Hace algunas semanas escribí en este mismo espacio sobre el tipo de fobia resultante de un trauma emocional y comenté la forma óptima de trabajar con ella para poder superarla. Hoy quiero analizar otro tipo de fobia, aquellas cuyo origen resulta más fácil de distinguir, pero no por ello son menos importantes ni limitantes.
Este segundo tipo de fobia puede ser fruto de malas experiencias acumuladas ante una situación o un objeto potencialmente peligroso que, por lo general, se ven aumentadas por leyendas oscuras o tradiciones culturales negativas hacia el objeto fóbico. Algunos ejemplos de este tipo de fobias pueden ser situaciones como volar en avión, asomarse a un acantilado; objetos como tijeras o cuchillos; o animales como serpientes o ratas.
Ante todos estos objetos o animales, todos actuamos con cierto grado de precaución, pero su presencia, no nos limita en nuestra actividad diaria. Sin embargo, las personas que sufren este tipo de fobias sí que pueden llegar a ver sus vidas muy afectadas por el objeto fóbico, tanto que, incluso, he conocido a varias personas que han llegado a ponerse en situaciones de verdadero peligro por culpa de sus fobias.
Recuerdo el caso de Susana, significativamente extremo, que acudió a consulta a trabajar su miedo a las serpientes, tras haber saltado de una moto en marcha cuando creyó ver una en el suelo. Por fortuna, la velocidad no era muy alta y la joven sólo se hizo unas magulladuras, pero según me comentó en la primera sesión que tuvimos, aunque la moto hubiese ido más rápida, habría saltado igualmente.
En otros casos, la fobia resulta tan limitante que puede llegar a poner en peligro el modo de vida de la persona afectada.
Jordi, por ejemplo, era comercial de una multinacional, le encantaba su trabajo, me comentaba que había nacido para vender pero que no lograba ascender en su empresa por su miedo a volar. Cuando sus jefes le ofrecían realizar viajes internacionales (trabajo de más prestigio y mucho mejor pagado), siempre los rechazaba, se sentía incapaz de desplazarse en avión.
Un ejemplo mucho más cercano es el de nuestra propia hija, que tuvo un encuentro desagradable con dos perros enormes cuando ella aún no había cumplido los dos años. Estábamos dando un paseo por un parque, cuando de repente, desde un promontorio, comenzaron a ladrarnos, enseñando los dientes de forma amenazadora y reiterada.
Aunque no nos sucedió nada, ella quedó tan impactada que desarrolló una fobia hacia los perros. Durante varios años, no pudo acercarse a ninguno e, incluso, huía y nos pedía que la cogiéramos en brazos cuando veía un perro por la calle, por muy pequeño que fuera.
Cómo se originan estas fobias
En estos casos, no tenemos que remontarnos a un trauma emocional subyacente que explique la fobia. Una mala experiencia relacionada con el objeto puede provocar un enorme sobresalto que suponga el inicio del miedo. Sobresalto que, tras la consiguiente descarga de hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, queda grabado en el cerebro como algo terrorífico.
Este temor inicial, con el tiempo, ante cada exposición al objeto fóbico (acompañada de nuevas descargas hormonales) va creciendo e inflándose hasta convertirse en una fobia imposible de controlar. Si además, se repiten experiencias negativas, se le acaba atribuyendo al objeto (o a la situación) un poder desmesurado, muy por encima de su peligro real. De esta forma, la fobia va aumentando hasta niveles insoportables y, como ya hemos visto, incapacitantes.
Cómo tratar este tipo de fobias
A la hora de trabajar con este tipo de fobias, un primer paso que hay que dar es proporcionar a la persona información real sobre el motivo del miedo (perros, cucarachas, aviones) para, de esta forma, quitarle el poder al objeto fóbico. Por ejemplo, en el caso del miedo a volar, algunas compañías aéreas tienen programas de apoyo en los que explican los pasos de la experiencia de vuelo y aclaran todos y cada uno de los ruidos o de los movimientos que puede realizar el avión.
Cuanta más información posee la persona, más se reduce su incertidumbre, por lo que se logra evitar que, en cada ocasión, la mente siga aumentando el miedo.
Terapia de Desensibilización Sistemática
Este tipo de fobias que no proyectan o enmascaran un trauma emocional subyacente, suelen responder bien a los tratamientos más cognitivos-conductuales como una Desensibilización Sistemática (DS), que consiste en una aproximación progresiva al motivo de la fobia comprobando en cada paso que no sucede nada y que los miedos son infundados. El objetivo es que el cuerpo pueda experimentar sensaciones agradables en presencia de lo que antes provocaba tanta aversión.
Una versión moderna de la DS, que está dando excelentes resultados, la encontramos en las nuevas terapias basadas en la Realidad Virtual. En estos casos, la inmersión es mucho más completa y se pueden recrear distintos escenarios donde se puede realizar la aproximación progresiva, incluso adaptando el programa a las necesidades de cada persona.
Trabajando de esta forma, colocamos al miedo en el lugar que le corresponde. La persona comprende qué peligros reales puede entrañar el objeto fóbico y qué precauciones tiene que tomar ante este. Tras el tratamiento, la fobia no volverá a manejar o a controlar su vida nunca más.
La “terapia” que realizó nuestra hija para solucionar su fobia fue mucho más natural e inesperada. En una finca donde iba a montar a caballo, conoció a una perra que había tenido una camada. Al principio, ni tocaba a los cachorros, pero, poco a poco, fue tomando confianza, venció su miedo y acabó jugando con ellos siempre que iba por allí.
Los cachorros, de raza grande, fueron creciendo a medida que Adriana jugaba con ellos, hasta que, finalmente, se encontró, sin sentir ningún tipo de miedo, rodeada de perros que eran casi tan altos como ella. Hoy en día, Adriana no sólo no teme a los perros, sino que tenemos en casa uno, Camilo, que a diario saca a pasear junto a varios más.