Ser excesivamente responsable puede acabar volviéndose en nuestra contra. Aunque, por un lado, nos puede proporcionar un gran reconocimiento social y grandes éxitos laborales, por otro, puede convertirnos en personas extremadamente vulnerables e indefensas ante el abuso de los demás.
Estas dos características se daban en Ángela, una chica que acababa de cumplir 40 cuando, por sugerencia de sus hermanos, acudió a consulta para trabajar sus problemas derivados del estrés, que la habían llevado a sufrir numerosas contracturas, fortísimos dolores musculares y una grave úlcera de estómago.
Como veremos en este ejemplo, a veces sucede que, como en el caso de Ángela, en las familias se establecen, de forma sutil y paulatina, dinámicas familiares en las que uno de los miembros asume el rol (como el de ser responsable) y los demás, por dejadez o comodidad, se lo ceden gustosos.
En el caso de la responsabilidad, suele ser un rasgo de personalidad que, de forma muy progresiva, se desarrolla en la infancia.
Un niño o una niña, con una semilla de responsabilidad en su carácter, de forma gradual, además de las suyas, va asumiendo las tareas que le corresponden a otros, pero de las que nadie se ocupa. Poco a poco, esta persona va cargándose de estrés (propio y ajeno), por lo que, tarde o temprano, su cuerpo no puede aguantar más y colapsa.
Cómo pueden marcarnos las dinámicas familiares
Ángela se encargaba del área comercial de la empresa familiar, en la que también trabajaban sus hermanos. Por culpa de la crisis económica, no podían permitirse contratar a un ayudante, por lo que Ángela cargaba con mucho más peso laboral del que podía soportar. Tras el horario de oficina (y los fines de semana), también pasaba muchas horas trabajando en casa. Nunca tenía descanso.
Por otro lado, cuando celebraban algún evento familiar, como un cumpleaños o unas vacaciones en conjunto, ella se encargaba de repartir las tareas de cada uno y de organizar las comidas y el avituallamiento. Incluso les imprimía listas con los diferentes quehaceres de cada cual. En su familia habían establecido una dinámica en la que ella asumía todas las responsabilidades y los demás la dejaban hacer y se despreocupaban de sus tareas.
“Si no lo hago yo, no lo va a hacer nadie”. Es la sensación que le quedaba a Ángela, según me comentó en una de nuestras sesiones.
En el caso de Ángela, debido a su carácter perfeccionista, desde muy pequeña se acostumbró a finalizar las tareas que sus hermanos no terminaban y a recoger todas las cosas que los otros dejaban por medio. Poco a poco, los demás se fueron acostumbrando a esta rutina y acabaron delegando a ella todas sus tareas.
Bajo el pretexto de “a ti se te da bien, no te cuesta nada” o “tú lo haces mejor”, familiares y amigos le iban cargando con más y más piedras en su mochila de estrés.
Por qué dejar ir ese exceso de responsabilidad
Esta dinámica familiar enfermiza, al cabo del tiempo, comenzó a dejar una huella muy profunda en la salud de Ángela. Se había cargado de tanto estrés, que su cuerpo no pudo asumir más y comenzó a pasarle una costosísima factura física y emocional. Empezó a sufrir dolorosísimas contracturas musculares en la espalda y en los hombros, también, a enfermar con mucha frecuencia debido a que, por culpa del nivel de estrés que aguantaba, su sistema inmunitario se había debilitado enormemente.
Cuando vino a consulta, los problemas físicos de Ángela se habían incrementado, hacía unas pocas semanas, con una grave úlcera de estómago.
En estos casos, en los que no existen malos tratos ni una familia disfuncional, la solución pasa por desentrañar las dinámicas familiares y comprender cómo se ha llegado a una situación tan extrema. Como hemos visto en el caso de Ángela, suele suceder que, de forma paulatina, los demás familiares, por comodidad o por desidia, van dejado el peso de realizar las tareas en el miembro de carácter más responsable.
Con el paso de los años, estos roles están tan establecidos (y asumidos), que ni siquiera resulta necesario que alguien organice las diferentes tareas, sino que se da por hecho que esta persona es la que se va a encargar de todo.
Incluso, se llega al extremo de que, sin importar las circunstancias, si comete algún error o deja tareas sin realizar, le lluevan los reproches de los demás.
En su terapia, Ángela aprendió a bajar su nivel de estrés, a pedir ayuda cuando la necesitaba y a delegar tareas entre sus hermanos. Asumió que ella no debía cargar con responsabilidades que no le correspondían, que no todo tenía que ser perfecto y que debía reeducar a sus hermanos para que la ayudaran.
Paradójicamente, los hermanos que se preocupaban por su salud eran los que más estrés le causaban. Por suerte para Ángela, cuando ella les explicó su situación y los motivos de su ansiedad, se mostraron muy colaborativos y comenzaron a repartir las tareas de forma más equilibrada. Además, decidieron bajarse el sueldo y contratar a media jornada a una persona que ayudara a Ángela con las tareas de la oficina. De esta forma, Ángela, por fin, pudo dejar de llevarse trabajo a casa y aprovechar su tiempo libre para relajarse y descansar.