"Aceptar las pérdidas nos hace más humanos"

Terapeuta y uno de los fundadores del Instituto Gestalt de Barcelona, nos habla de cómo reconciliarse con uno mismo y con la vida para sentirse más libre y feliz.

Joan Garriga

Joan Garriga tiene ese don de conseguir que, apenas sin haber cruzado palabra con él, uno ya se sienta como en casa. De hablar calmado y mirada cálida, este psicoterapeuta escucha con atención y delicadeza, mientras lanza de ombligo a ombligo un cable invisible de empatía a quien tiene delante.

En 1986 creó junto a Vicens Olivé y Mireia Darder el Instituto Gestalt de Barcelona, un centro pionero en aplicar terapias humanistas, donde desarrolla su actividad como psicólogo y también como formador en constelaciones familiares.

En ambas disciplinas –Gestalt y constelaciones–, Joan Garriga es hoy un referente en España y Latinoamérica.

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"La única manera de enfrentar las pérdidas es aceptándolas"

Ha publicado numerosos libros. El último, La Llave de la buena vida, es el regalo que unos padres hacen a su hijo el día de su 18 cumpleaños. La obra comienza con el poema Los invitados, de Leonard Cohen:

"Uno a uno van llegando los invitados;

los invitados están ahí.

Muchos con el corazón afable;

algunos con el corazón roto.

Uno a uno van llegando los invitados;

los invitados están ahí.

Algunos con el corazón roto;

muchos con el corazón afable."

Parece que le gusta Leonard Cohen.

–¡Mucho! Tenía apenas 15 o 20 años y Cohen era ya alguien mítico para mí y mi entorno. Me interesé por conocer su vida y descubrí que pasó muchos años en un monasterio zen; en muchas de las cosas que escribe hay una búsqueda espiritual muy enriquecedora. Sus poemas me son muy útiles.

De hecho, los utiliza a menudo en su libro para ejemplificar aquello que quiere contar.

–Me dedico mucho a la terapia y el discurso terapéutico acaba siendo muy aburrido. Cuando leo cosas que empatizan con la teoría o con aquello que explico y que me permiten abordar un tema de una forma más poética, menos dura, me gusta utilizarlas.

–En La llave de la buena vida unos padres regalan a su hijo una llave para abrir todas las puertas que la vida le depare, tanto las de las pérdidas como las de las ganancias.

–Todos queremos atravesar las puertas del ganar, las de que todo nos vaya bien, las que confirman nuestras suposiciones. Pero la vida es una gran danza, de acción y retracción, de alegría y lágrimas. Debemos aprender a dejar ir, a soltar, pues en la vida tenemos pérdidas muy poderosas.

Cuánta gente está enferma y le gustaría estar sana; cuánta gente se separa de la pareja y es para ellos una gran pérdida. Pero la vida necesita usar también la adversidad.

Una pérdida implica salir de un status quo que uno tenía, porque ha pasado algo que lo ha roto. Además, las ganancias también pueden ser peligrosas.

A veces la gente se identifica mucho con las ganancias y pierde un poco su alma, el aspecto fundamental de su humanidad.

¿No estamos preparados para atravesar las pérdidas?

–En general es muy difícil atravesarlas sin perderse. La cultura mitifica un poco la superficialidad, la canalización de las cosas; nos dice que todo nos tendría que ir bien y nos prepara poco para estar con un latir más existencial que sabe acoger las cosas que vienen, a veces dolorosas y difíciles.

En ocasiones, a través de las pérdidas, algunas personas se corrigen. Una pérdida da más humanidad, más humildad. A veces nos saca del punto de vista que teníamos sobre las cosas, como cuando se pierde una pareja en una separación, por ejemplo; en esa situación, uno se ve obligado a hacer una reflexión, porque a lo mejor el lugar en que estaba no era el más adecuado.

En el fondo es importante saber perder, porque en definitiva la vida es un camino de pérdidas.

Cuando decimos "soy esto" o "soy aquello" nos identificamos con viejas pieles que arrastramos pese a que ya perdieron su vigencia.

A muchos nos han inculcado que si trabajábamos duro y no desfallecíamos conseguiríamos lo que nos propusiéramos. Sin embargo, muchos jóvenes que lo hacen no obtienen ganancias sino pérdidas.

–A nivel socioeconómico o cultural me resulta muy difícil hacer un análisis de la situación actual, en la que es cierto que muchos jóvenes tenían unas expectativas que han acabado frustradas. Y esto es inadecuado en el sentido político, porque la vida la tendríamos que saber diseñar para que todo el mundo pudiera ganar, en el sentido de expandirse, de autorrealizarse.

Si esto, por diversas razones, no es posible, la persona se frustra, no se desarrolla y hay una pérdida de talento. También es cierto que ante las adversidades resulta muy importante la actitud personal.

