Dependencia emocional: cuando no podemos vivir sin ser amados

Cuando de bebé no has sentido cuidado y atención, arrastras una inmensa necesidad de cobijo y amparo durante toda tu vida. Necesitas que te amen y te hagan hagan caso, lo que te vuelve dependiente de los demás. ¿Qué podemos hacer para sentirnos plenos por nosotros mismos?

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Muchas personas que no se sintieron suficientemente cuidadas y protegidas de bebés, aún en la edad adulta, siguen arrastrando esta angustiosa sensación de desamparo emocional. Para intentar colmar este vacío de su yo interno, inconscientemente, buscan, por todas partes, el amor, la protección y la seguridad que no recibieron de niños.

Para sentirse vivas, necesitan sentir que le prestan atención, que las aman incondicionalmente, necesitan recuperar, de la forma que sea, el amor que nunca sintieron. Sin embargo, esto ya no es posible, por lo que esta búsqueda, se convierte, para muchos, en un camino infructuoso plagado de más abandono y desolación.

Búsqueda constante del amor: un patrón autodestructivo

Cuando se percató de que repetía un patrón autodestructivo con cada pareja que tenía, Martina acudió a mi consulta en busca de ayuda psicológica. Cada vez que un chico le prestaba algo de atención, ella caía, irremediablemente, rendida a sus pies.

Convencida de que esta nueva pareja iba a convertirse, por fin, el hombre de su vida, la joven se volcaba al completo en la relación. Por su parte, el novio de turno, en cuanto lograba conquistarla, perdía el interés por ella y ya no se mostraba tan atento y cuidadoso.

Entraban, entonces, en una etapa de decepciones y discusiones que, inevitablemente, terminaba con la ruptura de la pareja.

Tras cada separación, Martina se sentía sola, desamparada y, aunque se prometía no volver a caer en el mismo error, en cuanto conocía a un nuevo chico que mostraba interés por ella y comenzaba a agasajarla, se volvía a enamorar. La chica era consciente de que no podía dejarse engañar por el primero que le hiciera caso, pero no podía evitarlo, no sabía como salir del círculo negativo en el que se hallaba atrapada.

Una carencia afectiva arrastrada desde la infancia

El problema de Martina resulta frecuente entre muchas de las personas que acuden a consulta. Arrastran una profunda necesidad de atención y cobijo, por lo que, sucumben ante el más mínimo gesto amable que cualquiera les muestre. En este artículo me gustaría profundizar en este problema tan habitual, por desgracia, en nuestra sociedad. Para poder comprenderlo en su totalidad, en primer lugar, tenemos que entender cuáles son las necesidades básicas de los bebés.

Como ya hemos comentado en otras ocasiones en este mismo blog, los bebés, para crecer seguros y convertirse en niños y adultos emocionalmente sanos, necesitan sentirse cuidados, seguros y protegidos. Para comprender, en profundidad, esta necesidad tan crucial de los bebés, necesitamos realizar un viaje hacia atrás en el tiempo, a nuestros orígenes como especie.

Mantener un entorno seguro que proteja al bebé de los depredadores es una de las estrategias esenciales de supervivencia del ser humano.

Logramos evolucionar en un ambiente hostil, frente a depredadores mucho más hábiles y fuertes que nosotros, gracias a que los esfuerzos del grupo se centraron en proteger y cuidar a nuestros bebés.

Un efecto de esta estrategia de supervivencia es que los bebés humanos nacen con una imperiosa necesidad de ser cuidados. Para ellos, el contar con la atención de sus cuidadores resulta tan fundamental como el ser alimentados. Si no se sienten atendidos, interpretan que su vida está en peligro (como pasaba en nuestro pasado evolutivo) y lloran desesperadamente para reclamar protección física y seguridad emocional.

Cuando investigamos la historia de la mayoría de las personas que arrastran esta necesidad de sentirse atendidos y que caen rendidos ante cualquiera que les presta atención, descubrimos un pasado en el que no tuvieron todos los cuidados que precisaban y, como consecuencia, en su interior quedó un vacío emocional (e incluso físico) que, aún en día, sigue manifestándose en sus vidas.

Romper con el círculo vicioso

En el caso de Martina, cuando comenzamos a investigar su historia personal, descubrimos que, realmente, no había sentido el calor del cuidado de sus mayores. Su padre las abandonó cuando ella tenía pocos meses y su madre tuvo que trabajar a jornada completa para poder cubrir todos los gastos que necesitaba la familia.

Mientras su madre estaba fuera, una prima se encargaba de cuidar a Martina y a su hermana, pero el trato que recordaba la niña era bastante frío y distante, y nunca logró establecer un vínculo seguro con ella. Al contrario, la pequeña Martina se sentía atendida en las necesidades físicas, pero completamente abandonada en las emocionales.

Como consecuencia de esta historia de carencia, ya en su vida adulta, cuando alguien le prestaba algo de atención, Martina se sentía como si se encendiera aquella llama de cariño y cuidados que tanto necesitó en su infancia. Su raciocinio se nublaba y se enganchaba a la otra persona. Realmente, según me confesaba en sus sesiones, no era amor lo que sentía, más bien, una mezcla de ilusión y esperanza por lograr llenar el vacío de su interior. “Por fin soy importante para alguien”, solía pensar al empezar una nueva relación.

Pero ésta no era una buena base sobre la que construir una pareja y siempre terminaba decepcionada.

Para poder romper su ciclo de relaciones insatisfactorias, Martina necesitó comprender su pasado y asumir la dura realidad que había vivido de pequeña. Sus padres no habían estado presentes en su infancia. Arrastraba la carencia de una mirada amorosa, necesitaba que la mirasen para sentirse bien, pero no podía seguir dependiendo de que cualquiera acudiera desde fuera para cuidarla y prestarle atención. Debía ser ella misma la que comenzara a mirarse y cuidarse con infinito amor, con profundo cariño.

Tras su trabajo terapéutico Martina, que se había concedido un tiempo sin relaciones, dejó de mirar hacia fuera, esperando encontrar a alguien que le diera cariño y comenzó a mirar hacia dentro. Poco a poco, se fue sintiendo más segura y, a medida que se centraba en sí misma y comenzaba a cuidarse, dejó de necesitar que alguien la prestara atención. Ella misma pudo ofrecerse el amor que necesitaba para colmar su vacío interior.

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