Iñaki estaba sentado en la barra de una pequeña cervecería haciendo tiempo antes de asistir a la cena anual con sus compañeros de promoción de la Universidad.

Al tiempo que se tomaba una caña de aperitivo, se dedicaba a intercambiar wasaps con su amigo Carlos, al que esperaba.

¿Preparado para la fiesta? √√

Sí, aunque me da una pereza horrible... como me toque en la mesa con el “batallitas” lo llevo claro. √√

Yo del que voy a huir es del “guaperas”. No sabría de qué hablar con él... aunque a la “sosainas” tampoco la aguantaría mucho rato... √√

Concentrado en la pantalla de su móvil, no se dio cuenta de que un agradable hombre mayor se había sentado a su lado. Al reparar en su presencia, y al conectar con su serena mirada, se sintió extrañamente impulsado a entablar conversación con él, así que le contó:

—Hola, no le había visto entrar. Estoy haciendo tiempo... Hoy tenemos la cena de promoción de la Universidad. Nos reunimos cada año desde que terminamos los estudios.

—Me suena. Nosotros las hicimos durante muchos años... aunque tengo que reconocer que yo no era muy popular en mi curso. Era el “empollón”.

Iñaki sonrió. Se daba cuenta de que todos los grupos funcionaban igual, poniendo etiquetas a todo el mundo. Se animó a preguntarle:

—¿Y le duró mucho esa fama?

—Creo que aún la arrastro entre los miembros del grupo que todavía tienen relación. La verdad es que hace años que ya no nos vemos.

Tras un breve silencio, el anciano le preguntó a Iñaki.

—¿Y tú? ¿Cuál es tu etiqueta?

Iñaki se apresuró a responder:

—No tengo ninguna, que yo sepa.

El hombre miró a Iñaki directamente a los ojos, y con tranquilidad le dijo:
—Pues tienes mucha suerte de no tenerla; y ¡qué feliz serías en la cena de esta noche si olvidaras las de los demás!

Iñaki se quedó absolutamente desconcertado. No sabía cómo reaccionar. ¿A qué venía aquel comentario? Sobre todo tratándose de un completo desconocido... Se debatía entre querer saber a qué se refería aquel hombre con lo que le había dicho y el impulso natural de ignorarlo por completo y terminar allí mismo la conversación.

Al final, la curiosidad ganó la partida y quiso saber más.

—¿Me lo explica?

—Claro. Y déjame ante todo que me presente: me llamo Max.

—Yo Iñaki.

—Verás, Iñaki, las etiquetas que colgamos a la gente nos impiden ver a los demás tal como son. Condicionan y restringen nuestra percepción, hasta el límite de que vemos de los otros únicamente lo que confirma la etiqueta, perdiéndonos una gran parte de ellos.

Iñaki escuchaba con atención. Lo que le contaba aquel desconocido tenía todo el sentido del mundo.

Y las que nos cuelgan a nosotros no nos dejan avanzar. Nuestros esfuerzos por evolucionar pasan desapercibidos hasta el punto de que nos desanimamos en nuestro intento.

“Un gran número de personas creen que están pensando cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios” William James

Ahora lo tenía claro: aquella espera prometía ser todo menos intrascendente. Metido ya de lleno en la explicación de Max, Iñaki le pidió más concreción.

—Cuénteme más, por favor. ¿Cómo funciona exactamente esa pérdida de percepción?

—Nuestro cerebro es sensible a las etiquetas. Percibe lo que coincide con ellas e ignora lo que no coincide. De esta forma, si por ejemplo pienso de alguien que es un pesado, solo percibo en él los signos de ser un pesado. Si pienso que es un exagerado, soy especialmente sensible a la más mínima exageración. Percibimos lo que coincide con nuestras creencias, nada más que eso.


Yo fui, efectivamente, un “empollón” en los primeros años de universidad. Pero no lo fui en los últimos. Y nadie se dio cuenta. Hay personas que nunca se relacionaron conmigo por ello, y otras a las que les costó Dios y ayuda cambiar la percepción que tenían de mí. Todavía recuerdo el comentario de un compañero que, tras meses de relación conmigo, me reconoció: “Pues para ser el empollón eres bastante simpático”.

Iñaki escuchaba fascinado. Aquella conversación le estaba dando mucha luz acerca de algunas relaciones que mantenía con sus ex compañeros. Max continuó su explicación.

—Pensando en la cena de esta noche: ¿Qué oportunidad le estás dando al que lleva la etiqueta colgada? ¿Y si por culpa de esa etiqueta te pierdes la oportunidad de conocer a una persona maravillosa? ¿Alguien que realmente ha cambiado y no es en absoluto como crees?

Poner etiquetas es renunciar a tu capacidad de percepción y no ver a los demás como son, sino como tú ya has decidido que son. Te puedes estar perdiendo mucho por el camino.

La pantalla del móvil de Iñaki se encendió. Tenía un nuevo wasap:

¿Preparado para aguantar a Pepe el “graciosillo”? √√

No fue capaz de responder esta vez. Pensó que sí, que estaba preparado, pero no solo para aguantarlo, sino también para descubrir cómo era de verdad.

Apurando su cerveza, le dijo a su acompañante:

—Me voy y, por favor, déjeme que le invite.

Iñaki fue a pagar. Le pidió al camarero que incluyera en la nota la cerveza del hombre mayor que se sentaba a su lado. El camarero se apresuró a preguntar:

—¿A qué hombre se refiere?

Iñaki dirigió su mirada hacia el lugar donde había estado sentado hasta hacía unos segundos. Sobre la barra solo había una copa vacía, la de su cerveza. No entendía nada. Su curioso acompañante se había desvanecido. Parecía como si aquella reveladora conversación hubiera sido tan solo una fantasía.