Hay veces que quieres ayudar a alguien. Y no puedes. Porque tú también estás mal o triste y es imposible que tires de nadie. Porque te gustaría darlo todo y no te sale nada.
Hay veces que quieres ayudar a alguien.
Y estás tan metido en toda la mierda que cada cosa que haces.
Hiere un poco más.
Hay veces que te gustaría ayudar a alguien.
Y no sabes cómo acercarte al otro.
Que la cagas cuando intentas mejorar algo.
Hay veces que te sientes impotente.
Porque te gustaría que la otra persona fuera feliz.
Estuviera bien.
Te gustaría donarle tu alegría.
Infundirle ánimos.
Que se viera como tú le ves.
Posible, hermoso y vibrante.
Vivo.
Pero a veces es imposible.
Porque nadie puede obligar a nadie a la felicidad.
Hay veces que quieres ayudar a alguien.
Y lo único que puedes hacer es estar en silencio.
Apartarte.
No hacer nada.
Permitir la tristeza del otro acompañándole.
Sin intervenir, sin querer salvar, sin ser un héroe.
Solo con una simple presencia que diga aquí estoy para cuando lo necesites.
Hay veces que quieres ayudar a alguien.
Y el otro nota que lo que quieres es sentirte útil.
Que te da igual cómo esté porque lo único que te importa es que te pongan una medalla de mejor amigo frente a los demás.
En esas ocasiones hay que pedir perdón por usar el dolor ajeno para intentar destacar.
Porque para ayudar a alguien lo primero que hay que ser es honesto.
Y lo segundo, humilde.
Porque no hay ayuda más verdadera que aquella que se da.
Sin esperar que el otro.
En su malestar.
Nos lo agradezca.