Cuando escribía este libro pensaba que yo me crié en el campo, en el mundo rural, de la agricultura, y ahí uno hace un aprendizaje vital: que las cosas no dependen solo de nosotros. A veces la cosecha se pierde porque ha habido una granizada. En el campo, independientemente de que trabajes duro, las cosas pueden ir muy bien o fatal. Y creo que esta enseñanza falta en la sociedad en general hoy en día.

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Prevalece, tal vez, el pensamiento positivo.

–Soy muy crítico con la llamada "ley de la atracción", que asegura que nuestros pensamientos configuran nuestra vida. Esa creencia me parece un poco infantil, en el sentido de que va dirigida a aquellos que se quieren aferrar ciegamente a la idea de que si hacen las cosas correctamente, si piensan adecuadamente, encontrarán, por ejemplo, aparcamiento para el coche o… ¡el amor de su vida! Hay un exceso de egocentrismo en esa idea.

Tal vez sea una forma de intentar controlar aquello que nos ocurre...

–A veces las cosas pasan porque pasan y no tienen explicación. Hay una parte de misterio en la vida que hay que respetar. Dicho esto, ya se sabe que si haces deporte, cuidas tu alimentación, meditas, tienes muchas posibilidades de gozar de buena salud. Por tanto, ¡hazlo! Haz todo aquello que esté en tu mano para estar bien. Pero ten en cuenta que la vida tiene a su vez cosas que decir y que nosotros, humanos, no podemos gobernarlo todo.

Trabajo con personas a las que les ocurren cosas que nunca hubieran deseado que les pasaran, como la muerte de un hijo. De ahí la importancia de saber integrar las pérdidas porque, de lo contrario, vivimos con parte de nuestra energía más conectada a la muerte que a la vida

Una madre que pierde a su hijo es muy probable que desee morir. Si ese sentimiento le dura tres, cuatro meses es aceptable. Pero después tiene que aprender a respetar el destino de su hijo y no quedarse enganchada en el sufrimiento.

La única manera de enfrentar las pérdidas es aceptándolas, vivir el proceso emocional, el enfado, la rabia, el dolor, las emociones que vengan, para después volver con fuerza al camino de la vida.

Hay personas que, en cambio, ante una pérdida así viven amargadas el resto de sus días, escudándose en la cantinela de "mira qué me ha pasado". Con esa actitud se compra el pasaporte para tener una vida complicada, infeliz.

¿Adoptamos ciertos papeles y nos aferramos a ellos con uñas y dientes?

–Cuando decimos "soy esto" o "soy aquello" a menudo nos identificamos con viejas pieles que arrastramos pese a que ya perdieron su vigencia, sin percatarnos de que siempre estamos en movimiento, fluctuando, sujetos a metamorfosis.

Ahora soy la pareja o el marido de tal persona, pero a lo mejor de aquí a tres años ya no. Cuando no lo sea, deberé aprender a soltar esa identidad.

La vida es una gran danza de acción y retracción, de alegría y lágrimas. Debemos aprender a dejar ir.

–La vida no solo la vivimos, también la pensamos.

– Es cierto. Con frecuencia escuchamos a personas de 70 o de 80 años decir que, a pesar de que saben qué edad tienen, por dentro siguen sintiéndose como aquellos jóvenes veinteañeros que fueron. Tal como dices, la vida no solo la vivimos: también la pensamos. Y para darle un sentido es importante ser conscientes del tramo de vida que transitamos, darnos cuenta de que en cada tramo las energías cambian, como también los proyectos, los deseos, los objetivos, los valores.

Hay un momento para "comernos" la vida y otro para ir más ligero. Lo importante es caminar cada tramo siendo honesto. Y sabiendo quién eres, apartando la cobardía que te impide darle a la vida lo que tienes para darle. A veces es una cuestión de aceptar los propios límites. Y eso suele costar mucho de asumir.

Claro, siempre está eso de "¿los otros qué dirán?"

Mi experiencia me dice que los demás aceptan mucho mejor que seamos tal como somos en lugar de representar un personaje. Cuando somos capaces de estar en nosotros mismos, vivir desde nosotros, eso genera un respeto, una apreciación, una acogida, un amor espontáneo y natural.

¿Es por falta de honestidad con uno mismo?

Todos hacemos cosas por obligación. Pero eso es distinto de estar perdido de uno mismo, engañarse, identificarse con algo que queda muy lejos de nuestra propia voz interior.

Hace poco me escribió un hombre que era directivo de una empresa. En los negocios le iba bien, estaba casado, con hijos. Pero él hubiera querido estudiar psicología. Al menos este hombre es capaz de decir: "hago esto porque me conviene en este momento".

Pero hay personas que ni siquiera pueden preguntarse qué quieren hacer.

¿Sería responsabilidad de los padres por aconsejarle un futuro que no quería?

