¿Gritas a tus hijos? Por qué romper con las conductas de maltrato heredadas

Si nuestros padres nos gritaron o maltrataron, estas conductas quedaron grabadas en nuestro inconsciente y podemos repetirlas con nuestros hijos. Cambiar estas actitudes beneficia a nuestros hijos y a todas las generaciones que vengan después.

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Una de las motivaciones de Laura para acudir a mi consulta era la dejar de gritarle a su hija pequeña. En la primera sesión de su terapia, me comentó que, en momentos de agotamiento y de máxima tensión emocional, perdía los nervios y le gritaba a su niña de tres años.

Laura había leído muchos libros y foros sobre crianza respetuosa y sabía que no era saludable para su hija recibir esos gritos por parte de su madre, la persona que debía protegerla y mostrarle amor incondicional. Sin embargo, tal y cómo me confesó la joven, le resultaba imposible controlarse ante este tipo de situaciones de máxima tensión.

El beneficio de una terapia va mucho más allá de ayudar a una persona a solucionar sus problemas emocionales y a liberarse de sus patrones tóxicos. Cuando alguien se sumerge en un trabajo de introspección y de profundo cambio, no solo está sanándose a sí misma, sino que, también, está liberando a todos sus descendientes de patrones dolorosos que, posiblemente, se han perpetuado a lo largo de innumerables generaciones.

La cultura de la violencia se puede heredar

La mayoría de las veces, los patrones enfermizos de maltrato (castigos, amenazas, gritos, etc.) se transmiten, como los eslabones de una cadena, de generación en generación. Los padres gritan porque a ellos les gritaron los abuelos, los abuelos recibieron los gritos de los bisabuelos y así podríamos remontarnos hasta cientos de años atrás, hasta el primer grito, el primer golpe o la primera humillación infligida a un niño por parte de un adulto iracundo.

En el caso de Laura, la cultura de la violencia también procedía de un patrón familiar. Tanto su padre como su madre (como sus abuelos) eran personas muy temperamentales que discutían por todo, en todo momento. La chica recordaba una infancia de constantes gritos y peleas. A pesar de su corta edad, ni su hermana ni ella se habían librado de recibir fuertes regañinas o golpes cuando alguno de sus progenitores descargaba su ira con ellas.

Nuestros padres son los modelos de los que aprendemos (y aprehendemos) nuestros comportamientos.

Laura asimiló de pequeña como normal la forma insana de comunicarse de su madre y su padre. En lo más profundo de su inconsciente, quedaron grabados a fuego, todos los dolorosísimos gritos y golpes que recibió de niña en su casa. De hecho, me comentó con horror que, cuando le gritaba a su hija, le parecía estar escuchando a su propia madre hablando por su boca. Esta situación la desesperaba porque, aunque sabía lo que no debía hacer (se había prometido no gritarle jamás a su hija), era incapaz de controlarse cuando llegaba al límite de su cansancio.

Sanar esta conducta y romper con la tendencia familiar

Por suerte, para implicarse en sus procesos de sanación, las madres y padres que acuden a terapia cuentan con una doble motivación. En primer lugar, aspiran a sentirse bien ellos mismos y liberarse de los patrones que les causan sufrimiento. En segundo lugar, no desean cargar sobre sus hijos el peso de los lastres familiares y no quieren que pasen por la misma pesadilla que ellos vivieron en sus infancias. Esta doble motivación, ya lo hemos comentado otras veces en este mismo blog, les empuja a avanzar mucho más rápido en sus procesos terapéuticos.

Volviendo al símil de la cadena, podríamos afirmar, que la persona que, en el presente, acude a terapia sería el eslabón por el que se consigue romper la cadena de cientos o de miles de generaciones de gritos, castigos, golpes y violencia. Cuando las madres, los padres, comienzan a cambiar la forma de criar a sus hijos y dejan de repetir con ellos las conductas dañinas, liberan a sus pequeños de la enorme carga del patrón familiar de la violencia.

El beneficio de este cambio se trasladará a la generación siguiente, puesto que, cuando estos niños crezcan y tengan sus propios hijos, al no haber recibido tanta carga negativa como sus padres, podrán criarles de forma mucho más respetuosa.

Si pensamos en las generaciones subsiguientes, podemos suponer que sus crianzas serán mucho más sanas cada vez.

Por lo tanto, el efecto de una terapia eficaz que produce verdaderos cambios en la persona, no se circunscribe únicamente al presente, sino que sus beneficios se proyectan hacia el futuro. Las personas que consiguen romper el patrón de violencia familiar liberan a sus hijos y a todas las generaciones sucesivas.

Por supuesto, Laura consiguió ser el eslabón del cambio. Progresivamente, logró liberarse de toda su carga familiar y dejar de gritar a su hija.

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