Max se había levantado pronto. Era un día gris que no invitaba a salir de casa. Una vez que se hubo preparado el primer café, se disponía a instalarse cómodamente en el salón y leer un buen libro. Entonces, sonó el timbre. No tenía ni idea de quién podía ser.
Max abrió la puerta y se encontró con una cara de sobras conocida por él: era Javier, exalumno y buen amigo, al que sin embargo hacía tiempo que no veía.
–Hombre, Javier, no te esperaba...
–Hola, Max, tampoco yo estaba muy seguro de venir. La verdad es que ayer estuve hablando con Andrea, me contó lo de tus cafés, me sugirió que quizás me podrías ayudar y... bueno, me he arriesgado.
Max invitó a entrar a Javier. Volvió a encender la cafetera, se instalaron en el salón y empezaron su conversación:
–Verás, Max, tengo un problema que no sé cómo abordar: tengo un compañero de trabajo al que he estado ayudando desde que lo trasladaron a mi departamento hace seis meses. No tiene experiencia y necesita continuamente que le diga cómo tiene que hacer las cosas. La semana pasada le sugerí que hiciera algo de una determinada forma y, lejos de agradecérmelo, me espetó: “por favor, deja de decirme lo que tengo que hacer”. Me quedé de una pieza, porque es lo último que hubiera esperado. Desde que llegó que le estoy sacando las castañas del fuego y ahora me viene con esas.
Mientras escuchaba a Javier, Max fue a buscar la cafetera.
–Javier, sírvete un café, bien largo...
–La verdad es que no lo entiendo –continuó Javier–. Me parece evidente, y mi compañero lo tiene que saber, que sin mi ayuda no haría bien las cosas, se equivocaría a todas horas y no creo que durara mucho en la empresa...
–¿Él te pide esta ayuda?
–¡Qué va! Pero es que basta con ver cómo está a punto de hacer las cosas para darme cuenta de que las hará mal.
–¿Qué quieres decir exactamente cuando dices que las hará mal?
–Pues que no las hará como yo las haría o, al menos, como se han venido haciendo siempre en el departamento.
–Entonces le aconsejas sin que te lo pida...
Aquellas palabras quedaron flotando en el ambiente. Max, pensativo, le pasó el azucarero a Javier.
–Ponte dos cucharadas, el café bien dulce está más bueno, ¿no? En fin, Javier, en realidad no estás ayudando a tu compañero.
–¿Y por qué piensas que no? –preguntó Javier sorprendido.
–Pues no, no lo haces. Y te diré por qué. En primer lugar, él no te está pidiendo que le ayudes y, en esas circunstancias, es más una intromisión que una verdadera ayuda. En segundo lugar, porque si él quiere hacer las cosas a su manera, recibe tu ayuda como una imposición.
–Ya sé que sonará un tanto pretencioso, pero es que yo sé cómo se han de hacer las cosas correctamente.
Max aprovechó un momento de silencio para levantarse de su butaca. Fue en busca de la jarra de leche y se la pasó a su amigo.
–Olvidé pasarte la leche, perdona. Ten, añádela al café y tómatelo ya, antes de que se enfríe. El café frío no vale nada.
Javier dio un sorbo a su café con leche y, con indisimulado disgusto, dijo:
–Max, no sé por qué te hago caso. A mí me gusta el café corto y sin azúcar. Además no soporto la leche. Yo quería simplemente un café solo...
–¿Te ha molestado que te haya estado diciendo cómo debes tomarte el café? Incluso cuando yo sé cómo hay que hacerlo...
Javier dio un respingo y esbozó una sonrisa. “Max y sus métodos...”, dijo para sus adentros. Hacía tanto que no hablaba con su exprofesor que prácticamente los había olvidado. Pero lo cierto es que ahora lo veía todo claro: “Yo hago las cosas a mi manera. Mi compañero las quiere hacer a la suya. A mí no me gusta ni la leche ni el azúcar. A mi compañero tal vez sí..., pero yo no le dejo espacio suficiente para que pueda expresarse. Habrá quien prefiera el café con leche y azúcar y quien lo quiera solo... A mi compañero no le dejo, en definitiva, hacer las cosas a su manera”.
Ciertamente, había hecho bien y, a pesar de que su café con Max había sido un tanto indigesto, le había servido para ver las cosas de otra manera. Fue a buscar una taza limpia, se sirvió un café y, en un tono de absoluta complicidad, añadió: “Max, gracias por tus consejos, pero tomaré el café como a mí me gusta: corto, solo y sin azúcar”.
Cómo ayudar y aconsejar de verdad
- No pienses que tu modo de hacer las cosas es “el bueno”. Simplemente es el tuyo. Mi manera también puede funcionar.
- No me ayudes antes de que te lo pida. No decidas tú cuándo necesito tu ayuda.
- Quizá me equivoque en algo que voy a hacer, pero no lo dudes: aprenderé más de mi error que de tus consejos no solicitados.
- Anímame a buscar las soluciones, no me las ofrezcas de antemano. Me ayudarás a ser más independiente y a valerme más por mí mismo.
- No juzgues lo que hago a partir de lo que tú harías en mi lugar. Júzgame, si acaso, por el resultado.
- Pídeme consejo tú también de vez en cuando. Me harás sentir que también se pueden hacer bien las cosas... a mi manera.