Cuando una persona me relata que ha podido afrontar y superar una situación que antes le resultaba imposible y que, además, lo logró de forma espontánea, sin tener que realizar un esfuerzo por recordar lo que habíamos trabajado en terapia, puedo asegurar que su esfuerzo está funcionando y que, dentro de ella, se están produciendo unos cambios profundos y permanentes.

Las terapias que de verdad funcionan, trabajan en profundidad, logrando que los cambios sean asimilados e integrados de forma natural en la vida diaria de la persona.

Quienes seguís este blog, sabéis que mi concepción de la psicología y la terapia se basa en acompañar y ayudar a que sea la propia persona la que se conozca, encuentre los motivos de su comportamiento y trabaje para cambiarlos.

Por qué es mejor buscar el origen que tratar el síntoma

Desde este punto de vista, atacar al síntoma no es tan importante como trabajar con el origen del problema. De hecho, a mi consulta acuden muchas personas que han pasado por otras terapias más directivas, en las que han intentado controlar el síntoma para manejarlo y reducirlo, pero que no han logrado conseguir los resultados que deseaban.

Al principio, en este tipo de terapias que trabajan el síntoma, el problema da la impresión que se atenúa, sin embargo, al cabo del tiempo, vuelve a aparecer, cuando una situación estresante, semejante a las del pasado, lo desencadena. Este problema regresa bajo la forma ya conocida o camuflado en un nuevo tipo de dificultad.

Las trabas del presente no se pueden interpretar como un único fotograma, separado del resto de la vida de la persona. Cada reacción actual tiene un motivo, una explicación que se puede descubrir si investigamos la historia personal.

Si, de verdad, deseamos que los cambios sean permanentes, no podemos quedarnos en la superficie.

Debemos profundizar para comprender todos los determinantes que afectan en el presente y desprogramar cada uno de ellos para que dejen de tener tanta fuerza. Cuando esto ocurre y, realmente, se producen cambios internos en la interpretación de la situación y la manera de afrontarla, la respuesta problemática va a cambiar, casi sin tener que realizar ningún esfuerzo.

El ejemplo de Daniella y su relación con la comida

Cuando Daniella llegó a mi consulta, lo primero que me contó fue que había probado decenas de dietas para adelgazar, pero que con ninguna había logrado una mejora significativa. La joven era consciente de que su problema principal no era la comida en sí, sino la relación que mantenía con esta. Siempre que alguna situación la estresaba y sentía que aumentaba su ansiedad, recurría a la comida para calmarse, hacer un paréntesis y aparcar su problema.

Daniella nunca se había sentido preparada para afrontar su problema con la ansiedad, de modo que pasaba de una dieta a otra, intentando controlar exteriormente su peso y sus ganas de comer.

Siempre le sucedía lo mismo: se cansaba de tener que estar forzando y controlando lo que comía y lo que no, midiendo, pesando y calculando. Al final, se desmotivaba, se relajaba, volvía a recuperar el peso que había perdido y buscaba una nueva dieta.

Aburrida de repetir este bucle, Daniella se decidió a llamarme para tratar, por fin, su problema de fondo: la ansiedad y su relación con la comida.

Al trabajar la raíz, los cambios llegan sin forzar

En nuestras sesiones, trabajamos la relación con su madre y el patrón que Daniella había aprendido de, ante cualquier problema, buscar consuelo en la comida. Poco a poco, fue reforzando formas más maduras y sanas de afrontar las situaciones estresantes, y se fue sintiendo más segura de sí misma. Hechos que antes le perturbaban enormemente, ahora podía contemplarlos desde otro prisma.

Con respecto a su madre, Daniella siempre se había sentido responsable de su bienestar. Aunque no tuvieran nada que ver con ella, convertía en suyos los problemas en los que su madre se metía y, además, se sentía responsable de ayudarla y de solucionárselos. “Parece que yo soy la madre y ella es la hija”, me comentó Daniella en una de nuestras sesiones.

Esta relación le provocaba gran estrés y la empujaba a recurrir a la comida para relajarse.

El momento clave que ayudó a Daniella a darse cuenta de que estaba cambiando su relación tóxica con la comida fue una discusión telefónica que tuvo con su madre. Después de escuchar los reproches y los chantajes emocionales habituales, Daniella pudo descargarse del peso de la responsabilidad y decirle que no podía ayudarla en ese momento y que buscase otra forma de solucionar su problema.

En cualquier otra ocasión, al terminar una conversación con su madre, Daniella corría hacia la nevera para buscar un helado que le ayudase a calmar su ansiedad, pero ese día fue diferente. Al colgar el teléfono, se sintió liberada y aliviada, no notó esa necesidad urgente de recurrir a la comida.

Lo más importante para ella fue que, durante toda esa conversación, no tuvo que realizar ningún esfuerzo por recordar lo que habíamos trabajado en terapia o lo que yo le hubiera podido aconsejar en alguna sesión. No había una receta que seguir o unos tips psicológicos que recordar. Había trabajado el fondo y había logrado cambiar realmente su posición en la relación con su madre.

Cuando su madre la intentó arrastrar de nuevo a sus problemas, ella pudo frenarla y poner los límites necesarios para su seguridad. Pudo hacerlo de forma espontánea, natural, sin tener que pararse a reflexionar.

Estos cambios naturales son la mejor señal de que la terapia avanza por buen camino, porque provienen de un verdadero cambio interior, no de alguien externo que dicta lo que se debe hacer o las pautas que se deben seguir. Y lo mejor de todo es que, una vez que se consiguen, estos cambios se mantienen para siempre.