Queridas Mentes Insanas,
Vengo de Málaga, como no quiere la cosa, de estar en La Térmica, que es un Centro de Arte Contemporáneo que no te lo acabas lleno de gente bonita, por si fuera poco. Total, que vengo de allí y os lo cuento porque hace un par de noches nos juntamos alrededor de una mesa un montón de gente a cual peor, y lo digo como piropo. Lo peorcito de cada casa, que se dice. Y a mucha honra.
Entre lo mejorcito, pues el clásico, mucho gay y mucha lesbiana. Lo digo así, a lo fino, tipo mucho “homosexual” porque esto de llamarnos por normes burdos no se acaba de pillar.
Aprovecho para el inciso. Yo, con mi gente, diría mucho marica y mucha bollera. No, no es un insulto porque quien lo dice soy yo, que soy bollera, y no lo digo con intención de insulto. Lo digo con orgullo, como piropo.
¿Es un piropo ser lesbiana? No. Lo que es un piropo es autollamarte bollera cuando te han partido la cara un montón de veces en tu vida por serlo, no sé si me explico.
Total, que no escribo “maricas y bolleras” así con toda la alegría del mundo porque la gente se viene arriba muy rápido y no es plan de tener a un montón de gente homófoba creyendo que les estoy dando permiso para ancha es Castilla y aquí el que no corre, vuela.
Es por eso que escribo fino. Así que, aclarada la cuestión, estábamos en la mesa un montón de personas homosexualas que, entre pitos y flautas, entre vinos y más vinos, nos pusimos a compartir, jajá qué risa, nuestras salidas del armario.
Y de verdad, qué risa y qué percal. Hacen gracia nuestras salidas del armario, lo digo sin ironía ninguna. Son surreales como ellas solas. Tengo que decir que la mayoría de personas del grupo rondábamos los 40 años, así que, tal vez, es una cosa generacional, aunque no lo creo.
El caso es que vaya panorama, queridas Insanas. Comidas familiares y de repente bomba atómica, hablar primero con la madre para que suavice al padre (un clásico entre los clásicos), familias que llevan años recibiendo a los novios de los hijos y viendo que duermen en la misma cama y no caer en la cuenta que allí igual hay algo que no se llama heterosexualidad, porque los hombres heteros, buenos días, no duermen juntos así tan a menudo y menos cuando hay camas libres… todo eso.
Huidas de casa para hacer nosecuántos mil kilómetros para conocer a alguien y al final no atreverte a ir a la cita, líos tremendos de identidad mezclando conceptos y de todo porque en el fondo no sabes nada, y todo un follón sideral que no veas.
La única parte común de las narraciones es “yo sabía que pasaba algo”.
Cuento todo esto porque nos reímos, que sí, que está todo bien, que ya pasó. Que hemos sobrevivido, que estamos aquí para contarlo, que ya fue.
Pero lo cuento porque no todas hemos sobrevivido, porque algunas compañeras y compañeros se quedaron en el camino, porque los suicidios trans y gay y lesbianos en la adolescencia están ahí, porque las palizas que recibimos no nos las quita nadie.
Y lo cuento porque cada vez que doy clase, o doy una conferencia, y digo abiertamente que soy lesbiana, siempre, siempre hay alguien que se me acerca y me dice: oye, que me parece estupendo que seas lesbiana, pero no entiendo la necesidad que tienes de irlo diciendo todo el rato.
Y yo digo y me digo: no es necesidad, es un derecho. Y nos lo hemos ganado a hostias.
Así que por todas las supervivientes y las que no lo lograron, por todas nosotras, ahí estamos. Hasta riéndonos y brindando por ello.
¡Feliz semana, Mentes!