A veces, no puedo evitar preguntarme si verdaderamente superaré la autolesión.
Me duele, pero es cierto. Una vez, alguien me dijo que una vez has abierto una puerta, ya no la puedes volver a cerrar; y sí, es cierto. Ya nunca podré volver atrás en el tiempo e impedirme a mí misma comprar aquel cúter. Las cicatrices me acompañarán, probablemente, de por vida.
Pero, aunque me duele esta certeza, no me hunde.
La autolesión es algo tremendamente desaconsejable. Dañino en el mejor de los casos; altamente peligroso, en el peor. No soluciona nada, es un intento de escapar de un problema que sólo hace que generar más problemas. Secretos. Mentiras. Dolor. Vergüenza. Arrepentimiento.
Y, sin embargo, la autolesión parece a veces la única alternativa al suicidio. No quiero decir con esto que lo sea de verdad. Siempre existe la alternativa de buscar ayuda, profesional o no, más o menos adecuada para la vivencia de cada persona. Pero lo parece.
Y, cuando sientes que no puedes más, que el dolor es demasiado (o al contrario, que necesitas sentir algo de tan anestesiada que te encuentras)… cuando sientes todo esto, yo mantengo que es mejor autolesionarse que acabar con la propia vida.
Porque la autolesión no es sino una herramienta que utilizamos personas en momentos disfuncionales para sobrellevar nuestro dolor. Nuestro sufrimiento, mejor dicho.
Y a pesar de ser una herramienta de mierda, es una herramienta, y es por eso que a veces prohibirle a una persona que se autolesione (presionándola para que te jure que no lo hará nunca más o culpabilizándola constantemente por hacerlo o haberlo hecho) no es sino una vía rápida para empujar a esa persona a vías peores de huir del sufrimiento emocional.
Lo que quiero decir con todo esto es que he llegado a un momento de mi vida en el que me arrepiento de haberme autolesionado por primera vez, y de haber seguido, pero no me torturo por ello. Lo que implica que, si alguna vez vuelvo a autolesionarme de una forma u otra, pero sobre todo cortándome como solía hacer antes, sabré que no he caído en ningún pozo sin fondo. Si he podido sobrellevar mis emociones más difíciles una, incluso múltiples veces sin cortarme, puedo volver a hacerlo.
Así que no, no sé si alguna vez “acabaré de superar” la autolesión. Ni siquiera sé si es posible. La puerta ya está abierta. El alivio buscado ya lo conozco, aunque sea momentáneo, aunque sea totalmente contraproducente a largo, medio y hasta a corto plazo. Pero sé que ya no soy la misma chica que un verano adolescente decidió hacerse daño a sí misma, físicamente, y que luego continuó de muchas formas más.
He evolucionado. He cambiado. He aprendido, en definitiva, que soy mucho más que mis cicatrices y hasta que mis heridas abiertas (metafóricas y literales); pero también he aprendido a escucharlas. A no avergonzarme, en absoluto, de ellas. A llevarlas como recordatorios de quien fui una vez, de quien puedo volver a ser, pero de quien no soy ahora: una chiquilla tan perdida que sólo creía encontrarse a sí misma en el dolor autoinfligido.
Porque somos muchas las personas que ya sabemos que la recuperación no es lineal. Que hay baches, tropiezos, que retrocedemos para después volver a avanzar. Pero si hay algo que se me quedó a mí fue lo que leí en Internet hace años, justo en esa época en que llevaba con rotulador un contador en mi propia mano de los días que pasaba sin autolesionarme de nuevo. Justo en esa época en que me pintaba la piel de rojo para recrear la sangre sin hacerme daño verdaderamente, en que rallaba y cortaba frenéticamente papel para no cortarme yo.
Lo que leí fue lo siguiente:
La recuperación te hará sentir que vas en círculo, pero en realidad, es más bien una espiral.
Pasas por los mismos sitios, vives problemas similares y repites conductas que creías haber dejado a tras; pero no eres la misma.
Porque tú has cambiado. Porque tú has evolucionado, progresado, aprendido. Y, como en una espiral, los trayectos más tristes se repetirán pero tú serás otra diferente (que tiene mucho de la que era antes, pero también de la que es ahora). Otra diferente preparada para sobrellevar ese arduo trayecto con herramientas distintas en el hatillo que llevas a la espalda.
Porque puede que la puerta de la autolesión ya no vaya a cerrarse nunca, pero la que traspasó el umbral ya no es la misma.