Empieza el año y te llenas de buenos propósitos.
Todo el mundo te dice que puedes cambiar.
Ser más ordenada.
Hacer más ejercicio y comer mejor.
Apuntarte a inglés.
Ahorrar.
Tener más paciencia.
Empiezas el año y quieres transformar todo aquello que te desagrada en ti.
Pero no es tan sencillo.
No basta con las buenas intenciones: además tienes que hacerlo.
Y eso es lo difícil.
Porque nos movemos bien en lo conocido aunque no nos siente bien.
Nos sentimos seguros.
Y las nuevas realidades siempre dan miedo.
Te llenas de metas y algunas son imposibles.
Y no pasa nada por aceptarlo.
No pasa nada por asumir que no podemos tenerlo ni ser todo lo que queremos.
Hay que mirar lo que tenemos.
Tienes una cabeza para pensar y vista u oído para ver o escuchar esto.
Tienes tiempo.
Y en ese tiempo de lo que no te puedes olvidar nunca es de la alegría.
Porque por mucho que seas desordenada, que estés gordo, que solo sepas decir window en inglés, que abras una tableta de chocolate, que te queme el dinero en la mano o que te desesperes.
Por mucho que seas imperfecta.
Esta vida es un viaje alucinante.
Y lo único que debes cambiar de verdad.
Es todo aquello que te impide.
Ejercer tu derecho a la alegría.