Para los bebés y los niños pequeños, sentirse protegidos por sus padres supone la diferencia entre crecer seguros y con alta autoestima o desarrollarse arrastrando graves carencias. Sin los cuidados responsivos de los mayores las experiencias en la infancia se tornan oscuras y aterradoras. El miedo a la muerte siempre está presente en las vidas de estas criaturas.
Como no hay nada tan pavoroso como sentir la vida en peligro, estos niños están dispuestos a hacer cualquier cosa para llamar la atención de sus padres y procurarse sus cuidados. Y, a la larga, esta sumisión a todos los deseos paternos y maternos puede generar patrones de comportamiento sumamente insanos que se perpetúan durante toda la vida.
Hay casos en los que esta necesidad de atención termina cristalizándose en un afán imperioso por destacar. Es el caso de los niños que solo reciben el reconocimiento de sus padres cuando sacan buenas notas en el colegio y se fuerzan hasta el límite por ser siempre los mejores de su clase.
Estos pequeños se obsesionan con los estudios, hasta el punto de llegar a sufrir ataques de ansiedad si no tienen la mejor nota de la clase o si no llevan bien preparado un examen.
Se obsesionan por ser los mejores porque es el único modo de obtener la atención de sus mayores.
El problema con este tipo de patrones es que el tan necesitado aprecio de los padres –necesario para colmar la sensación de vacío– nunca llega. Usualmente, para estos padres tan exigentes y dictatoriales, siempre es necesario más esfuerzo, por lo que para lograr obtener una mirada amable o una palabra elogiosa, el niño se sacrifica cada vez más y la obsesión con los estudios cada vez va a más.
Cuándo sospechar que el éxito esconde el desamparo
Cuando estas personas comienzan su vida laboral, el patrón ya está plenamente instaurado en sus vidas, por lo que les resulta muy difícil relajarse y dejar de pensar en otra cosa que no sea el trabajo.
Esta personas suelen triunfar en sus respectivos ámbitos e incluso pueden llegar a crear sus propias empresas y hacerlas crecer vertiginosamente.
Obviamente, no todos los grandes empresarios responden a este patrón. Muchos de ellos triunfan en sus carreras porque realmente son personas que han encontrado y desarrollado su pasión. Sin embargo, cuando este afán de crecimiento y éxito comienza a desbordarse y se convierte en una obsesión podemos sospechar que en sus vidas están operando otros patrones ocultos.
Aunque estos patrones –aprendidos y reforzados durante la infancia– les llevan a conseguir grandes logros y a triunfar en sus carreras profesionales, si excavamos un poquito, bajo todas las capas de éxito y opulencia, podremos encontrar al niño desamparado de antaño, aún necesitado de ternura y consuelo.
El caso de Juan, el hotelero que quería demostrar que estaba vivo
Hace algunos años, acudió a mi consulta un empresario del sector hostelero, al que llamaremos Juan. Este hombre, había tenido un enorme éxito en su carrera y poseía varios hoteles en la Costa del Sol. Sin embargo, pese a todo su reconocimiento y triunfo social, Juan no se sentía realizado, se notaba cansado, y acudió a terapia tras sufrir varias crisis de ansiedad.
Cuando comenzamos a hablar sobre su infancia, Juan me contó que en su niñez sufrió una grave enfermad que le llevó al borde de la muerte. Por suerte, al cabo de unos meses, el niño logró superarla sin ninguna secuela física. Sin embargo, a nivel psicológico sí que hubieron graves consecuencias para él.
Su padre, un hombre de negocios de mentalidad muy tradicional, al ver a su primogénito al borde de la muerte, decidió volcar toda su atención y esfuerzos en el hermano pequeño. Mientras que la familia dejó a Juan en segundo plano, al hermano menor le pagaron los estudios y le legaron la empresa familiar. Según me contó Juan en una sesión, de niño le parecía como si su padre se hubiese olvidado de él. Casi sentía como si le hubiera dado por muerto.
A pesar de todo, Juan era un muchacho inteligente y consiguió triunfar en el colegio y en su vida adulta, aunque lejos del negocio familiar, en su vida laboral. Durante toda su vida, se esforzó por demostrarle a su padre que era mejor que su hermano. Mientras este, un estudiante mediocre y algo pendenciero, se llevaba todos los elogios, Juan tenía que luchar por una mísera mirada de reconocimiento de su padre. En el fondo, como al final comprendió, Juan se había pasado la vida intentando demostrar a su padre que no estaba muerto.
Vivir sin esperar el reconocimiento es liberador
Como vemos, una exitosa carrera empresarial escondía una oscura historia y un afán desesperado por conseguir el reconocimiento de su padre. Al comprender su trágica historia, Juan se percató de que no merecía la pena perder su vida esforzándose por conseguir más y más éxitos.
Para él fue duro reconocer que no lograría jamás el reconocimiento de su padre pero, a la vez, también le supuso una liberación. Liberándose de su obligación de lograr el éxito a toda costa, pudo reducir su nivel de estrés y dedicarse a disfrutar más de la vida con su familia.
Gracias a historias como la de Juan, podemos sacar grande aprendizajes para aplicar en la crianza de nuestros hijos. Para evitar que se creen este tipo de patrones autodestructivos, debemos escuchar y prestar atención a los niños, aceptándoles y reconociéndolos tal y como son, sin presionarles ni obligarles a ser los mejores para sentirse valorados.