“Siempre tengo la sensación de ser el más pequeño, en cualquier reunión, no sólo en la familia, sino también en el trabajo, con los amigos. Aunque ya tenga cincuenta años, no consigo deshacerme de esa sensación de inferioridad, fui el cuarto de cuatro hermanos y, para mí, ésta ha sido la mayor losa de mi vida”
A Adolfo siempre le llamaron “el nene”, una forma cariñosa de referirse a los niños que se usa en el levante español y que en principio, no tiene ninguna malicia, pero que para este hombre, se convirtió, desde su niñez, en una traba demoledora. Adolfo, fue el más pequeño de cuatro hermanos y, para mayor desgracia, físicamente siempre fue el más bajito y el más débil, lo que ha contribuido a que su apelativo de “el nene” le haya acompañado a lo largo de su vida.
Sus hermanos mayores confabulaban entre ellos para fastidiarle. Le asustaban por la noche para que tuviera miedo de los fantasmas y, aunque hubieran sido ellos los causantes, siempre se ponían de acuerdo para culpabilizarle cuando ocurría alguna catástrofe en casa.
Si pedía ayuda a sus padres, éstos siempre manifestaban predilección por los hermanos mayores y se ponían de su lado en cualquier riña que tuvieran.
Estas situaciones se daban a diario en casa. Adolfo se sentía solo y sin nadie que le defendiera. No podía hacer nada más que callarse, aguantar y esperar que sus hermanos se entretuvieran con alguna otra cosa y se olvidasen de él.
El paso de los años vividos con este maltrato constante, desgastaron su autoestima y convirtieron a Adolfo en un hombre apocado y retraído. En su infancia, había dejado de protestar, había aprendido a callarse. ¿Para qué iba a hablar, si no servía de nada?
Acoso familiar, un sometimiento aprendido
Adolfo arrastraba ese patrón de sometimiento en su vida actual, se sentía incapaz de defenderse de los abusos de sus compañeros de trabajo y en sus relaciones de amistad o de pareja, nunca tomaba la iniciativa en nada; siempre se dejaba llevar.
En su proceso de sanación, a Adolfo le costó mucho trabajo terapéutico el asumir que su propia familia era la responsable de haberle infligido tanto mal. Adolfo tenía tan interiorizada la idea de que la familia debe estar unida y que uno no puede ir contra su propia sangre que era incapaz de aceptar la realidad de lo que le había sucedido. Una y otra vez, trataba de justificarles, minimizando las demoledoras experiencias que había vivido en su infancia.
Su evolución, cada vez que negaba la realidad de su infancia, quedaba bloqueaba. Fueron muchos los pasos terapéuticos que tuvo que andar Adolfo hasta poder asumir su verdad.
Tras mucho esfuerzo, Aldolfo, poco a poco, fue recuperando la confianza necesaria para poder visualizarse plantándole cara a sus hermanos (y a sus padres) y diciéndoles todo lo que le hubiera gustado decirles.
Adolfo, también les plantó cara a sus acosadores en su presente. Hace unos meses, me llamó emocionado por teléfono para decirme : “Ramón, por fin soy Adolfo, me puse firme y ya no soy el nene. Las relaciones con mi familia están cambiando mucho. Ya no dejo que se burlen de mi o me utilicen de excusa para cualquier cosa. Me he puesto firme Ramón. Me siento como una persona nueva”.
A pesar de haber vivido infancias tan duras como la de Adolfo, siempre hay esperanzas de recuperación. Será costoso, pero siempre se puede reforzar aquella autoestima que fue dañada en el pasado.
Afrontar la realidad pasada, asumirla, trabajarla y afrontar el presente con nuevos recursos son algunos de los pasos a seguir para poder alzar nuestra voz y defendernos ante cualquier abuso, venga de donde venga.