La gran trampa del amor romántico

El romanticismo nos hace creer a las mujeres que somos frágiles princesas y que el amor de un príncipe nos salvará. El amor sin romanticismo nos hace libres.

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Hay muchas formas de quererse, y el amor no tiene siempre por qué ser romántico.

Hay parejas en el mundo unidas por el amor sin romanticismo, empezando por las parejas que llevan muchos años juntas, que dejaron atrás el romanticismo, y cuyas relaciones están más basadas en el compañerismo y el trabajo en equipo.

También hay relaciones basadas en la atracción sexual y el erotismo en las que puede haber una relación de cuidados y amor, pero sin que surja el vínculo romántico, y algunas funcionan de maravilla.

Suelen ser relaciones ancladas en el presente, en el disfrute del aquí y el ahora, y muchas de ellas se resisten al destino inevitable de toda pareja romántica: formar una pareja tradicional para fundar una familia feliz.

El romanticismo de nuestra cultura es patriarcal porque está basado en la propiedad privada, en la mitificación de la pareja feliz, en la monogamia obligatoria, en la sumisión de las mujeres a los hombres, y en el sadomasoquismo romántico.

Así pues, no es de extrañar que haya mucha gente que no quiera seguir los mandatos de nuestra cultura amorosa y construya relaciones alejadas de la alucinación romántica y de los mandatos patriarcales.

Amar sin construir un vínculo romántico tiene muchas ventajas: en primer lugar, los amantes pueden unirse en total libertad porque no sienten la necesidad de ser amadas en exclusiva, ni utilizan el amor como un medio para alcanzar la felicidad o para solucionar sus problemas.

Aman porque sí, sin esperar nada a cambio. Sin vivir pendientes del milagro romántico que transforme sus vidas.

Aman libres de ese círculo vicioso de ilusión-decepción en el que vivimos las personas adictas al enamoramiento romántico, porque amar sin mitificar supone querer a la gente tal y como es, sin idealizarla, sin obligarla a que cambie para que se ajuste a nuestro modelo de media naranja, Princesa o Príncipe Azul.

Amar sin romanticismos permite construir la pareja desde la honestidad: cuando queremos, estamos juntos, y cuando no queramos compartir más, nos separamos.

Como no hacemos falsas promesas de eternidad, no traicionamos a nadie: lo que hacemos es pactar las condiciones de la pareja para que ambos nos sintamos libres en ella.

Otras ventajas del amor sin romanticismo es que es más fácil formar un equipo para sobrevivir frente al mundo desde la empatía y la solidaridad.

El romanticismo nos lleva a relaciones interesadas, porque los hombres necesitan una criada y una cuidadora que trabaje gratis, y las mujeres necesitan ingresos.

El romanticismo nos hace creer a las mujeres que el amor nos salvará de la pobreza y la precariedad en un mundo en que los hombres son los dueños de todo: las tierras, las empresas, los medios de producción, los medios de comunicación, los parlamentos.

Y esta es la gran trampa romántica, porque la realidad es que la dependencia económica nos lleva a la dependencia emocional, y de alguna manera nos esclavizamos al matrimonio como un medio para subsistir y para ayudarnos a pagar facturas.

Por eso cuando construimos relaciones sin romanticismo y en condiciones de igualdad, las mujeres podemos relacionarnos sin intereses, ni miedos, ni necesidades.

Y es cuando podemos amar en libertad: desde la autonomía es mucho más fácil construir relaciones igualitarias y sanas.

El romanticismo es un mito que nos convence a las mujeres de que en el amor hay que sufrir, sacrificarse, aguantar, renunciar y pasarlo mal.

La recompensa que nos ofrecen es el paraíso romántico que nos venden en los cuentos de princesas, y que se parece mucho al paraíso cristiano: una vez que hayamos pasado por el valle de lágrimas, el sapo verde se convertirá en Príncipe Azul, viviremos felices y comeremos perdices.

Los amores sin romanticismo, en cambio, no están basados en el sufrimiento sino en el disfrute.

Como no hay necesidad de tener pareja, cuando se tiene es para disfrutar del sexo, de la compañía, del vínculo sentimental, y de la vida juntos.

Sin romanticismo no hay explotación: las mujeres no nos vemos en la obligación de cumplir nuestro rol de sirvientas para que nos quieran, nos protejan y nos mantengan.

Además, los amores sin romanticismo no son excluyentes: la pareja no tiene la necesidad de cuidar de su propiedad, ni por lo tanto de aislarse en su nido y olvidarse del mundo.

En este sentido, las relaciones sin romanticismo no entran en conflicto con las demás relaciones afectivas y emocionales que tenemos con nuestros familiares y seres queridos.

El amor no se cierra en si mismo, sino que se expande a nuestra tribu y a nuestras redes sociales porque no se agota: se multiplica cuando no sentimos necesidad de ser amadas por una sola persona.

Los amores sin romanticismo son más libres porque no se construyen desde la dependencia mutua: se conciben desde la autonomía de cada uno, y se viven sin el miedo a perder a la persona amada.

De alguna forma nos evitamos todo el síndrome de abstinencia que sufrimos cuando nos hacemos adictas al enamoramiento romántico, porque la pareja no es nuestra única fuente de bienestar y felicidad.

Sin romanticismo es más fácil separarse sin guerras ni sufrimiento: te ahorras mucho dolor, sentimientos de venganza, peleas violentas y malos tratos.

De hecho, las relaciones sin romanticismo están más basadas en el compañerismo que en el modelo de amor que se vive como una guerra en el que ninguno de los bandos quiere perder.

Y eso ayuda mucho a quererse bien y a disfrutar del amor en el presente.

Los amores sin romanticismo rompen de alguna forma con el modelo de dominación y sumisión del régimen heterosexual, por eso nos hacen creer que para que haya amor verdadero, tiene que haber romanticismo, y que todas las relaciones amorosas quedan por debajo de la relación suprema, que es la romántica.

Es hora de atreverse a romper con este mito romántico, y explorar otras formas de relacionarnos más allá del modelo idealizado que nos venden las películas y las novelas.

Hay que sacar a la luz todas las formas de quererse que existen, reivindicar nuestro derecho a construir las relaciones como queramos, y abrir nuestras mentes y corazones a todo tipo de relaciones amorosas basadas en el placer, el disfrute, la solidaridad, el apoyo mutuo, y la alegría de vivir.

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