culpa de los maromos, sino vuestra, amigas, y de la heterosexualidad, que les dais bola.
Ya sé, ya sé que esto no es cierto, que me lo estoy inventando, y que todas vosotras tenéis vuestra vida independiente del maromo. Vale. Pero en la próxima cena de amigas echad un vistazo y me contáis.
El maromo es vuestra relación primaria y casi única, el centro de vuestra vida, aquella pieza imprescindible sin la cual os sentís nosecómo, el que os hace sentir especiales cuando existe y deplorables cuando desaparece, el que completa vuestra identidad. Y las amigas somos el sucedáneo del amor. Eso es la heterosexualidad.
El lugar en el que ponéis al maromo en vuestra propia consciencia de vosotras mismas.
Pues el sucedáneo, queridas amigas heteras, es el amor que estará allá cuando el maromo se pire o cuando resulte ser un bruto. El sucedáneo es con quien podéis hablar de todo, el amor al que le da igual vuestro aspecto físico, el que os querrá a pesar de todo y por todo, el que, si lo cuidáis un poco, os durará toda la vida.
No me reduzcáis esto al simplismo de pensar que el lesbianismo es la solución a todos los males. Es una solución para tener sexo del bueno, buenísimo, eso no os lo niego, pero nosotras tenemos la especificidad de habernos criado, en la mayoría de los casos, en familias heterosexuales, una medalla que pocos otros grupos oprimidos se pueden colgar. Así que nuestra educación romántica también ha sido esa y con todas esas taras tenemos que apañarnos. Así que la solución, no lo somos. Pero os aseguro que el problema, tampoco somos nosotras.
¡Feliz semana, Mentes!