La venganza es el deseo de devolver el daño que nos han hecho. Es una necesidad de satisfacer el deseo de castigar a alguien que nos ha perjudicado o nos ha herido y se diferencia de la necesidad de justicia en que sirve para justificar la filosofía del “ojo por ojo, diente por diente”.
La venganza legitima la idea de que cualquiera puede tomarse la justicia por su mano y que tiene derecho a devolver el daño que ha recibido, aunque se empleen métodos crueles o castigos desproporcionados. Por eso no es en realidad un acto de reparación de los daños, sino más bien una forma de ejercer la violencia y los malos tratos sin remordimientos.
¿Venganza o maltrato?
En casi todas las historias se legitima la violencia cuando se ejerce desde esta sed de venganza, que se presenta como una necesidad “natural” de atacar a quien nos ha atacado. No importa si ha sido voluntaria o involuntariamente. En los actos de venganza no hay leyes ni jueces: la persona que ha sufrido un agravio quiere multiplicar el dolor que siente haciendo lo mismo que la persona que le ha hecho daño.
No importan los medios que emplee para hacerlo: puede aplicar un castigo desproporcionado sin tener que pararse a pensar en si es justo o no, y sin tener en cuenta las consecuencias.
El problema de la sed de venganza es que es insaciable y genera el mismo deseo de venganza en la persona que la sufre: es la base de casi todas las guerras personales y colectivas.
Los femicidas por ejemplo justifican su violencia con la necesidad de venganza. Cuando sus compañeras quieren separarse, cuando son infieles o cuando desobedecen los mandatos patriarcales, los hombres machistas sufren y creen que tienen derecho a matar a sus esposas (porque las sienten como una propiedad). Por eso, igual que maltratan a sus animales porque son “suyos”, también maltratan a las mujeres que no hacen lo que ellos quieren, desean o necesitan.
Necesidad de multiplicar el dolor
Cuando los hombres machistas sufren por amor, o ven su honor cuestionado, creen que tienen derecho a destrozar la vida de la otra persona y sienten una necesidad tremenda de multiplicar el dolor que ellos sienten.
Toda nuestra cultura justifica esta necesidad y por eso en la prensa los periodistas machistas tratan de explicarnos los motivos que empujan a los hombres a violar y asesinar a sus parejas y ex parejas.
Los asesinatos de mujeres se justifican en los periódicos explicando el sufrimiento que siente el asesino. Así se culpabiliza a las víctimas.
La sed de venganza saca lo peor que hay dentro de cada uno de nosotros. Una de las cosas que más nos duelen es que dejen de amarnos: lo vivimos como una traición que ha de ser castigada. Por eso hay gente que se alegra tanto cuando a su ex pareja le va mal o le sucede alguna desgracia. Y al revés, a mucha gente le resulta insoportable que a sus ex les vaya bien en la vida, porque sienten que no han pagado por el daño que les han hecho al dejar la relación.
Hay gente que vive presa de esta sed de venganza y que pone toda su energía en hacer el mal a la persona a la que odia: hay gente que pasa toda su vida vengándose y que jamás se siente satisfecha con el daño que hace. Creo que es porque la venganza nos permite seguir manteniendo el lazo con la persona que amamos: creemos que el odio es natural y normal, y que tenemos derecho a expresarlo. Alimentamos ese odio para no romper el vínculo del todo: tratar mal a la otra persona es una forma de ejercer nuestro poder y de alimentar el vínculo aunque sea doloroso para ambas personas.
¿Cómo liberarnos de esta sed de venganza para vivir mejor?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que vengarse no sirve de nada: causar dolor en la otra persona no calma nuestro dolor, más bien lo multiplica. No es un acto de justicia: es una forma de ejercer la violencia sin remordimientos, con la idea de que nos sentiremos mejor viendo sufrir a la persona a la que queremos.
Si que es útil, sin embargo, para dominar a la otra persona con amenazas: “si me abandonas, te mato”, “si te vas con otra persona, no verás más a tus hijos”, “si dejas la relación, me quedo con todo y te dejo sin nada”, “si me mientes, prepárate para el castigo que te mereces”.
Sin embargo, ¿queremos realmente que alguien esté a nuestro lado por miedo a sufrir nuestra ira?, ¿nos merece la pena un tipo de relación basada en el chantaje?, ¿podemos ser felices sabiendo que una persona no quiere estar con nosotros pero se queda por miedo a nuestra sed de venganza?
La sed de venganza nos ata al pasado y no nos deja vivir el presente, ni mirar el futuro con ilusión. Nos hace mezquinos, violentos, egoístas y anula nuestra capacidad para ser empáticos. Después de vengarnos la satisfacción se esfuma en el aire, así que o nos quedamos igual de insatisfechos, o queremos seguir vengándonos hasta el infinito.
Cuando rompes con tu pareja y te liberas de la sed de venganza empiezan los cambios: pones el foco en ti y en tu bienestar, los duelos son más cortos y es mucho más fácil olvidarte de tu ex, rehacer tu vida y vivir otras historias de amor.