Queridas Mentes Insanas,
La semana pasada os dejé con el alma en vilo esperando la segunda parte de mi defensa a ultranza de las apps de ligue, así que allá voy. Y lo hago, atención, un 15 de febrero. ¿Creéis que es casualidad? Pues no… aquí todo está calculado.
Si hoy es 15 ayer fue 14 y aún andáis todas las Mentes Amorosas de resaca post-San Valentín, resaca de exceso o de defecto. O empalagadas de arrumacaros con vuestra AlmaGemelaDeTurno® porque ayer tocaba empalagarse sí o sí. O con el corazoncito arrugado por no haberos podido arrumacar con nadie o quién quisierais, o agobiadas del delirio general que se monta en este día y que hace difícil quedarse al margen e indiferente.
Sea como sea, San Valentín ya sabéis, porque es imposible no enterarse, que se representa por un niño rubio que anda por ahí con un arco y una fecha y sin licencia de armas.
Se supone que tu vas por el mundo y ¡chas! te parte la flecha del amor y punto pelota. Pero que tú no tienes nada que ver con ello, porque el amor (romántico) es espontáneo, viene predestinado y es inevitable e ineludible. Y que tú, simplemente, pasabas por allí y te llegó el destino.
El flechazo, el último mito del amor romántico
Creo que las apps de ligue incomodan porque rompen ese mito: que tú pasabas por allí. Porque nadie pasa por una app de ligue, sino que te haces un perfil y ahí se te ve el plumero de la intencionalidad.
Hay gente (especialmente mujeres) que afirman que están allí para nada, pero eso tiene más que ver con el patriarcado y con la pesadez de algunos señores que con las apps. Pero el “pasar por allí” es un mito ligado al amor romántico, no es tan cierto como parece y es, además, un privilegio de algunos y algunas. Os cuento.
Por mucho que queramos creer que no es así, nuestros enamoramientos están muy condicionados socialmente. Los gustos de cada época son los que determinan de quién nos enamoramos y en quién nos fijamos menos, sin contar que las personas que son consideradas socialmente más guapas reciben más enamoramiento que las demostradamente majas, lo cual es claramente una estupidez muy acorde con los tiempos del márketing y poco acorde con el amor y sus bondades.
Nos enamoramos cuando estamos de humor para enamorarnos (y si no habéis visto la película “Deseando amar” de Won Kar-Wai os la recomiendo urgentemente porque es una maravilla). Cuando tenemos ganas de enamorarnos hacemos cosas como salir más, vestir de determinadas maneras y propiciar encuentros. Aunque lo neguemos, porque hay algo de vergonzoso en querer ligar y porque las mujeres tenemos que irnos con cuidado porque a la primera de cambio nos violan y dicen que lo andábamos buscando…
Cuando se dan todas estas circunstancias propicias, San Valentín puede lanzarnos sus flechas en el supermercado, en el trabajo, en el autobús, en la cola del cine, en el gimnasio… qué sé yo… siempre y cuando seas heterosexual, cisgénero, tengas una sexualidad medianamente respetable y vivas en una ciudad, entre otras cosas.
Enamorarse no es cosa del destino
Yo, que ya os he contado que no practico el ligue con señores, no recibo flechas tan fácilmente en cualquier lugar inesperado por la simple ley de la oferta y la demanda.
Las personas heterosexuales son el mogollonazo por ciento de la población en cualquier lugar, así que las demás, para juntarnos entre iguales, tenemos que buscar espacios propios. Y esto mismo aplica a muchas otras categorías, como por el ejemplo la sexualidad kinki, hacer cositas de esas que se salen de lo común, por ejemplo, que te ponga mirar pelis del oeste mientras comes huevos fritos con tu churri atado en la habitación de al lado, y que tampoco te encuentras a alguien por casualidad si no lo buscas en sitios con posibilidad de encontrarlo.
Así que esperar el flechazo y que este tenga posibilidades de ser recíproco es también un lujo que no todo el mundo puede permitirse. Tengamos eso en cuenta al pensar en las apps de ligue.
Y yo ya, dicho esto, os recuerdo que los amores que se construyen a través de flechazos, sucedan donde sucedan, me parecen el infierno en la tierra.
¡Feliz semana, Mentes!