Hace ya algunos años, recibí una llamada de una señora (por su voz, calculé que podría tener unos 60 o 65 años). La mujer me preguntó si yo era capaz, mediante hipnosis de, literalmente, “quitarle a su marido de la cabeza”.
Según me comentó, durante sus largos años de matrimonio lo había pasado muy mal, soportando a un marido misógino y maltratador, y deseaba borrarlo de su memoria, hacer como si nunca hubiera existido. La mujer me contó que había pasado 35 años viviendo con él, que por fin había reunido el valor para separarse, pero que quería olvidar todo lo malo que la había hecho pasar.
Le expliqué que la hipnosis no funciona así, que no se puede borrar un recuerdo (y mucho menos, 35 años de recuerdos), que lo más saludable para ella, para poder cambiar y no volver a permitir algo así en su vida, sería trabajar esta relación y comprender porqué había soportado tantos años de maltrato.
Sin embargo, la mujer se sentía tan dolida que no deseaba recordar lo mal que lo había pasado, ni saber nada de su ex marido, sólo quería quitárselo de la cabeza como si fuera un chip defectuoso que se sustituye por otro nuevo.
Ejemplos como el de esta mujer son muy habituales en la consulta de un psicólogo. Con frecuencia, nos encontramos con personas que desean dejar de sufrir, pero que no quieren profundizar y afrontar las causas de su sufrimiento. Estas personas, desean que sus problemas se solucionen con una pastilla mágica que les evite el dolor, el “soma” de Huxley.
Sin embargo, en psicología no existe la solución mágica, inmediata e indolora para afrontar el dolor emocional. No se pueden cambiar en dos o tres sesiones patrones y actitudes que, aunque fueran perjudiciales para nosotros, hemos ido reforzando durante décadas.
Sumergirnos en nuestra propia historia y enfrentarnos a las situaciones que nos han afectado y a las consecuencias que arrastramos por culpa de lo que vivimos en el pasado, será parte de la labor que realmente nos ayude a sanar. Comprendo que este no siempre es un trabajo agradable y que hay que enfrentarse a momentos dolorosos, pero como siempre le digo a mis pacientes, lo peor ya pasó.
Revivir los recuerdos traumáticos no nos va a suponer más dolor del que ya sufrimos de pequeños. Además, con un acompañamiento profesional adecuado, se puede realizar este trabajo de forma progresiva, ganando confianza poco a poco hasta poder llegar al punto de librarse de todo el lastre que arrastramos y que supone un freno para nuestra vida.
Como consecuencia de estas reticencias a profundizar en su historia personal, algunas personas se estancan en su proceso de indagación o, incluso, llegan a abandonar su terapia justo cuando estábamos a punto de entrar a trabajar un tema clave para su recuperación. Ellos sienten que éste es un punto fundamental de su terapia, pero también intuyen que les resultará difícil enfrentarse a esas situaciones sumamente traumáticas y, sobre todo, cuestionar a su familia, cuestionar cómo sus padres les trataron de niños y poner encima de la mesa los errores que cometieron, atacando con ello el “sagrado” cuarto mandamiento, como decía Alice Miller.
El miedo a profundizar y a enfrentarse con su pasado les bloquea y les hace dejar su terapia inconclusa. Sin embargo, aunque nos esforcemos por tapar el pasado, sus efectos negativos siguen muy vivos en el presente. La ansiedad continúa afectándonos cada vez más y seguimos siendo incapaces de enfrentarnos a las situaciones que nos causan malestar. Nuestro interior, día a día, nos sigue gritando para que solucionemos aquellos temas que tenemos pendientes.
Muchas veces, lo único que necesita las personas es tomarse un tiempo para madurar, sin prisas, ni presiones, el trabajo que ya han realizado para, tras un paréntesis, lograr encontrar la fuerza y la confianza necesarias para volver a terapia y continuar con su tarea. Incluso, en ocasiones, transcurren varios años hasta que recibo la llamada de alguna persona que me pide cita para retomar sus sesiones y proseguir con el proceso que dejó a medias.
Me alegra enormemente recibir estas llamadas porque sé que, justo en este momento, la persona ya está preparada para avanzar y resolver lo que no pudo hacer años atrás. De hecho, tras su vuelta, sus sesiones suelen ser muy productivas ayudándoles a liberarse del bloqueo que arrastraban desde su pasado y que les seguía afectando en su presente.
Recuerdo a un chico, Arturo, que dejó sus sesiones sin haber terminado su proceso terapéutico. El joven había mejorado bastante y aparentemente, se sentía mejor, sin embargo aún se topaba con grandes dificultades en su día a día y era consciente de que debía continuar con su terapia para llegar a alcanzar el estado de equilibrio y bienestar que anhelaba.
Por algún motivo, que él no comprendía, decidió no volver a la consulta, aunque siempre rondaba por su cabeza la necesidad de continuar con su trabajo terapéutico. Según me contó, todos los días, durante meses, hasta que por fin se decidió a llamarme para pedir cita, recordaba que debía volver. Sin embargo, día a día, se daba a sí mismo las excusas más variopintas para posponer la llamada.
Según me dijo, se convirtió en el rey de los pretextos: tengo mucho trabajo, éste mes no me llega el dinero, he quedado con los amigos … Arturo, siempre encontraba alguna disculpa, alguna justificación, algún subterfugio para no seguir con su terapia hasta que un día, según me contó, visitando el cuarto de baño de un restaurante, se encontró con mi nombre escrito en la grifería.
Arturo tomó el haberse topado con mi nombre como una señal del Universo y decidió no posponer más la llamada para continuar con su terapia. En esta ocasión, fue una divina casualidad compartir nombre y apellido con una conocida marca de grifos. El muchacho retomó sus sesiones con una motivación renovada y pudo, finalmente, superar sus problemas.