Seguimos dando importancia.
A personas que no nos aportan nada.
A esas personas que dicen que nos quieren pero hacen lo contrario.
Seguimos dando importancia a los que nos hacen daño.
Seguimos esperando una llamada, que nos traten mejor, que nos presten atención, pero pasan.
Y es en ese gesto de pasar en el que nos enganchamos.
Porque no podemos aceptar que no nos quieran con lo maravillosos que somos.
Porque vamos a demostrarles que se equivocan.
Vamos a ser los mejores para que se evidencie lo mierda que son por no elegirnos.
Por no quedarse.
Vamos a esforzarnos en querer mucho, sin medida, para que quede de manifiesto lo poco que quieren ellos.
Vamos a malgastar nuestro tiempo y nuestra energía en un lugar en el que no puede crecer nada ni nadie.
Vamos a darlo todo sin recibir apenas unas migajas.
Vamos a regalar nuestro amor propio.
Seguimos dando importancia. A personas que solo nos restan.
Que nos agotan emocionalmente.
Que no nos dejan libres pero tampoco nos dan certezas.
Que no se comprometen con nada pero a las que les gusta saber que te tienen.
Porque se alimentan de tu atención.
Seguimos dando importancia.
A personas que no importan.
Porque somos millones en este planeta.
Porque no somos inmortales.
Porque si no apuestas, si no eres valiente.
Vete.
Déjame en paz.
No juegues conmigo.
Porque lo que de verdad importa es rodearte de personas que te dan importancia.
Personas que sí.
Personas que cuidan, que escuchan y que están.
Personas que no tienen estrategias para ver cómo te hieren y así tenerte.
Personas buenas que las hay y muchas.
Personas que comparten.
Lo importante son esas personas. Esas a las que tantas veces no prestamos atención.
Porque sabemos que están ahí.
Porque nos acostumbramos a que lo estén.
Por eso no le damos el valor suficiente.
A ver si empezamos a dar importancia a las personas que nos quieren de verdad.
Y empezamos nosotros a pasar.
De aquellas.
Que no nos han de importar.