Hay momentos que pasan volando.
Que de pronto ya es verano o navidad otra vez.
Hay momentos que se alargan en el tiempo como miel por la encimera.
Lentos y pesados y viscosos.
Momentos que duran una eternidad en hospitales.
Momentos aeropuerto que saltan a otros momentos.
Hay momentos que no recordamos.
Y necesitamos de los demás para hacerlo.
¿Cuándo dije mi primera palabra? ¿Estaba nublado el día que nací?
Hay momentos tatuaje.
Que se quedan en la piel para siempre.
La última vez que la vi con vida.
Que escuché su nombre.
La primera vez que me rompieron el corazón.
Que sonó como si se me hubiera caído de las manos.
Hay momentos de mierda.
De esos que dices por qué a mí.
Por qué todo a la vez.
No tiene sentido.
Hay momentos mágicos.
De esos que te pellizcas porque crees que es imposible que te esté pasando esto a ti.
Momentos que cambian el curso de la Historia.
Como todas las mujeres gritando en las calles no es no.
O Rosa Parks negándose a ceder su asiento en aquel autobús.
O el día en el que descubrirán la vacuna contra el VIH.
Hay momentos que no retienes.
Momentos que te parecen intrascendentes.
Momentos del montón como otros tantos momentos.
Y después te das cuenta que fueron únicos.
Que fueron los más importantes.
Aquel paseo con tu padre.
Los pies en la orilla.
El árbol y la luz y el sonido.
Hacerte un bocadillo mientras escuchas el audio de tu amiga.
La ilusión y la esperanza porque el mundo podía cambiar.
Hay momentos que forjan nuestro pasado.
Que son un lastre para el presente.
Que imposibilitan el futuro.
Momentos a los que nosotros y nosotras le damos el valor que queramos.
De los que podemos aprender algo.
Que hacen de nuestra existencia una campana.
Hay momentos sin ti.
Momentos contigo.
Momentos de antes de aquello y de después de aquello.
Momentos que se perderán y momentos que se inventarán.
Momentos vivos y vivas.
Terribles y hermosos momentos.
Aquí.