Hay un momento en que debemos emanciparnos de los padres, asumir qué queremos hacer con nuestra vida. Y tomar decisiones tiene un precio: aceptar que quizá nos equivoquemos y que tal vez a los padres no les gusten nuestras opciones. Pero es que no siempre les va a gustar a los padres lo que queremos hacer, ni tampoco tiene por qué.

Escudarse en el "decidieron por mí" y no posicionarse y tomar decisiones es muy infantil.

La gestalt considera que todo son proyecciones de nuestro psiquismo y ayuda a rescatarlas, a tomar responsabilidad

–¡Pero es mucho más cómodo!

Claro, porque así me siento como un satélite de otras personas y si algo no sale bien puedo echárselo en cara. Hace un tiempo, en el mundo de la terapia estaba muy de moda culpabilizar a los padres.

Es un argumento demasiado fácil el de que el trato que recibí de niño es la causa de todo lo que me pasa. Además es falso. Hay quienes han tenido heridas profundas con los padres y se desarrollan bien como adultos. Porque en el fondo no depende de las heridas, sino de lo que hacemos con ellas, cómo las cuidamos, cómo las tratamos.

–Estudiabas Derecho y ahora eres terapeuta gestáltico.

Una crisis personal me hizo abandonar los estudios de Derecho. Entonces decidí meterme en el mundo del teatro. Eran los años del postfranquismo y había mucha efervescencia artística, mucha búsqueda.

También comencé a participar en grupos de crecimiento personal, hasta que fui a parar a un centro en Barcelona que se llamaba Estel y que dirigía Ramón Vila. Era un centro pionero en terapias humanistas, del movimiento del potencial humano. Y fue ahí donde conocí la terapia Gestalt. La encontraba muy viva, muy activa, dinámica, no como otras, discursivas, que solo trabajan con el pensamiento. Y me apasionó tanto que decidí crear junto a otros compañeros el Instituto Gestalt.

–¿En qué se diferencia la terapia Gestalt de una terapia clínica clásica?

La clínica clásica seguramente te hará reflexionar sobre lo que te ha pasado con tu padre. En cambio, la gestalt te dirá: "pon a tu padre en esa silla vacía delante de ti, habla con él, dile lo que le tengas que decirle". La gestalt considera que todo son proyecciones de nuestro psiquismo y ayuda a rescatarlas, a tomar responsabilidad, a integrarlas, a reconciliar voces contrapuestas

–Tuviste ocasión de conocer a Bert Hellinger, el creador de las constelaciones familiares.

Sí. La persona que comenzó a traducir a Bert Hellinger me envió algunos textos que eran interesantísimos, maravillosos, conmovedores. Decidimos invitar a Hellinger en mayo de 1999 a que viniera a España y nos enseñara lo que él hacía y qué era aquello de las constelaciones familiares, que son una gran aportación en el campo de las terapias, aunque últimamente se está haciendo un poco de abuso.

¿En qué consisten las constelaciones familiares?

Se trata de una metodología escénica donde se hacen representaciones de tu sistema familiar, de tus vínculos. Permite detectar y calificar de forma rápida y precisa qué genera los problemas en las redes relacionales o la dinámica familiar. Normalmente se suele trabajar en grupo. A través de otras personas tú plasmas la imagen que tienes de tu sistema familiar o de las personas que están involucradas en el conflicto que sientes.

–¿Qué consejos le daría a alguien que quiere hacerse una constelación?

Que no la haga por capricho. Solo tiene sentido hacerla si existe un problema familiar. No son aconsejables, por ejemplo, como terapia de crecimiento personal. Hacer un trabajo de este tipo es muy poderoso y no es necesario gastar cartuchos si realmente uno no tiene un verdadero problema.

La gestalt usa el eneagrama, un sistema que clasifica la personalidad en 9 números. ¿Nos dice cuál es el suyo?

¡No! [ríe] El eneagrama fue desarrollado por el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, hunde sus raíces en antiguas tradiciones y establece nueve tipos de carácter, nueve pasiones dominantes que corresponden a los siete pecados capitales más el miedo y la vanidad.

Es un modelo de trabajo que aporta mucho conocimiento de cómo funciona tu máquina interior, en un sentido positivo y negativo.

En varias ocasiones he explicado que en mi trayectoria como terapeuta las dos cosas de las que más he aprendido son el primer taller que hice de eneagrama con Claudio Naranjo y el taller con Bert Hellinger. Con Claudio Naranjo fue como si me pusieran una lupa de aumento y viera cómo funcionaba, quién era.

–¿Le gustó lo que vio a través de esa lupa?

–Cuando descubrí cuál era mi eneagrama estuve un año deprimido, no en el sentido clínico, sino en el sentido de que me sentía como desenmascarado. Y si eres tú mismo quien te desenmascara no sabes bien cómo vivir, ya no te sirve tu máscara habitual. Te quedas un poco como desnudo.

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