Paulina siempre vestía ropas anchas que le cubrían gran parte de su cuerpo. Incluso en verano, nunca llevaba vestidos ni camisetas de tirantes finos. La joven pensaba que ese era su estilo y, aparentemente, se sentía a gusto con él, hasta que, en una de sus sesiones de terapia, comprendió cómo el machismo de su padre le había grabado en su mente una idea altamente represora: avergonzarse de su cuerpo por ser mujer.
El machismo y el patriarcado se muestran omnipresentes en nuestra sociedad y, ya desde antes del nacimiento, afecta a la educación de niñas y niños. Los mensajes recibidos en la infancia marcan la forma en la que los adultos interpretan la sexualidad y los roles de género. Según seas hombre o mujer, te indican cómo comportarte y qué se espera de las personas de tu sexo.
Una de las formas más extendidas de control patriarcal, ha sido siempre la represión del cuerpo femenino. La mujer bien considerada era aquella que no mostraba su naturaleza y no “iba provocando” a los hombres. Si se atrevían a ser un más libres e independientes, eran tachadas de bruja o de “mala mujer” y se enfrentaban al rechazo social.
En muchas culturas, estos mensajes siguen aún muy presentes. No solo en aquellos dominadas por religiones patriarcales, también en sociedades más avanzadas en la lucha por una una igualdad real, se está notando un repunte del machismo entre niños y adolescentes. A través de estilos o vídeos musicales misóginos o de la tecnología, se sigue perpetuando el control hacia el cuerpo y las ideas de niñas y mujeres.
Mensajes que calan hondo
Cuando Paulina acudió a mi consulta y comenzó a trabajar los condicionamientos de su infancia, se percató de hasta qué punto el machismo de su padre las había reprimido a su madre y a ella. Comparando las dinámicas de su familia con las de otras, vio que las actitudes de su padre eran muy extremistas. No dejaba que su mujer, la madre de Paulina, se arreglara o se vistiera bien.
Nada de maquillaje, nada de tintes o de perfumes. Tampoco podía salir a la calle sola, de hecho, casi nunca salía de casa. Su madre solo podía ir a comprar comida y para hacerlo, su padre le daba el dinero justo, de esta forma le negaba la posibilidad de comprarse algún “capricho”. La madre de Paulina siempre fue una mujer sometida que nunca se atrevió a protestar.
Paulina presenció esta situación durante toda su infancia y, al llegar a la adolescencia, su padre también comenzó a machacarla a ella. Le decía que era mejor no ser femenina, que no estaba bien ir provocando por la calle. Le controlaba la ropa y el dinero que llevaba cuando salía y, más de una vez, la obligó a cambiarse cuando llevaba una falda que subía más arriba de las rodillas o alguna camiseta que según él “no dejaba nada a la imaginación”.
El mensaje que recibió Paulina, tanto de niña como de adolescente, es que no podía destacar, que debía avergonzarse de su cuerpo femenino y ocultarlo.
Aunque al principio la joven trató de rebelarse ante esta represión, al no tener el apoyo de nadie, ni siquiera de su madre, terminó por acatar la situación y asumir como normal la idea de vestir discreta y no destacar.
El mensaje opresivo que, durante años, recibió Paulina, no se limitó a restringir el tipo de ropa que usaba la chica. Psicológicamente, también la afectó a un nivel muy profundo. Poco a poco, de forma solapada, esta represión fue calando en su personalidad, destruyendo su autoestima y su autoimagen hasta el punto de que se avergonzaba por tener cuerpo de mujer.
Despojarse de las ideas arraigadas
Cuando Paulina llegó a mi consulta, los mensajes negativos sobre su cuerpo estaban muy arraigados en su mente. Sin embargo, sesión tras sesión, trabajó para quitarles el poder que ejercían sobre ella y pudo reprogramar sus ideas. Además, a medida que la joven fue desmontando, uno a uno, los argumentos machistas de su padre, pudo conectar más profundamente con ella misma.
Su intuición siempre le había dicho que su cuerpo no tenía nada erróneo, pero nunca la había escuchado hasta ahora.
En una sesión Paulina me dijo: “He comprendido que elegir la ropa que me guste o qué quiero hacer con mi cuerpo es una forma de ser yo misma. Se trata de mí y de mi libertad. Yo decido por mí, no por lo que los demás vayan a pensar de mí.”.
A medida que Paulina ayudó a su niña a liberarse de la sombra de su padre, la adulta fue ganando confianza. Se percató de que no quería a su padre en su vida y cortó toda relación con él. “Aún quiere seguir controlando mi ropa y mis decisiones, pero ya no lo voy a permitir”.
Tras liberarse de los condicionamientos misóginos de su infancia, Paulina comenzó a probar otro tipo de colores, ropa mucho más ligera y a maquillarse, algo impensable hasta ese momento para ella. Ya no se avergonzaba de su cuerpo y ya no tenía por qué esconderse.