Aprendemos a amar en nuestro entorno familiar más cercano: desde que nacemos la manera en que nos quieren los adultos, y la forma en que se quieren entre ellos, nos determina profundamente a la hora de construir nuestra identidad y nuestras relaciones con los demás. Desde pequeñas, además, empezamos a distinguir cómo aman las mujeres y cómo aman los hombres, cómo expresan sus emociones y sentimientos, cómo se tratan en la intimidad y delante de la gente, y cómo resuelven sus conflictos.
También aprendemos a amar con los cuentos que nos cuentan en los libros, en las películas, los programas de televisión, los dibujos animados, los cómics, las canciones, las obras de teatro, los chistes, los refranes, los videojuegos, los periódicos y las revistas, las redes sociales. Interiorizamos a través de ellos los valores de nuestra cultura amorosa: las normas, los tabúes, las costumbres, las creencias, los estereotipos, los mitos, los reproducimos, y los transmitimos a las nuevas generaciones.
A través de los medios de comunicación y la industria cultural aprendemos qué es lo “natural” y lo “normal”, qué es lo correcto y lo incorrecto, aunque no calce en absoluto con nuestros deseos y nuestras emociones.
¿Cómo nos han dicho que es el amor?
Durante siglos nos han convencido de que el amor verdadero es exclusivo, sin embargo no todo el mundo se siente bien en estructuras amorosas monógamas. Nos han dicho que el amor verdadero es siempre entre dos y es heterosexual, pero la diversidad sexual y amorosa contradice esta norma del patriarcado que nos impone un modelo amoroso con el que nos enseñan cómo y a quién debemos amar. Pronto aprendemos sobre el precio que hay que pagar por ir contracorriente o por ser diferente a los demás.
Nuestra cultura amorosa nos dice cuándo podemos tener relaciones sexuales (en la edad reproductiva: el deseo de la gente anciana y adolescente sigue siendo un tabú), con quién (debe de pertenecer a tu clase social o a tu religión, debe tener la misma edad que tú o parecida, tu mismo nivel educativo), qué podemos esperar del amor (que nos haga felices y nos llene de plenitud), qué ocurre cuando no encuentras pareja (eres una fracasada), qué pasa cuando amas a varias personas a la vez.
Para que asumamos esas normas no escritas, nos seducen con la idea de que el amor de verdad sólo puede darse en las condiciones que establece el patriarcado, por eso aunque la tecnología está dando pasos gigantescos, las narrativas siguen siendo las mismas: chico conoce chica, el chico corre sus aventuras, la chica espera al chico, el chico salva a la chica, son felices y comen perdices.
A las mujeres nos seducen con paraísos de amor para convencernos de que si nos adaptamos a la norma, seremos tan felices como los personajes de ficción que encarnan el mito romántico. Y así es como entramos por el aro desde la infancia, extasiadas con la posibilidad de encontrar a la media naranja que nos ame para siempre, que nos proteja, que resuelva nuestros problemas, que llene nuestro vacío existencial, que nos haga sentir realizadas, que acabe con nuestros miedos y nuestra soledad, que nos cure las heridas del pasado.
Un esquema violento
Llegamos al amor romántico con muchas carencias y traumas de nuestra infancia. Según datos de UNICEF, hay aproximadamente 300 millones de niños sufriendo malos tratos en la infancia y la adolescencia, lo que implica que han aprendido a amar rodeados de insultos, humillaciones, gritos, amenazas, castigos, golpes físicos, y falta de demostraciones de cariño. Los malos tratos que recibimos cuando somos pequeños son los que causan en los adultos y adultas el miedo al abandono, el miedo al rechazo, la dependencia emocional y la violencia.
Reproducimos los esquemas de dominación y sumisión que hemos sufrido en nuestras propias carnes, que vemos en las películas y en las parejas de nuestro entorno. Repetimos todos los patrones que hay que seguir en un noviazgo para poder llegar a la meta final, que es siempre el matrimonio y la fundación de una familia feliz, que a menudo repite las mismas estructuras de maltrato que sufrimos en la infancia.
Nos cuesta querernos bien a nosotros mismos y a los demás porque los ejemplos de amor romántico que nos ofrecen como modelos a seguir son completamente irreales. Las mujeres no nacimos para servir y aguantar, los hombres no nacieron para reinar y recibir amor y cuidados. No hay felicidad posible en las relaciones basadas en la desigualdad y la explotación, aunque nos vendan todo lo contrario y nos lo endulcen con toneladas de azúcar.
Hay una gran distancia entre lo que aprendemos en nuestro entorno familiar y social más cercano, y los cuentos de hadas románticos. Y esta distancia nos hace sufrir mucho, porque parece que si no encontramos pareja es que no hemos tenido suerte en la vida. Además, creemos que para amar hay que sufrir y no nos enseñan a disfrutar del amor en su concepción más amplia.
Desaprender a amar
Es hora de desaprenderlo todo, de romper con la cadena del dolor que arrastramos por generaciones, de liberarnos de las herencias familiares y de los mitos patriarcales. Es hora de atrevernos a cuestionar la normalidad, y de romper con estructuras obsoletas de relación que no nos sirven para querernos bien ni para disfrutar del amor.
El desafío es enorme, y es un trabajo colectivo: hay que inventar otras tramas, otros personajes, otros finales felices, y hay que desalojar al patriarcado de nuestros corazones y nuestra cultura amorosa. Ya estamos en ello muchas de nosotras: estamos aprendiendo a tratarnos amorosamente, a cuidarnos y querer en igualdad y en libertad.
Es un trabajo de investigación y de lucha apasionante en el que estamos desaprendiendo todo lo que aprendimos en la infancia para poder transformar toda nuestra cultura amorosa. De abajo a arriba, de dentro a fuera: otras formas de amarnos, de querernos, de tratarnos, son posibles.