Cuando me plantearon la posibilidad de escribir mi propia “guía de autocuidados”, me pareció una idea brillante. Aun siendo consciente de que lo que me funciona a mí no tiene por qué funcionarles a otras personas, creo que compartir entre todas una buena dosis de consejos desde la experiencia en primera persona puede llegar a salvarnos la vida (al menos, a mí me la ha salvado más de una vez).
Pero ¿cómo escribo una guía de autocuidados? ¿Soy realmente capaz de explicar con detalle qué es lo que me salva de mí misma cuando, demasiadas veces, he acabado en Urgencias (en el peor de los casos) o he optado por irme a dormir hasta que el dolor emocional mengüe?
Sí, claro que sí, me digo mientras escribo esto. Todas resbalamos, todas recaemos, pero precisamente el hecho de que esté escribiendo esto hoy es una prueba más de que he sabido sobrevivir (y todo lo que sobrevivir ha implicado) hasta este momento y de que por ende seré capaz de sobrevivir mucho más tiempo.
Entonces ¿qué medidas pongo yo en práctica cuando me sobreviene una crisis de salud mental, qué “herramientas emocionales” utilizo?
Cómo cuidarnos a nosotras mismas
Para mí, lo primordial es el apoyo mutuo. Sea cual sea la intensidad de la crisis, sea cual sea el motivo subyacente, tener a alguien que me escuche y que me abrace incluso en la distancia se ha vuelto un elemento vital y crucial de mi recuperación. No sería quien soy hoy sin mis amigas y mi familia; no estaría aquí hoy, para empezar, sin mis amigas y mi familia.
Aprender a pedir ayuda
Y, sin embargo, con el tiempo voy dándome cuenta de que hay que encontrar un término medio entre pedir ayuda y exigirla. Entre reconocer una crisis de máxima urgencia y dormir en casa de una persona cercana porque sé que si me quedo sola soy un peligro para mí misma, y darme cuenta de cuándo sencillamente tengo uno de esos múltiples “malos días” y aprender a lavarme yo solita las heridas.
Por eso, me gustaría recalcar que tenemos que ser capaces de pedir ayuda, sí; y más aún cuando la situación nos sobrepasa completamente. Pero también que hemos de aprender a distinguir las situaciones extremas de las regulares (y para eso me parece imprescindible conocer las reacciones del propio cuerpo) y a aceptar un “no, ahora no puedo ayudarte” o “mejor quedamos mañana, que ahora estoy ocupada” por respuesta, por mucho que duela.
Transformar las ansias de destrucción en fuerza creativa
Respecto a lo que puede hacer una misma, para mí la escritura ha sido, es y será siempre un pilar de mi supervivencia. Hay quienes me dicen que “no escriben bien” y, por tanto, no escriben; y yo pienso que y qué importa, que la clave reside en desahogarse, en sacarlo todo, en sangrar de formas menos literales. A la mierda las metáforas bonitas.
Estamos aquí para vivir más allá de esta noche, no para ganar el Nobel de Literatura.
Así que supongo que esa sería para mí la mayor herramienta que puede proporcionarse nadie a sí misma: la creatividad, la capacidad de creación. Ya sea a través de la música, la escritura, el arte plástico... aprender a reconvertir tus ansias de destrucción en fuerza de creación es una capacidad que en todas reside.
Y, sin embargo, me dejo en el tintero otra decena de herramientas que no he mencionado todavía. Por eso, querría recalcar también que si la escritura ha sido mi forma de “entender la herida” (como decía la poeta Dunya Mikhail en una entrevista, la poesía no es una medicina, es una radiografía); el amor propio sí ha sido la medicina.
Pequeños gestos para capear el temporal
No es una medicina que siempre sea efectiva, no es una medicina que funcione como una pastilla que te tomas y te quita todos los males. Pero la senda del amor propio ha quedado sembrada para mí de pequeños gestos que sí me van librando, poco a poco, de mis males: untarte la piel de loción hidratante para aprender a relacionarte de otra forma con tu cuerpo desnudo ha sido primordial para mí.
Ducharme aun cuando la mera visión de mi desnudez me asqueaba, también. Y qué hay de hacer el esfuerzo de comer cuando solo quieres que vomitar, aunque sea a bocaditos pequeños, aunque sea algo ligero; una manzana, un zumo, para recordarle a tu cuerpo que estás aquí para cuidarlo antes que para cualquier otra cosa.
Así que sí, esta es mi guía de auto-cuidados. No es la guía ideal, no es la única guía, pero es la guía que me ha salvado la vida:
Apoya y apóyate, escribe y crea y desahógate, mímate y cuídate.
En nuestras manos, y en aquellas de quienes nos quieren, reside la fuerza de la recuperación.